anocheció más
acá de punta Carnero. La noche estaba más negra que un barril de
chapapote; pero como el tiempo era bueno, no nos importaba navegar a
obscuras. Casi toda la tripulación dormía: me acuerdo que estaba yo en
el castillo de proa hablando con mi primo Pepe Débora, que me contaba
las perradas de su suegra, y desde allí vi las luces del San
Hermenegildo, que navegaba a estribor como a tiro de cañón. Los
demás barcos iban delante. Pusque lo que menos creíamos era que los
casacones habían salido de Gibraltar tras de nosotros y nos daban caza.
¿Ni cómo los habíamos de ver, si tenían apagadas las luces y se nos
acercaban sin que nos percatáramos de ello? De repente, y anque la
noche estaba muy obscura, me pareció ver... yo siempre he tenido un
farol como un lince... me pareció que un barco pasaba entre nosotros y
el San Hermenegildo. «José Débora--dije a mi compañero--; o yo estoy
viendo pantasmas, o tenemos un barco inglés por estribor».
José Débora miró y me dijo:
«Que el palo mayor se caiga por la fogonadura y me parta, si hay por
estribor más barco que el San Hermenegildo.
--Pues por sí o por no--dije--, voy a avisarle al oficial que está de
cuarto».
No había acabado de decirlo, cuando pataplús... sentimos el musiqueo
de toda una andanada que nos soplaron por el costado. En un minuto la
tripulación se levantó... cada uno a su puesto... ¡Qué batahola, señora
Doña Francisca! Me alegrara de que usted lo hubiera visto para que
supiera cómo son estas cosas. Todos jurábamos como demonios y
pedíamos a Dios que nos pusiera un cañón en cada dedo para contestar
al ataque. Ezguerra subió al alcázar y mandó disparar la andanada de
estribor... ¡zapataplús! La andanada de estribor disparó en seguida, y al
poco rato nos contestaron... Pero en aquella trapisonda no vimos que
con el primer disparo nos habían soplado a bordo unas endiabladas
materias comestibles (combustibles quería decir), que cayeron sobre el
buque como si estuviera lloviendo fuego. Al ver que ardía nuestro
navío, se nos redobló la rabia y cargamos de nuevo la andanada, y otra,
y otra. ¡Ah, señora Doña Francisca! ¡Bonito se puso aquello!... Nuestro
comandante mandó meter sobre estribor para atacar al abordaje al
buque enemigo. Aquí te quiero ver... Yo estaba en mis glorias... En un
guiñar del ojo preparamos las hachas y picas para el abordaje... el barco
enemigo se nos venía encima, lo cual me encabrilló (me alegró) el alma,
porque así nos enredaríamos más pronto... Mete, mete a estribor... ¡qué
julepe! Principiaba a amanecer: ya los penoles se besaban; ya estaban
dispuestos los grupos, cuando oímos juramentos españoles a bordo del
buque enemigo. Entonces nos quedamos todos tiesos de espanto,
porque vimos que el barco con que nos batíamos era el mismo San
Hermenegildo.
--Eso sí que estuvo bueno--dijo Doña Francisca mostrando algún
interés en la narración--. ¿Y cómo fueron tan burros que uno y otro...?
--Diré a usted: no tuvimos tiempo de andar con palabreo. El fuego del
Real Carlos se pasó al San Hermenegildo, y entonces... ¡Virgen del
Carmen, la que se armó! ¡A las lanchas!, gritaron muchos. El fuego
estaba ya ras con ras con la Santa Bárbara, y esta señora no se anda
con bromas... Nosotros jurábamos, gritábamos insultando a Dios, a la
Virgen y a todos los santos, porque así parece que se desahoga uno
cuando está lleno de coraje hasta la escotilla.
--¡Jesús, María y José!, ¡qué horror!--exclamó mi ama--. ¿Y se
salvaron?
--Nos salvamos cuarenta en la falúa y seis o siete en el chinchorro:
éstos recogieron al segundo del San Hermenegildo. José Débora se
aferró a un pedazo de palo y arribó más muerto que vivo a las playas de
Marruecos.
--Los demás... y en ella cabe mucha gente. Dos mil hombres apagaron
fuegos aquel día, entre ellos nuestro comandante Ezguerra, y Emparán
el del otro barco.
--Válgame Dios--dijo Doña Francisca--. Aunque bien empleado les está,
por andarse en esos juegos. Si se estuvieran quietecitos en sus casas
como Dios manda...
--Pues la causa de este desastre--dijo Don Alonso, que gustaba de
interesar a su mujer en tan dramáticos sucesos--, fue la siguiente. Los
ingleses, validos de la obscuridad de la noche, dispusieron que el navío
Soberbio, el más ligero de los que traían, apagara sus luces y se
colocara entre nuestros dos hermosos barcos. Así lo hizo: disparó sus
dos andanadas, puso su aparejo en facha con mucha presteza, orzando
al mismo tiempo para librarse de la contestación. El Real Carlos y el
San Hermenegildo, viéndose atacados inesperadamente, hicieron fuego;
pero se estuvieron batiendo el uno contra el otro, hasta que cerca del
amanecer y estando a punto de abordarse, se reconocieron y ocurrió lo
que tan detalladamente te
Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.