Trafalgar | Page 8

Benito Pérez Galdós
de aquél y los miembros de éste. Por ejemplo, hablando de la pérdida de su ojo, decía que había cerrado el portalón de estribor; y para expresar la rotura del brazo, decía que se había quedado sin la serviola de babor. Para él el corazón, residencia del valor y del heroísmo, era el pa?ol de la pólvora, así como el estómago el pa?ol del viscocho. Al menos estas frases las entendían los marineros; pero había otras, hijas de su propia inventiva filológica, de él sólo conocidas y en todo su valor apreciadas. ?Quién podría comprender lo que significaban patigurbiar, chingurria y otros feroces nombres del mismo jaez? Yo creo, aunque no lo aseguro, que con el primero significaba dudar, y con el segundo tristeza. La acción de embriagarse la denominaba de mil maneras distintas, y entre éstas la más común era ponerse la casaca, idiotismo cuyo sentido no hallarán mis lectores, si no les explico que, habiéndole merecido los marinos ingleses el dictado de casacones, sin duda a causa de su uniforme, al decir ponerse la casaca por emborracharse, quería significar Marcial una acción común y corriente entre sus enemigos. A los almirantes extranjeros los llamaba con estrafalarios nombres, ya creados por él, ya traducidos a su manera, fijándose en semejanzas de sonido. A Nelson le llamaba el Se?orito, voz que indicaba cierta consideración o respeto; a Collingwood el tío Calambre, frase que a él le parecía exacta traducción del inglés; a Jerwis le nombraba como los mismos ingleses, esto es, viejo zorro; a Calder el tío Perol, porque encontraba mucha relación entre las dos voces; y siguiendo un sistema lingüístico enteramente opuesto, designaba a Villeneuve, jefe de la escuadra combinada, con el apodo de Monsieur Corneta, nombre tomado de un sainete a cuya representación asistió Marcial en Cádiz. En fin, tales eran los disparates que salían de su boca, que me veré obligado, para evitar explicaciones enojosas, a sustituir sus frases con las usuales, cuando refiera las conversaciones que de él recuerdo.
Sigamos ahora. Do?a Francisca, haciéndose cruces, dijo así:
??Cuarenta navíos! Eso es tentar a la Divina Providencia. ?Jesús!, y lo menos tendrán cuarenta mil ca?ones, para que estos enemigos se maten unos a otros.
--Lo que es como Mr. Corneta tenga bien provistos los pa?oles de la pólvora--contestó Marcial se?alando al corazón--, ya se van a reír esos se?ores casacones. No será ésta como la del cabo de San Vicente.
--Hay que tener en cuenta--dijo mi amo con placer, viendo mencionado su tema favorito--, que si el almirante Córdova hubiera mandado virar a babor a los navíos San José y Mejicano, el Sr. de Jerwis no se habría llamado Lord Conde de San Vicente. De eso estoy bien seguro, y tengo datos para asegurar que con la maniobra a babor, hubiéramos salido victoriosos.
--?Victoriosos!--exclamó con desdén Do?a Francisca--. Si pueden ellos más... Estos bravucones parece que se quieren comer el mundo, y en cuanto salen al mar parece que no tienen bastantes costillas para recibir los porrazos de los ingleses.
--?No!--dijo Medio-hombre enérgicamente y cerrando el con gesto amenazador--. ?Si no fuera por sus muchas astucias y picardías!... Nosotros vamos siempre contra ellos con el alma a un largo, pues, con nobleza, bandera izada y manos limpias. El inglés no se larguea, y siempre ataca por sorpresa, buscando las aguas malas y las horas de cerrazón. Así fue la del Estrecho, que nos tienen que pagar. Nosotros navegábamos confiados, porque ni de perros herejes moros se teme la traición, cuantimás de un inglés que es civil y al modo de cristiano. Pero no: el que ataca a traición no es cristiano, sino un salteador de caminos. Figúrese usted, se?ora--a?adió dirigiéndose a Do?a Francisca para obtener su benevolencia--, que salimos de Cádiz para auxiliar a la escuadra francesa que se había refugiado en Algeciras, perseguida por los ingleses.
Hace de esto cuatro a?os, y entavía tengo tal coraje que la sangre se me emborbota cuando lo recuerdo. Yo iba en el Real Carlos, de 112 ca?ones, que mandaba Ezguerra, y además llevábamos el San Hermenegildo, de 112 también; el San Fernando, el Argonauta, el San Agustín y la fragata Sabina. Unidos con la escuadra francesa, que tenía cuatro navíos, tres fragatas y un bergantín, salimos de Algeciras para Cádiz a las doce del día, y como el tiempo era flojo, nos anocheció más acá de punta Carnero. La noche estaba más negra que un barril de chapapote; pero como el tiempo era bueno, no nos importaba navegar a obscuras. Casi toda la tripulación dormía: me acuerdo que estaba yo en el castillo de proa hablando con mi primo Pepe Débora, que me contaba las perradas de su suegra, y desde allí vi las luces del San Hermenegildo, que navegaba a estribor como a tiro de ca?ón. Los demás barcos iban delante. Pusque lo que menos
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