escrito yo mismo con elegancia, y no lo he hecho de intento, temeroso de que no me entiendan bien, y fundado en que m��s vale que lo pague el estilo, que el que sufra el enfermo. De aqu�� es que, por el conocimiento y largo estudio que he hecho de los alcances del indio, he evitado todo lo posible el hacer per��odos largos, y oraciones muy compuestas: y asi yo no me he ce?ido �� la letra ni aun al m��todo de los Autores, de donde he trasladado las materias, sino que he procurado hablar siempre muy poco y lo preciso, trasladando ��nicamente la sustancia, y acomod��ndolo al mismo tiempo al genio y modo familiar de hablar que veo usan entre s�� estos naturales.
Si aun de este modo no se logra que los indios Curanderos aprendan �� tratar met��dicamente las enfermedades seguramente menos se lograr�� con los medios puestos en pr��ctica hasta ahora, esto es, con los libros escritos en lengua espa?ola, que andan en sus manos, y de los cuales generalmente nada entienden, �� lo menos los que viven en las provincias distantes de Manila: y aunque los entiendan, poco �� ning��n fruto sacar��n, como en efecto no lo sacan de su lectura. Dos son los libros conocidos entre ellos, el tratado del P. Clain, y el del _P. Santa Mar��a_. Este ��ltimo �� excepci��n de la breve y curiosa exposicion que hace de las virtudes de las plantas de Filipinas, en lo perteneciente al modo de curar las enfermedades de nada sirve, y aun en ciertos casos pueden ser muy perniciosas las curaciones emp��ricas que propone. El tratado del P. Clain, aunque escrito con algun cuidado, tiene defectos irreparables. En primer lugar, en infinitos casos no ha hecho m��s que amontonar sin ex��men varias especies de plantas, como propias para la curaci��n de alg��n mal, y suponi��ndolas de iguales virtudes, en fuerza de los informes seguramente tomados de los mismos indios; siendo as�� que las virtudes de muchas de ellas son enteramente opuestas �� las de las otras, y algunas plantas son de uso peligroso. En segundo lugar, las curas que propone en varias enfermedades son meramente emp��ricas, y as�� como pueden sanar, pueden tambi��n hacer mucho da?o. En tercero y ��ltimo lugar, dicho Autor trata tan superficialmente, y con estilo y m��todo tan confusos, la important��sima y delicada materia de las calenturas, que, adem��s de no ser de m��rito alguno cuanto all�� ense?a, es necesario saber bien el espa?ol para entenderle; y estoy muy cierto de que muchos espa?oles no comprender��n aquel art��culo; no sabr��n hacer la debida distinci��n entre calenturas y calenturas. En otros art��culos de menos importancia est�� tolerable, y es digno de aprecio el ap��ndice de las plantas que trae al fin, y del que me he servido en muchas ocasiones.
Con lo que llevo dicho no pretendo persuadirme �� que todos los indios indiferentemente han de entender este mi tratado. El mismo Tissot, escribiendo para europeos de la clase del pueblo, se hace cargo de lo mismo, y confiesa que ser��n muy pocos los que entender��n su obra. Pero advierto y digo, que con tal que haya una sola persona que le entienda en un pueblo, ella sola puede hacer bienes incalculables �� los enfermos. En Filipinas se debe esperar tambien mucho de los Padres Curas, de los Maestros de escuela, de los espa?oles nacidos en el pa��s, y de otras personas que, por raz��n de su trato con europeos, tienen m��s penetraci��n y luces que los pobres indios de las sementeras.
En cuanto �� los equivalentes �� suced��neos de los simples que trae Tissot, en su obra, pondr�� en seguida una tabla en donde ver�� claramente el lector, que nada he hecho de nuevo, que no se halle fundado �� bien en el ap��ndice de los suced��neos que se halla al fin de la dicha obra de Tissot, �� bien en los libros impresos en el pa��s, y que andan en manos de todos, �� ya tambien en la autoridad de algunos Bot��nicos c��lebres, como Linneo, etc. Hecha esta diligencia, ninguno tendr�� que decir nada de mis suced��neos. Veo �� muchos, aun espa?oles, muy t��midos en el uso de las medicinas �� simples, que no son del uso de los europeos; y apenas quieren persuadirse �� que en estas islas se halla, como en los paises m��s privilegiados, una multitud inmensa de vetables de virtudes maravillosas. Yo no he formado nunca un concepto tan mezquino de las riquezas y providencia paternal de nuestro Dios; antes creo que en todos los paises ha criado cuanto puede necesitar el hombre en salud y en enfermedad. Jam��s he pensado que un pobre indio, para curarse unas tercianas, tenga precisi��n de hacer un viage al Per�� para comprar dos reales de Quina ni que para vomitar, tenga que
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