Zalacaín El Aventurero | Page 7

Pío Baroja
cuando estaba borracho cantaba muy mal, sin afinación alguna, pero dando a las palabras mucha malicia.
Las dos canciones favoritas suyas eran dos híbridas de vascuence y castellano; traducidas literalmente no querían decir gran cosa, pero en sus labios significaban todo. Una, probablemente de su invención, era así:
Ba dala sargentua Ba dala quefia. Erregui?en bizcarretic Artzen ditu cafia.
(Ya sea sargento, ya sea jefe, a costa de la reina, toma su café).
Esto, en boca de Tellagori, quiería decir que todo el mundo era un pillo.
La otra canción la tenía el viejo para los momentos solemnes, y era así:
Manuelacho, escasayozu Barcasiyua Andresí.
(Manolita, pídele perdón a Andrés).
Y hacía, al decir esto Tellagorri, una reverencia cómica, y continuaa con voz gangosa:
Beti orrela ibilli gabe majo sharraren iguesí.
(Sin andar siempre, de esa manera, huyendo de un viejecito tan majo).
Y después, como una consecuencia grave de lo que había dicho antes, a?adía:
Napoleonen pauso gaiztoac ondó dituzu icasi.
(Los malos pasos de Napoleón, bien los has aprendido).
No era fácil comprender qué malos pasos de Napoleón habría aprendido Manolita. Probablemente Manolita no tendría ni la más remota idea de la existencia del héroe de Austerlitz, pero esto no era obstáculo para que la canción en boca de Tellagorri tuviese muchísima gracia.
Para los momentos en que Tellagorri estaba un tanto excitado o borracho, tenía otra canción bilingüe, en que se celebraba el abrazo de Vergara y que concluía así:
?Viva Espartero! ?Viva erregui?a! ?Ojalá de repente ilcobalizaque Bere ama ciqui?a!
(?Viva Espartero! ?Viva la reina! Ojalá de repente se muriese su sucia madre!).
Este adjetivo, dirigido a la madre de Isabel II, indicaba cómo había llegado el odio por María Cristina hasta los más alejados rincones de Espa?a.

CAPíTULO IV
QUE SE REFIERE A LA NOBLE CASA DE OHANDO
A la entrada del pueblo nuevo, en la carretera, y por lo tanto, fuera de las murallas, estaba la casa más antigua y linajuda de Urbia: la casa de Ohando.
Los Ohandos constituyeron durante mucho tiempo la única aristocracia de la villa; fueron en tiempo remoto grandes hacendados y fundadores de capellanías, luego algunos reveses de fortuna y la guerra civil, amenguaron sus rentas y la llegada de otras familias ricas les quitó la preponderancia absoluta que habían tenido.
La casa Ohando estaba en la carretera, lo bastante retirada de ella para dejar sitio a un hermoso jardín, en el cual, como haciendo guardia, se levantaban seis magníficos tilos. Entre los grandes troncos de estos árboles crecían viejos rosales que formaban guirnaldas en la primavera cuajadas de flores.
Otro rosal trepador, de retorcidas ramas y rosas de color de té, subía por la fachada extendiéndose como una parra y daba al viejo casarón un tono delicado y aéreo. Tenía además este jardín, en el lado que se unía con la huerta, un bosquecillo de lilas y saúcos. En los meses de Abril y Mayo, estos arbustos florecían y mezclaban sus tirsos perfumados, sus corolas blancas y sus racimillos azules.
En la casa solar, sobre el gran balcón del centro, campeaba el escudo de los fundadores tallado en arenisca roja; se veían esculpidos en él dos lobos rampantes con unas manos cortadas en la boca y un roble en el fondo. En el lenguaje heráldico, el lobo indica encarnizamiento con los enemigos; el roble, venerable antigüedad.
A juzgar por el blasón de los Ohandos, estos eran de una familia antigua, feroz con los enemigos. Si había que dar crédito a algunas viejas historias, el escudo decía únicamente la verdad.
La parte de atrás de la casa de los hidalgos daba a una hondonada; tenía una gran galería de cristales y estaba hecha de ladrillo con entramado negro; enfrente se erguía un monte de dos mil pies, según el mapa de la provincia, con algunos caseríos en la parte baja, y en la alta, desnudo de vegetación, y sólo cubierto a trechos por encinas y carrascas.
Por un lado, el jardín se continuaba con una magnífica huerta en declive, orientada al mediodía.
La familia de los Ohandos se componía de la madre, do?a águeda, y de sus hijos Carlos y Catalina.
Do?a águeda, mujer débil, fanática y entermiza, de muy poco carácter, estaba dominada constantemente en las cuestiones de la casa por alguna criada antigua y en las cuestiones espirituales por el confesor.
En esta época, el confesor era un curita joven llamado don Félix, hombre de apariencia tranquila y dulce que ocultaba vagas ambiciones de dominio bajo una capa de mansedumbre evangélica.
Carlos de Ohando el hijo mayor de do?a águeda, era un muchacho cerril, obscuro, tímido y de pasiones violentas. El odio y la envidia se convertían en el en verdaderas enfermedades.
A Martín Zalacaín le había odiado desde peque?o cuando Martín le calentó las costillas al salir de la escuela, el odio de Carlos se convirtió en furor. Cuando le veía a Martín andar a caballo y entrar en el río, le deseaba un desliz peligroso.
Le odiaba frenéticamente.
Catalina, en
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 57
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.