de salvages que se anidaban en sus dilatados é impenetrables
bosques. Poblaciones enteras salieron á disputarle el paso, y á todas
opuso una valerosa resistencia, segundado por sus fieles compañeros,
que á pesar de ser indios, defendieron á un europeo. Por fin llegó al
término suspirado de su viage, y tomó asiento en un buque portugues
que lo llevó á Lisboa.
Encargado por el Gobernador Martinez de Irala de poner en manos del
Rey un parte detallado de las principales ocurrencias de su
administracion, pasó á Sevilla, en donde se hallaba á la sazon el
Emperador Carlos V: y en la audiencia que le concedió aquel soberano,
agregó verbalmente otras noticias á las que contenia el informe de Irala.
Este documento, muy importante para la história de nuestras provincias,
si no se extravió en poder del Rey, deberia hallarse en Sevilla ó
Simancas, en el fárrago de papeles hacinados en sus archivos.
Libre ya Schmidel de todos sus compromisos, se embarcó para
Amberes, de donde se restituyó al seno de su familia al cabo de veinte
años de ausencia.
PEDRO DE ANGELIS.
Buenos Aires, 16 de Setiembre de 1836.
VIAGE AL RIO DE LA PLATA.
CAPITULO I.
De la navegacion de Amberes á España.
El año de 1534, salí de Amberes embarcado para España; llegué á
Cádiz en 14 dias, navegando 480 leguas, y ví en la costa una ballena de
35 pasos, de cuyo aceite se lleñaron 30 toneles. Habia en el puerto 14
navios grandes prevenidos para ir al Rio de la Plata, 2,500 españoles y
150 alemanes, flamencos y sajones, con su Capitan General, D. Pedro
de Mendoza, y 72 caballos é yeguas. Uno de estos navios era de
Sebastian Noarto y Jacobo Belzar, en que iba Enrique Peyne, su factor,
con mercaderias al Rio de la Plata, en el cual me embarqué con cerca
de 80 alemanes y flamencos, bien armados. Salimos del puerto el dia de
San Bartolomé, de 1534, con la armada, y llegamos á San Lucar, que
dista 20 leguas de Sevilla, donde nos detuvimos por lo tormentoso del
mar.
CAPITULO II.
De la navegacion desde España á las Canarias.
A primero de Setiembre, sosegado el tiempo, salimos de San Lucar, y
llegamos á tres islas no muy distantes entre sí, llamadas Tenerife,
Gomera y Palma, que distan de San Lucar 200 leguas[1]; muy
abundantes de azucar: allí se dividió la armada. Habitan estas islas
españoles con sus mugeres é hijos, y son del dominio del Rey.
Estuvimos cuatro semanas con tres naves en la Palma, proveyéndonos
de vituallas, hasta que vino órden de D. Pedro de Mendoza para
proseguir viage. Estaba en nuestra nave un pariente de D. Pedro,
llamado D. Jorge de Mendoza, que se habia enamorado de la hija de un
vecino de la Palma: pues habiendo el último dia levado anclas, salió á
tierra D. Jorge con doce compañeros, acerca de las doce de la noche, y
la robaron, trayéndola á la nave con una criada, sus vestidos, joyas y
dinero; y ocultamente la metieron en nuestro navio, sin que el capitan
Enrique Peyne supiese nada. Solo lo advirtieron las centinelas, que lo
habian visto.
Empezamos á navegar por la mañana, y á las dos ó tres leguas de viage,
entró tan recio temporal que nos volvimos al puerto y echamos las
anclas. Enrique Peyne fué en el bote á tierra, y queriendo tomarla, vió
30 hombres armados con escopetas y espadas, que querian prenderle: y
conociéndolo sus marineros, le instaron á que no saliese á tierra.
Procuró volverse á toda prisa, aunque menos de la que él quisiera,
porque le seguian en navichuelos los de tierra, amenazándole. Al fin se
libró de ellos en otra nave mas cercana á tierra.
Viendo los Canarios que no podian cogerle, hicieron tocar á rebato, y
trageron dos tiros, que dispararon cuatro veces contra el navio mas
cercano. El primero hizo pedazos una olla de agua, de cuatro ó cinco
arrobas; el segundo quebró el último árbol de la nave; el tercero hizo un
agujero grande en el costado, y mató á un hombre, y aunque erraron el
cuarto, quedó muy maltratada la nave.
Estaba surto en el puerto otro capitan que iba á Méjico, y él en tierra
con 150 hombres: el cual, habiendo sabido el robo de la muger,
procuraba la paz entre nosotros y los de la ciudad, con que se les
entregasen D. Jorge de Mendoza, la hija y la criada; y habiendo entrado
el capitan Peyne y el gobernador de la isla en nuestro navio para
egecutar lo pactado, D. Jorge les dijo, que aquella era su muger, y ella
que su marido; y al punto se desposaron con gran dolor y tristeza del
padre de la muchacha.
[Nota 1: En las distancias suele tener poco
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