perdurable por el recuerdo y la memoria.
Su recuerdo es para mí un ariete, relámpago que cruza las soledades de mi cerebro, viento
agitado en mi calma abrumadora, águila que despierta--en horas de abatimiento--a
picotazos mi alma.
Fui, con varios condiscípulos, expresamente a conocerle. Habitaba casa humilde y vivía
modestamente.
Enamorado yo de sus escritos, deslumbrada mi juventud por aquel vuelo de cóndores de
su prosa soberana, entré a aquel Areópago con el pensamiento en las nubes y el corazón
en los labios.
Eran días tétricos para los colombianos residentes en New York, días en que un
desdichado compatriota, al frente de un puesto distinguido, había llevado a sus gavetas
joyas que no eran suyas.
Fue ese el tópico obligado, y Martí me decía: «los suramericanos enviamos trozos
humanos putrefactos para que estos países los escarben y examinen, mandamos el rostro
ensangrentado de la Patria para que estos países lo abofeteen».
Sobre Cuba exclamaba:
«Estoy desorientado y triste, pero con la mirada siempre fija en la cumbre inaccesible.
»En mi tierra no hay más que dos hombres: Gómez y Maceo, y una bandera: yo.
»A ellos los tienen como visionarios y a mí me consideran loco. Nos han dejado solos.
»Aquí, en los momentos de angustia, en esos días lóbregos en que en vano lucho y brego
con los hombres y las cosas, al trasladar al papel mis pobres pensamientos, no me explico,
no comprendo cómo no se transforma en Vesubio mi cabeza ni se convierte mi pluma en
bayoneta.
»Ustedes, los colombianos, tienen aun esperanzas de redención: allí hay vida, hay savia,
hay esplendor.
Nosotros no tenemos nada.
»Cuba es una tumba muy grande que guarda un cadáver más grande que ella: la raza
india muerta.
»Esa raza me alienta, y la máxima de Bolívar me conforta: '¡Venceremos!'».
Calló, inclinó la cabeza meditabundo, me pareció escuchar el ruido estruendoso de las
armas en la manigua, y comprendí que aquel hombre era algo más que tribuno, algo más
que genio: ¡era la Libertad!
La América latina ha sido escasa en mentes colosales. El genio, como el célebre arbusto
parlante de Sumatra, no se ha dado en América sino muy de tarde en tarde.
Ha habido ilustraciones altas y macizas, pensadores vastos y profundos, prosistas,
oradores y poetas de palabra de oro y alas luminosas; pero el genio auténtico, la cabeza
batida por aquilones y coronada de rayos, la lengua de fuego que realza y purifica cuanto
toca, la pluma gigante que vierte a raudales la ternura, la ciencia y la filosofía... esos, han
sido muy raros en América.
Genio Montalvo; genio José Martí.
El primero con una sombra: el arcaísmo; el segundo, sin sombras y sin manchas.
La estulticia de las muchedumbres, el espíritu fácil al aplauso de nuestra raza, la lisonja
desmesurada de los gacetilleros, el coro vacuo y frívolo de las mediocridades, han hecho
aparecer en ocasiones como lumbreras a seres que apenas han tocado los primeros
peldaños de la gloria.
Entes grandes y pomposos--como la encina de Lebes--, pero huecos.
Árboles corpulentos de espléndido ramaje, pero torcidos e inclinados a la tierra.
Hoy la serie de pensadores es como una serie de montañas, pero sin cumbres que
sobresalgan, sin picos que se despidan de las otras.
La constante difusión de las luces, el espíritu incansable e investigador del siglo, la
rapidez y la facilidad en las comunicaciones, la escuela, el libro, la prensa y la tribuna,
han eliminado esas eminencias, cúspides de la humanidad.
Con la abundancia de las colinas han desaparecido los Himalayas.
Con la dilatación ha resultado el aplanamiento, con el ensanche se ha perdido la altitud.
El peñón abrupto es arena rutilante.
El nido es colmena.
La altura es extensión.
La cima ha sido cubierta por la arboleda en marcha: no se ven más que árboles.
La roca altísima ha sido invadida por el mar: no se ven más que olas.
Hoy es plaza lo que ayer fue torre, lago lo que fue atalaya, cielo inconmensurable lo que
fue astro esplendoroso.
«Las cumbres se han deshecho en llanuras, las llanuras son cumbres.
»Son muchos los poetas secundarios, escasos los poetas eminentes solitarios.
»El genio va pasando de individual a colectivo.
»El hombre pierde en beneficio de los hombres.
»Se diluyen, se expanden las cualidades de los privilegiados a la masa».
Las golondrinas se han elevado y los cometas han descendido.
Las legiones han subido y Júpiter ha bajado.
El mérito de Martí consistió precisamente en eso: haber dado sombra a tantas grandezas.
En época, en que la ciencia es ambiente y el talento multitud, él fue Argos impoluto,
gigante, solo, y ¡único!
Todo tiene en la naturaleza su punto culminante, su nota dominadora, su faz grave y
severa: la selva, el roble centenario; el océano, la ola inmensa de cresta arrebolada; el
desierto, el león hirsuto
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