a?os al menos y tres cuando más; no tener madre ni padre, á fin de evitar toda reclamación; ser bonita, rubia, con ojos azules. En cuanto al carácter, ella se encargaría de formársele y sería bueno.
Ocho días después la se?orita Guichard recibía aviso de que una nodriza de Courbevoie tenía una ni?a que realizaba absolutamente el programa formulado. El padre y la madre habían muerto y como hacía un a?o que nadie pagaba las mensualidades, aquella mujer, muy pobre, se iba á ver precisada con gran sentimiento y después de haber tardado todo lo posible, á llevar la criatura á la Inclusa. La se?orita Guichard subió inmediatamente al coche, se fué á Courbevoie, vió á la ni?a, que se llamaba Herminia, la encontró á su gusto, dió quinientos francos á la nodriza y se fué colmada de bendiciones y llevando triunfalmente á su heredera.
En su condición de mujer soltera, le pareció inconveniente el ser llamada mamá y ense?ó á Herminia á llamarla "mi tía." Pudo desde entonces desafiar á Roussel no sólo en el presente, sino también en el porvenir. La hija de la una valía por el hijo del otro. Pero, cosa singular, el corazón de Clementina no se fundió, como el de Fortunato, al calor de esta nueva afección. Amó á Herminia, no por la dicha de amar, sino porque le servía de aliada contra su enemigo. El encanto, la gracia, la inocencia de la ni?a no lograron apoderarse por completo de la se?orita Guichard, que no fué verdaderamente sensible más que al útil apoyo que le proporcionaba aquella criatura, en su lucha contra Fortunato.
No pudo desconocer, ciertamente, la dicha que entraba en su casa, que era, antes de la adopción de Herminia, como una jaula sin pájaro y que ahora llenaba la ni?a con sus risas, con sus cantos, con su alegría. Pero Clementina era menos accesible á estos goces deliciosos que á la áspera satisfacción de pensar veinte veces al día: "He perjudicado á Roussel."
Educó á Herminia con perfección pero severamente. La cuidó con el celo de un artillero por su ca?ón. Cuando la ni?a estuvo enferma, la se?orita Guichard experimentó vivas inquietudes, llamó al mejor médico y hasta pasó en vela algunas noches; pero jamás experimentó ese ardor espiritual que templa la atmósfera en torno de un ni?o y le hace vivir en medio de la mayor seguridad, en la evolución de un tranquilo desarrollo. Jamás su corazón de mujer tuvo los peque?os refinamientos de afecto, las delicadas atenciones que Roussel prodigaba á Mauricio.
Se hizo amar por su hija adoptiva, pero se hizo más respetar. El nombre de "tía" convenía por su frialdad á las relaciones afectuosas que Herminia tenía con la se?orita Guichard: llamarla mamá hubiera sido imposible, porque en realidad era tratada como una sobrina.
Durante quince a?os la vida no ofreció graves incidentes. El rencor de Clementina no estaba extinguido, sino en ese estado de incubación semejante al de los volcanes que no revelan su actividad interior más que por los tenues hilos de humo que se escapan por sus costados. Ni Roussel ni la se?orita Guichard habían hablado de sus disentimientos á Mauricio y á Herminia, obedeciendo al miedo de sembrar el odio en aquellos sencillos espíritus.
Los dos muchachos crecieron y entraron en la edad juvenil. Mauricio, después de terminar sus estudios, había manifestado una afición muy marcada por la pintura. Como estaba llamado á ser rico, pues el capital de su padre, cuidadosamente administrado, producía treinta mil francos de renta y Mauricio le había asegurado una considerable fortuna por una donación _inter vivos_, poseía todos los medios necesarios para realizar sus aspiraciones artísticas. Roussel, siempre práctico, no se contentó con que su hijo fuese un simple aficionado.
--Todo lo que se hace, le decía, es preciso hacerlo con perfección. Deseas pintar, no me opongo; pero te exijo que trabajes como si tuvieras necesidad de tu paleta para vivir. Vas á entrar en la escuela de Bellas Artes; te recomendaré á Baudry, que es amigo mío, y á Meissonier, á quien conocí en la Guardia nacional. Si quieres hacer grandes cuadros á la manera de los grandes maestros italianos del Renacimiento, el primero te será útil; si prefieres dedicarte al arte minucioso de los Flamencos, el segundo te dará consejos; pero, cualquiera que sea tu elección, conviene que te apliques á ella con todas tus fuerzas.
Mauricio adquirió ese compromiso y le cumplió. á los veintitrés a?os obtuvo el segundo premio y por una rara delicadeza, no quiso concurrir al a?o siguiente, aunque estaba casi seguro de la victoria. Para explicarlo, dió á su tutor razones que le conmovieron vivamente:
--Tengo tres concurrentes enteramente pobres y pueden desesperarse por un fracaso. Cualquiera de ellos que obtenga el primer premio tiene su carrera asegurada. ?Voy yo, que soy rico, gracias á mi padre y á usted,
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