ella el
ascendiente que tuviste hace algún tiempo y que conservaste aun
después de haber mudado tan bruscamente de fortuna?
--Señora--repuse--, no puedo concebir que haya perdido ese
ascendiente. Perdóneseme la vanidad.
--¡Desgraciado muchacho!--me dijo en tono de dulce compasión--. La
vida consiste en mil mudanzas dolorosas, y el que confía en la
perpetuidad de los sentimientos que le halagan, es como el iluso que
viendo las nubes en el horizonte, las cree montañas, hasta que un rayo
de luz las desfigura o un soplo de viento las desbarata. Hace dos años,
mi hija y tú erais dos niños desvalidos y abandonados. El apartamiento
en que vivíais y la común desgracia, aumentando la natural inclinación,
hicieron que os amarais. Después todo cambió. ¿Para qué repetir lo que
sabes tan bien? Inés en su nueva posición no quiso olvidar al fiel
compañero de su infortunio. ¡Hermoso sentimiento que nadie más que
yo supo apreciar en su valor! Aprovechándome de él, casi llegué hasta
tolerarle y autorizarle, impulsada por el despecho y por mortificar a mi
orgullosa parienta; pero yo sabía que aquella corazonada infantil
concluiría con el tiempo y la distancia, como en efecto ha concluido.
Oí con estupor las palabras de la condesa, que iban esparciendo densas
oscuridades delante de mis ojos. Pero la razón me indicaba que no
debía dar entero crédito a las palabras de mujer tan experta en
ingeniosos engaños, y esperé aparentando conformarme con su opinión
y mi desaire.
--¿Te acuerdas de la noche en que nos presentamos aquí viniendo del
Puerto de Santa María? En esta misma sala nos recibió doña Flora.
Llamamos a Inés, te vio, le hablaste. La pobrecita estaba tan turbada
que no acertó a contestar derechamente a lo que le dijiste.
Indudablemente te conserva un noble y fraternal afecto; pero nada más.
¿No lo comprendiste? ¿No se ofreció a tus ojos o a tus oídos algún dato
para conocer que ya Inés no te ama?
--Señora--respondí con perplejidad--, aquel instante fue tan breve y
usted me suplicó con tanta precipitación que saliese de la casa, que
nada observé que me disgustara.
--Pues sí, puedes creerlo. Yo sé que Inés no te ama ya--afirmó con una
entereza tal que se me hizo aborrecible en un momento mi hermosa
interlocutora.
--¿Lo sabe usted?
--Yo lo sé.
--Tal vez se equivoque.
--No: Inés no te ama.
--¿Por qué?--pregunté bruscamente y con desabrimiento.
--Porque ama a otro--me respondió con calma.
--¡A otro!--exclamé tan asombrado que por largo rato no me di cuenta
de lo que sentía--. ¡A otro! No puede ser, señora condesa. ¿Y quién es
ese otro? Sepámoslo.
Diciendo esto, en mi interior se retorcían dolorosamente unas como
culebras, que me estrujaban el corazón mordiéndolo y apretándolo con
estrechos nudos. Yo quería aparentar serenidad; pero mis palabras
balbucientes y cierta invencible sofocación de mi aliento descubrían la
flaqueza de mi espíritu caído desde la cumbre de su mayor orgullo.
--¿Quieres saberlo? Pues te lo diré. Es un inglés.
--¿Ese?--pregunté con sobresalto señalando hacia la sala donde
resonaba lejanamente el eco de las voces de doña Flora y de su
visitante.
--¡Ese mismo!
--¡Señora, no puede ser!, usted se equivoca--exclamé sin poder
contener la fogosa cólera que desarrollándose en mí como súbito
incendio, no admitía razón que la refrenara, ni urbanidad que la
reprimiera--. Usted se burla de mí; usted me humilla y me pisotea como
siempre lo ha hecho.
--Qué furioso te has puesto--me dijo sonriendo--. Cálmate y no seas
loco.
--Perdóneme usted si la he ofendido con mi brusca respuesta--dije
reponiéndome--; pero yo no puedo creer eso que he oído. Todo cuanto
hay en mí que hable y palpite con señales de vida, protesta contra tal
idea. Si ella misma me lo dice, lo creeré; de otro modo no. Soy un
ciego estúpido tal vez, señora mía, pero yo detesto la luz que pueda
hacerme ver la soledad espantosa que usted quiere ponerme delante.
Pero no me ha dicho usted quién es ese inglés ni en qué se funda para
pensar...
--Ese inglés vino aquí hace seis meses, acompañando a otro que se
llama lord Byron, el cual partió para Levante al poco tiempo. Este que
aquí está, se llama lord Gray. ¿Quieres saber más? ¿Quieres saber en
qué me fundo para pensar que Inés le ama? Hay mil indicios que ni
engañan ni pueden engañar a una mujer experimentada como yo. ¿Y
eso te asombra? Eres un mozo sin experiencia, y crees que el mundo se
ha hecho para tu regalo y satisfacción. Es todo lo contrario, niño. ¿En
qué te fundabas para esperar que Inés estuviera queriéndote toda la vida,
luchando con la ausencia, que en esta edad es lo mismo que el olvido?
¡Pues no pedías poco en verdad! ¿Sabes que eres modestito? Que
pasaran años y más años, y ella siempre
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