Trafalgar | Page 4

Benito Pérez Galdós
tiempo no ha pasado; tengo frente a mí los principales hechos de mi mocedad; estrecho la mano de antiguos amigos; en mi ánimo se reproducen las emociones dulces o terribles de la juventud, el ardor del triunfo, el pesar de la derrota, las grandes alegrías, así como las grandes penas, asociadas en los recuerdos como lo están en la vida. Sobre todos mis sentimientos domina uno, el que dirigió siempre mis acciones durante aquel azaroso periodo comprendido entre 1805 y 1834. Cercano al sepulcro, y considerándome el más inútil de los hombres, ?aún haces brotar lágrimas de mis ojos, amor santo de la patria! En cambio yo aún puedo consagrarte una palabra, maldiciendo al ruin escéptico que te niega, y al filósofo corrompido que te confunde con los intereses de un día.
A este sentimiento consagré mi edad viril y a él consagro esta faena de mis últimos a?os, poniéndole por genio tutelar o ángel custodio de mi existencia escrita, ya que lo fue de mi existencia real. Muchas cosas voy a contar. ?Trafalgar, Bailén, Madrid, Zaragoza, Gerona, Arapiles!... De todo esto diré alguna cosa, si no os falta la paciencia. Mi relato no será tan bello como debiera, pero haré todo lo posible para que sea verdadero.

-II-
En uno de los primeros días de Octubre de aquel a?o funesto (1805), mi noble amo me llamó a su cuarto, y mirándome con su habitual severidad (cualidad tan sólo aparente, pues su carácter era sumamente blando), me dijo:
?Gabriel, ?eres tú hombre de valor??
No supe al principio qué contestar, porque, a decir verdad, en mis catorce a?os de vida no se me habíapresentado aún ocasión de asombrar al[1] mundo con ningún hecho heroico; pero el[2] oírme llamar hombre me llenó de orgullo, y pareciéndome al mismo tiempo indecoroso negar mi valor ante persona que lo tenía en tan alto grado, contesté con pueril arrogancia:
?Sí, mi amo: soy hombre de valor?.
[Nota 1: ?el? en el original (N. del E.)]
[Nota 2: ?al? en el original (N. del E.)]
Entonces aquel insigne varón, que había derramado su sangre en cien combates gloriosos, sin que por esto se desde?ara de tratar confiadamente a su leal criado, sonrió ante mí, hízome se?a de que me sentara, y ya iba a poner en mi conocimiento alguna importante resolución, cuando su esposa y mi ama Do?a Francisca entró de súbito en el despacho para dar mayor interés a la conferencia, y comenzó a hablar destempladamente en estos términos:
--No, no irás... te aseguro que no irás a la escuadra. ?Pues no faltaba más!... ?A tus a?os y cuando te has retirado del servicio por viejo!... ?Ay, Alonsito, has llegado a los setenta y ya no estás para fiestas!
Me parece que aún estoy viendo a aquella respetable cuanto iracunda se?ora con su gran papalina, su saya de organdí, sus rizos blancos y su lunar peludo a un lado de la barba. Cito estos cuatro detalles heterogéneos, porque sin ellos no puede representársela mi memoria. Era una mujer hermosa en la vejez, como la Santa Ana de Murillo; y su belleza respetable habría sido perfecta, y la comparación con la madre de la Virgen exacta, si mi ama hubiera sido muda como una pintura.
D. Alonso, algo acobardado, como de costumbre, siempre que la oía, le contestó:
?Necesito ir, Paquita. Según la carta que acabo de recibir de ese buen Churruca, la escuadra combinada debe, o salir de Cádiz provocando el combate con los ingleses, o esperarles en la bahía, si se atreven a entrar. De todos modos, la cosa va a ser sonada?.
--Bueno, me alegro-repuso Do?a Francisca--. Ahí están Gravina, Valdés, Cisneros, Churruca, Alcalá Galiano y álava. Que machaquen duro sobre esos perros ingleses. Pero tú estás hecho un trasto viejo, que no sirves para maldita de Dios la cosa. Todavía no puedes mover el brazo izquierdo que te dislocaron en el cabo de San Vicente.
Mi amo movió el brazo izquierdo con un gesto académico y guerrero, para probar que lo tenía expedito. Pero Do?a Francisca, no convencida con tan endeble argumento, continuó chillando en estos términos:
?No, no irás a la escuadra, porque allí no hacen falta estantiguas como tú. Si tuvieras cuarenta a?os, como cuando fuiste a la tierra del Fuego y me trajiste aquellos collares verdes de los indios... Pero ahora... Ya sé yo que ese calzonazos de Marcial te ha calentado los cascos anoche y esta ma?ana, hablándote de batallas. Me parece que el Sr. Marcial y yo tenemos que re?ir... Vuélvase él a los barcos si quiere, para que le quiten la pierna que le queda... ?Oh, San José bendito! Si en mis quince hubiera sabido yo lo que era la gente de mar... ?Qué tormento! ?Ni un día de reposo!
Se casa una para vivir con su marido, y a lo mejor viene un despacho de Madrid que en dos palotadas me
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