Viajes por Filipinas: De Manila á Albay | Page 9

Juan Álvarez Guerra
formadas en
el segundo siglo de nuestra era, el origen de la palabra Manila: sea de
esto lo que quiera, es lo cierto que en la llamada hoy Isla de Luzón, y
en su extremo Sur, se encuentra la provincia de Albay.
El nombre de Albay, es una corruptela según unos, de Ibat, régulo que
imperaba á la llegada de los españoles en dicha parte de tierra, y según
otros se la hace derivar de Ibalón, voz que procede del término local
ivald, que quiere significar toda cosa que está al otro lado de algún río ó
brazo de mar.
Con el nombre de Ibalón se conocía de antiguo la provincia de Albay,
tomado sin duda de su primitiva cabecera así llamada, situada en
Gaditaan--hoy visita de Magallanes;--este barrio lo separa un brazo de
mar de sus vecinas islas de San Diego, Tinacos y Bagatao, como
asimismo se interpone entre aquel y las islas de Ticao y Samar, el
estrecho de San Bernardino; separándole por último la bocana de la
bahía de Larsogon de Tumalaytay y Macalaya, donde estuvo también
algún tiempo la capital de la provincia, siéndolo hoy el pueblo de
Albay que le da nombre.

La palabra albay, es corrupción de albay-bay; al preposición castellana,
y bay-bay palabra bicol que significa playa; de modo, que unida la
palabra española á la bicol, resulta albay-bay, ó sea á la playa. Sabido
es que antiguamente se vivía por lo general tierra adentro para evitar las
sorpresas de los desembarcos moros ó de los mismos barangayanes
enemigos, y acaso entre aquellos habitantes habría algún europeo que al
mandarlos á la playa, construiría la palabra albay-bay. El abuso que
hace el indio del apócope, justifica que la palabra albay-bay quedase
reducida á la de Albay. El primitivo pueblo fué el conocido hoy por el
de Legaspi, y al cual muchos naturales le siguen llamando
Vanuangdaan, ó sea Albay viejo.
El lugar que ocupa en la actualidad la cabecera, se denominaba tay-tay
que significa fila ó hilera.
Albay, ó sea la capital de la provincia de la que toma el nombre, se
encuentra situado entre los pueblos de Daraga y Legaspi, distando de
este último, y por consiguiente de la mar, 3 km. escasos. El aspecto del
pueblo no demuestra ser la cabecera de una de las provincias más ricas
del archipiélago filipino. La Casa Real, residencia del Gobernador, es
una destartalada vivienda de construcción mixta, predominando en ella
la tabla y la nipa. La Administración de Hacienda tiene techo de hierro,
y el Tribunal, pobrísimo edificio, es al par que casa municipal cárcel de
partido. Esta cárcel dividida en dos reducidas cuadras, ocupa los bajos
del Tribunal y alberga no solo los presos preventivos, si que también
los que procedentes de causas sustanciadas en aquel juzgado, fueron
condenados á menos de dos años de prisión. La provincia que nos
ocupa tiene una gran masa de población, y aunque su criminalidad no
es mucha, siempre hay que contar entre los detenidos por el Gobierno,
juzgado y administración, y los que extinguen condena, con unos 150 á
200 individuos por término medio, amontonados en los sucios sótanos
de aquella cárcel. Es de advertir que Albay es una de las provincias que
más rendimiento llevan á las cajas locales, siendo la última que dejó de
pagar la contribución llamada tanorias, importante unos 25.000 duros.
Estos ingresos, visto el desamparo y la carencia absoluta de edificios
públicos, prueba no se les da su verdadero destino; cierto es que á
saliente de la plaza del pueblo se alzan los muros de una soberbia cárcel,

pero ciertísimo es también que ya se han agotado no sabemos cuántos
presupuestos, y que los muros siguen poco menos que en cimientos,
que las maderas acopiadas se pudren y que los hierros y sillares
desaparecen. Y al hablar de la cárcel no podemos pasar en silencio un
hecho que se verifica, no solamente en la de Albay, si que también en
la mayoría de las de Filipinas. Un Gobernador general práctico y
conocedor de las necesidades del indio, consiguió del Gobierno
supremo un Real decreto por el que se le autorizaba á dar permisos á
los jefes de provincias, para que á los presos preventivos no solamente
se les dejara salir de las cárceles, con la competente custodia, á bañarse,
lavar la ropa y hacer aguada, si que también á ocuparlos en trabajos
moderados que revistieran caracteres puramente higiénicos. Esta
concesión como se ve, teniendo en cuenta la estrechez, malas
condiciones de las cárceles y fuertes temperaturas de aquellos climas,
era benéfica y humanitaria: pero en efecto, el tiempo y las
circunstancias han convertido el principio humanitario en
inhumanitario y cruel, y el trabajo regenerador, higiénico y voluntario
del preso preventivo, en el infamante, durísimo y forzoso del
condenado. Se dirá, ¿y el indio
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