Trafalgar | Page 7

Benito Pérez Galdós
recuerdo me hace deplorar la sequedad de mi paleta, pues a fe que merece ser pintado por un diestro retratista. No puedo decir si su aspecto hacía reír o imponía respeto: creo que ambas cosas a la vez, y según como se le mirase.
Puede decirse que su vida era la historia de la marina espa?ola en la última parte del siglo pasado y principios del presente; historia en cuyas páginas las gloriosas acciones alternan con lamentables desdichas. Marcial había navegado en el Conde de Regla, en el San Joaquín, en el Real Carlos, en el Trinidad, y en otros heroicos y desgraciados barcos que, al parecer derrotados con honra o destruidos con alevosía, sumergieron con sus viejas tablas el poderío naval de Espa?a.
Además de las campa?as en que tomó parte con mi amo, Medio-hombre había asistido a otras muchas, tales como la expedición a la Martinica, la acción de Finisterre y antes el terrible episodio del Estrecho, en la noche del 12 de julio de 1801, y al combate del cabo de Santa María, en 5 de octubre de 1804.
A la edad de sesenta y seis a?os se retiró del servicio, mas no por falta de bríos, sino porque ya se hallaba completamente desarbolado y fuera de combate. él y mi amo eran en tierra dos buenos amigos; y como la hija única del contramaestre se hallase casada con un antiguo criado de la casa, resultando de esta unión un nieto, Medio-hombre se decidió a echar para siempre el ancla, como un viejo pontón inútil para la guerra, y hasta llegó a hacerse la ilusión de que le gustaba la paz. Bastaba verle para comprender que el empleo más difícil que podía darse a aquel resto glorioso de un héroe era el de cuidar chiquillos; y en efecto, Marcial no hacía otra cosa que cargar, distraer y dormir a su nieto, para cuya faena le bastaban sus canciones marineras sazonadas con algún juramento, propio del oficio.
Mas al saber que la escuadra combinada se apercibía para un gran combate, sintió renacer en su pecho el amortiguado entusiasmo, y so?ó que se hallaba mandando la marinería en el alcázar de proa del Santísima Trinidad. Como notase en D. Alonso iguales síntomas de recrudecimiento, se franqueó con él, y desde entonces pasaban gran parte del día y de la noche comunicándose, así las noticias recibidas como las propias sensaciones, refiriendo hechos pasados, haciendo conjeturas sobre los venideros y so?ando despiertos, como dos grumetes que en íntima confidencia calculan el modo de llegar a almirantes.
En estas encerronas, que traían a Do?a Francisca muy alarmada, nació el proyecto de embarcarse en la escuadra para presenciar el próximo combate. Ya saben ustedes la opinión de mi ama y las mil picardías que dijo del marinero embaucador; ya saben que D. Alonso insistía en poner en ejecución tan atrevido pensamiento, acompa?ado de su paje, y ahora me resta referir lo que todos dijeron cuando Marcial se presentó a defender la guerra contra el vergonzoso statu quo de Do?a Francisca.

-IV-
?Se?or Marcial--dijo ésta con redoblado furor:--si quiere usted ir a la escuadra a que le den la última mano, puede embarcar cuando quiera; pero lo que es este no irá.
--Bueno--contestó el marinero, que se había sentado en el borde de una silla, ocupando sólo el espacio necesario para sostenerse--: iré yo solo. El demonio me lleve, si me quedo sin echar el catalejo a la fiesta.?
Después a?adió con expresión de júbilo:
?Tenemos quince navíos, y los francesitos veinticinco barcos. Si todos fueran nuestros, no era preciso tanto... ?Cuarenta buques y mucho corazón embarcado!?
Como se comunica el fuego de una mecha a otra que está cercana, así el entusiasmo que irradió del ojo de Marcial encendió los dos, ya por la edad amortiguados, de mi buen amo.
?Pero el Se?orito--continuó Medio-hombre--, traerá muchos también. Así me gustan a mí las funciones: mucha madera donde mandar balas, y mucho jumo de pólvora que caliente el aire cuando hace frío.?
Se me había olvidado decir que Marcial, como casi todos los marinos, usaba un vocabulario formado por los más peregrinos terminachos, pues es costumbre en la gente de mar de todos los países desfigurar la lengua patria hasta convertirla en caricatura. Observando la mayor parte de las voces usadas por los navegantes, se ve que son simplemente corruptelas de las palabras más comunes, adaptadas a su temperamento arrebatado y enérgico, siempre propenso a abreviar todas las funciones de la vida, y especialmente el lenguaje. Oyéndoles hablar, me ha parecido a veces que la lengua es un órgano que les estorba.
Marcial, como digo, convertía los nombres en verbos, y éstos en nombres, sin consultar con la Academia. Asimismo aplicaba el vocabulario de la navegación a todos los actos de la vida, asimilando el navío con el hombre, en virtud de una forzada analogía entre las partes
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