Cádiz | Page 5

Benito Pérez Galdós
queriéndote... Vamos, pide por
esa boca. Es preciso que te acostumbres a creer que hay además de ti,

otros hombres en el mundo, y que las muchachas tienen ojos para ver y
oídos para escuchar.
Con estas palabras que encerraban profunda verdad, la condesa me
estaba matando. Parecíame que mi alma era una hermosa tela, y que
ella con sus finas tijeras me la estaba cortando en pedacitos para
arrojarla al viento.
--Pues sí. Ha pasado mucho tiempo--continuó--. Ese inglés se apareció
en Cádiz; nos visitó. Visita hoy con mucha frecuencia la otra casa, y en
ella es amado... Esto te parece increíble, absurdo. Pues es la cosa más
sencilla del mundo. También creerás que el inglés es un hombre
antipático, desabrido, brusco, colorado, tieso y borracho como algunos
que viste y trataste en la plaza de San Juan de Dios cuando eras niño.
No: lord Gray es un hombre finísimo, de hermosa presencia y vasta
instrucción. Pertenece a una de las mejores familias de Inglaterra, y es
más rico que un perulero... Ya... ¡tú creíste que estas y otras eminentes
cualidades nadie las poseía más que el Sr. D. Gabriel de Tres-al-Cuarto!
Lucido estás... Pues oye otra cosa.
»Lord Gray cautiva a las muchachas con su amena conversación.
Figúrate, que con ser tan joven, ha tenido ya tiempo para viajar por toda
el Asia y parte de América. Sus conocimientos son inmensos; las
noticias que da de los muchos y diversos pueblos que ha visto,
curiosísimas. Es hombre además de extraordinario valor; hase visto en
mil peligros luchando con la naturaleza y con los hombres, y cuando
los relata con tanta elocuencia como modestia, procurando rebajar su
propio mérito y disimular su arrojo, los que le oyen no pueden contener
el llanto. Tiene un gran libro lleno de dibujos, representando paisajes,
ruinas, trajes, tipos, edificios que ha pintado en esas lejanas tierras; y en
varias hojas ha escrito en verso y prosa mil hermosos pensamientos,
observaciones y descripciones llenas de grandiosa y elocuente poesía.
¿Comprendes que pueda y sepa hacerse amar? Llega a la tertulia, las
muchachas le rodean; él les cuenta sus viajes con tanta verdad y
animación, que vemos las grandes montañas, los inmensos ríos, los
enormes árboles de Asia, los bosques llenos de peligros; vemos al
intrépido europeo defendiéndose del león que le asalta, del tigre que le

acecha; nos describe luego las tempestades del mar de la China, con
aquellos vientos que arrastran como pluma la embarcación, y le vemos
salvándose de la muerte por un esfuerzo de su naturaleza ágil y
poderosa; nos describe los desiertos de Egipto, con sus noches claras
como el día, con las pirámides, los templos derribados, el Nilo y los
pobres árabes que arrastran miserable vida en aquellas soledades; nos
pinta luego los lugares santos de Jerusalén y Belén, el sepulcro del
Señor, hablándonos de los millares de peregrinos que le visitan, de los
buenos frailes que dan hospitalidad al europeo; nos dice cómo son los
olivares a cuya sombra oraba el Señor cuando fue Judas con los
soldados a prenderle, y nos refiere punto por punto cómo es el monte
Calvario y el sitio donde levantaron la santa Cruz.
»Después nos habla de la incomparable Venecia, ciudad fabricada
dentro del mar, de tal modo, que las calles son de agua y los coches
unas lanchitas que llaman góndolas; y allí se pasean de noche los
amantes, solos en aquella serena laguna, sin ruido y sin testigos.
También ha visitado la América, donde hay unos salvajes muy mansos
que agasajan a los viajeros, y donde los ríos, grandísimos como todo lo
de aquel país, se precipitan desde lo alto de una roca formando lo que
llaman cataratas, es decir, un salto de agua como si medio mar se
arrojase sobre el otro medio, formando mundos de espuma y un ruido
que se oye a muchísimas leguas de distancia. Todo lo relata, todo lo
pinta con tan vivos colores, que parece que lo estamos viendo. Cuenta
sus acciones heroicas sin fanfarronería, y jamás ha mortificado el
orgullo de los hombres que le oyen con tanta atención, si no con tanta
complacencia como las mujeres.
»Ahora bien, Gabriel, desgraciado joven, ¿por lo que digo comprendes
que ese inglés tiene atractivos suficientes para cautivar a una muchacha
de tanta sensibilidad como imaginación, que instintivamente vuelve los
ojos hacia todo lo que se distingue del vulgo enfatuado? Además, lord
Gray es riquísimo, y aunque las riquezas no bastan a suplir en los
hombres la falta de ciertas cualidades, cuando estas se poseen, las
riquezas las avaloran y realzan más. Lord Gray viste elegantemente;
gasta con profusión en su persona y en obsequiar dignamente a sus
amigos, y su esplendidez no es el derroche del joven calavera y

voluntarioso, sino la gala y generosidad del rico de
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