Tradiciones peruanas | Page 2

Ricardo Palma

traen detalles sobre esos luctuosos días. El sentimiento cristiano
atribuye la retirada de los piratas a milagro que realizó la virgen limeña,
que murió dos años después, el 24 de agosto de 1617.
Según unos el 18 y según otros el 23 de diciembre de 1615, entró en
Lima el príncipe de Esquilache, habiendo salvado providencialmente,
en la travesía de Panamá al Callao, de caer en manos de los piratas.
El recibimiento de este virrey fué suntuoso, y el Cabildo no se paró en
gastos para darle esplendidez.
Su primera atención fué crear y fortificar el puerto, lo que mantuvo a
raya la audacia de los filibusteros hasta el gobierno de su sucesor, en
que el holandés Jacobo L'Heremite acometió su formidable empresa
pirática Descendiente del Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) y de San
Francisco de Borja, duque de Gandía, el príncipe de Esquilache, como
años más tarde su sucesor y pariente el conde de Lemos, gobernó el
Perú bajo la influencia de los jesuítas.
Calmada la zozobra que inspiraban los amagos filibusteros, don
Francisco se contrajo al arreglo de la hacienda pública, dictó sabias
ordenanzas para los minerales de Potosí v Huancavelica, y en 20 de
diciembre de 1619 erigió el tribunal del Consulado de Comercio.
Hombre de letras, creó el famoso colegio del Príncipe, para educación
de los hijos de caciques, y no permitió la representación de comedias ni
autos sacramentales que no hubieran pasado antes por su censura.
«Deber del que gobierna--decía--es ser solícito por que no se pervierta

el gusto».
La censura que ejercía el príncipe de Esquilache era puramente literaria,
y a fe que el juez no podía ser más autorizado. En la plévade de poetas
del siglo XVII, siglo que produjo a Cervantes, Calderón, Lope,
Quevedo, Tirso de Molina, Alarcón y Moreto, el príncipe de Esquilache
es uno de los más notables, si no por la grandeza de la idea, por la
lozanía y corrección de la forma. Sus composiciones sueltas y su
poema histórico Nápoles recuperada, bastan para darle lugar
preeminente en el español Parnaso.
No es menos notable como prosador castizo y elegante. En uno de los
volúmenes de la obra Memorias de los virreyes se encuentra la
Relación de su época de mando, escrito que entregó a la Audiencia para
que ésta lo pasase a su sucesor don Diego Fernández de Córdova,
marqués de Guadalcázar. La pureza de dicción y la claridad del
pensamiento resaltan en este trabajo, digno, en verdad, de juicio menos
sintético.
Para dar una idea del culto que Esquilache rendía a las letras, nos será
suficiente apuntar que, en Lima, estableció una academia o club
literario, como hoy decimos, cuyas sesiones tenían lugar los sábados en
una de las salas de palacio. Según un escritor amigo mío y que cultivó
el ramo de crónicas, los asistentes no pasaban de doce, personajes los
más caracterizados en el foro, la milicia o la iglesia. «Allí asistía el
profundo teólogo y humanista don Pedro de Yarpe Montenegro,
coronel de ejército; don Baltasar de Laza y Rebolledo, oidor de la Real
Audiencia; don Luis de la Puente, abogado insigne; fray Baldomero
Illescas, religioso franciscano, gran conocedor de los clásicos griegos y
latinos; don Baltasar Moreyra, poeta, y otros cuyos nombres no han
podido atravesar los dos siglos y medio que nos separan de su época. El
virrey los recibía con exquisita urbanidad; y los bollos, bizcochos de
garapiña chocolate y sorbetes distraían las conferencias literarias de sus
convidados. Lástima que no se hubieran extendido actas de aquellas
sesiones, que seguramente serían preferibles a las de nuestros
Congresos».
Entre las agudezas del príncipe de Esquilache, cuentan que le dijo a un

sujeto muy cerrado de mollera, que leía mucho y ningún fruto sacaba
de la lectura:--Déjese de libros, amigo, y persuádase que el huevo
mientras más cocido, más duro.
Esquilache, al regresar a España en 1622, fué muy considerado del
nuevo monarca Felipe IV, y murió en 1658 en la coronada villa del oso
y el madroño.
Las armas de la casa de Borja eran un toro de gules en campo de oro,
bordura de sinople y ocho brezos de oro.
Presentado el virrey poeta, pasemos a la tradición popular.
II
Existe en la ciudad del Cuzco una soberbia casa conocida por la del
Almirante; y parece que el tal almirante tuvo tanto de marino, como
alguno que yo me sé y que sólo ha visto el mar en pintura. La verdad es
que el título era hereditario y pasaba de padres a hijos.
La casa era obra notabilísima. El acueducto y el tallado de los techos,
en uno de los cuales se halla modelado el busto del almirante que la
fabricó, llaman preferentemente la atención.
Que vivieron en el Cuzco cuatro almirantes, lo comprueba el árbol
genealógico que en 1861 presentó ante el
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