y arrogante; y la sociedad, el genio.
¡Y genio fue José Martí!
Murió a los 42 años y es asombrosa su labor política y literaria.
A la edad en que otros comienzan a ascender, ya él traía guirnaldas del Olimpo.
En un mismo día, y en ocasiones en una misma hora, escribía un discurso, redactaba una
carta, pergeñaba una revista, otorgaba una clase, leía un libro, hojeaba un folleto, traducía
una fábula, hablaba de cosas fútiles con su familia y de cosas lisonjeras con sus amigos.
Tenía el don de contorcerse y dividirse, la cualidad de la centuplicación.
Un caso de polizoísmo.
Trabajaba en una casa de comercio, colaboraba en varias sociedades y magazines,
sostenía incansable correspondencia con sus adictos, enseñaba a los desgraciados,
meditaba, discutía, exaltaba a los pusilánimes, asaeteaba a los cobardes, confortaba a los
sufridos, se erguía ante los poderosos, lloraba con los indigentes; tenía un báculo para
cada caída, una esperanza para cada lacería, un bálsamo para cada dolor, una rosa para
cada beldad, un pensamiento dulce para cada párvulo, y aun le quedaba tiempo para ser
rendido y galante con la esposa y cariñoso y afable con los hijos.
Séneca, Aristóteles, Corneille, Bacon, Montaigne, Joubert, Massillón, San Agustín,
Rousseau, Voltaire, Shakespeare, Juvenal, toda una legión, se agitaba, bullía, vibraba en
aquel cerebro poderoso, hecho para los torneos y las epopeyas, para las recias batallas y
las hondas lucubraciones.
En sus manos eran a diario: el Tratado de la Naturaleza de Malebranche, Los
Pensamientos de Marco Aurelio, la _Historia de España de Mariana, los Epigramas_ de
Marcial, las endechas de Massinger, el Capital de Marx, las elegías de Propercio, los
Ensayos de Macaulay, las Observaciones de Llorente, el Catecismo de Lutero, todo le era
familiar, conocido, íntimo, y consideraba los periódicos como soldados y los libros como
hermanos.
Para él todas las mujeres eran santas, todos los hombres buenos, todos los guerreros
dignos, todos los oficios nobles, todas las cosas bellas.
El reptil, a sus ojos, se convertía en ave; el barro en oro; el erizo en flor; el espectro en
ángel.
Su voluntad era granito; su espíritu, llama.
Unía, a la calma de Massena, el arrojo de Murat.
Aunaba, al candor de Carlos Dickens, la precisión de Víctor Hugo.
Odiaba el estilo misoneico y la poesía macróstica.
Admiraba más a Martos que a Castelar.
Para sus compañeros y admiradores era inofensivo como la malva; para sus enemigos,
venenoso como el quedec.
Polígloto, enciclopédico, polílogo.
En aquellos, atardeceres mincosos de la gran Metrópoli, en que Martí solía pasearse por
las alamedas de Green Wood, ¡quién iba a imaginarse que de aquella mano tan sencilla
pendía un mundo, que tras aquella cabeza silenciosa iba una bandada de águilas
libertadoras!
Su erudición, pasma. Si todos van contra él, él va contra todos. Tiene del ala y del hacha.
De la roca y del torrente. De la hoja y del rayo. Ensalza, y va hasta lo infinito; derriba, y
llega hasta el abismo. Cuando alaba encumbra; cuando analiza, despedaza. Su palabra,
ora corre mansa, ora retumba; sus verbos, ora se deslizan, ora estallan. Algo como un
trueno avanza por entre sus frases calológicas. Se siente calor de nube y rodar de cañones.
Esculpe de una plumada; retrata de un brochazo. Tiene arranques sublimes en que parece
que la tierra se levanta o el cielo se desploma. Tiene voces que gimen, términos que
gritan, giros que rimbomban. Se escucha vuelo de pájaros y fuego de fusilería. Su dibujo
es línea recta; su corte, el del diamante. Es paleta y es cincel. Es terso y es hondo. Palpita
y regolfa. Su ritmo es una nave que se aleja; su dialéctica, escuadra que combate. Por
entre la malla de su prosa hay pueblos que se hunden, ejércitos que se destrozan, mares
que se revuelcan, bosques que caminan. Es raso y es acero. Es guzla y es clarín. Es
halago y es centella. Escribe versos que enamoran, filípicas que entusiasman, libros que
glorifican. Es diminuto y es excelso. Sencillo y complicado. Es león y paloma. Oruga y
colibrí. A veces se detiene, como ante un precipicio; a veces corre veloz, como una
locomotora. Mezcla lo alto y lo bajo, lo noble y lo ruin, la mariposa y el estiércol, la mirla
y el escarabajo, el dicterio y la canción.
Todo sale embellecido y purificado de aquella péñola incomparable, péñola que hoy
bendice todo un pueblo, y es lumbre de la humanidad.
Su vida fue un himno permanente a todos los derechos, eterna protesta a todas las
iniquidades.
Fue mentor augusto, patriota insigne.
Fue principio y resumen. Alfa y Omega. Sacerdote y apóstol. Mecenas y Catón. Sufrió,
amó, creó. Conoció lo pasado, vislumbró lo porvenir. Fue artista, gladiador, vidente. Se
echó un mundo a la espalda y con él se le vio, radioso y fatigado, camino
Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.