decirle:
--Vamos, hijo mío, no llores... Anda, Calixto, no seas pazguato, dile algo a ese ni?o... ?No ves que llora?... ?Cómo te llamas, hijo?
--Paquito Luján--respondió el ni?o.
--Pues no llores, Paquito, que tu mamá te estará esperando en casa... Mira, Calixto, dale una de las cajas de dulces que te he traído..., o mejor será que le des las dos; yo te compraré otras.
Y como viese que el ni?o rechazaba la linda cajita de la Mahonesa, que no del todo satisfecho le alargaba Calixto, a?adió:
--Tómalas, hijo... Esta para ti, y la otra para tus hermanos... ?No tienes hermanitos?...
--Tengo a Lilí.
--Pues llévale una a Lilí. Y llévale también esto... y la buena se?ora estampó en las mejillas del ni?o, llenas de lágrimas, otros dos sonoros besos, que en vano pretendían suplir en ellas el calor que les faltaba de los besos de su madre. Un lacayo con larga librea verde aceituna, coronas condales en los botones y sombrero de copa con gran cucarda rizada en la mano, se acercó entonces al grupo:
--Cuando el se?orito quiera, está esperando el coche--dijo respetuosamente al ni?o.
El pobre se?orito se levantó de un salto, y abrazando con un movimiento lleno de gracia al gimnasta Calixto, se dirigió a la puerta, sin querer entregar al lacayo el envoltorio de sus premios. En la verja del jardín le detuvo el padre rector, que allí estaba despidiendo a los ni?os; besóle Paquito la mano, y abrazándole él cari?osamente, le habló breve rato al oído.
Púsose el ni?o muy encarnado, corrieron de nuevo sus lágrimas y con verdadera efusión llevó por segunda vez a sus labios la mano del religioso.
Poco a poco fueron desfilando los carruajes, y cesaron al fin los gritos de despedida.
--?Adiós!... ?Adiós!...--repetía el anciano.
Todavía aparecían algunas manitas saludando a lo lejos por las ventanillas de los coches:
--?Adiós!... ?Adiós!...
Ocultáronse al fin todos en el último recodo del camino, y sólo quedó la llanura árida, la polvorienta carretera, el pueblo de barracas, el colegio solitario, silencioso como una jaula de jilgueros vacía, y a lo lejos, acechando entre la bruma, Madrid, la gran charca.
El pobre viejo dejó caer entonces los brazos abatidos, bajó tristemente la cabeza, y entróse en la capilla murmurando:
?Oh Virgen del Recuerdo dolorida! ?Se acordarán de ti?
--II--
Era aquella misma tarde poca la animación y escasa la concurrencia en el fumoir de la duquesa de Bara. Casi tendida ésta en una chaise-longue, quejábase de jaqueca, fumando un rico cigarro puro, cuya reluciente anilla acusaba su auténtico abolengo: tenía sobre las faldas, sin anudarlo, un delantillo de finísimo cuero y elegante corte, para preservar de los riesgos de un incendio los encajes de su matinée de seda cruda, y sacudía de cuando en cuando la ceniza en un lindo barro cocido, que representaba un grupo de amorcillos naciendo de cascarones de huevo en el fondo de un nido.
Pilar Balsano fumaba, haciendo figuras, otro cigarro no tan fuerte, pero sí tan largo como el de la duquesa, y Carmen Tagle se desquijaraba chupando un entreacto que se mostraba algún tanto rebelde.
--Está visto que no tira--dijo de pronto.
Y para cobrar nuevas fuerzas se bebió poquito a poco, y con aire muy distinguido, una tercera copita del whisky, bastante fuerte, que juntamente con el té, los brioches y sandwiches, habían servido en rico frasco de cristal de Bohemia.
La se?ora de López Moreno, gorda y majestuosa como las talegas de su marido, contraía sus gruesos labios para chupar un cigarrito de papel, y reíase maternalmente al ver a su hija Lucy, recién salida del colegio, dar peque?as chupadas en el cigarro mismo de Angelito Castropardo. Chupaba la ni?a y tosía haciendo monadas; chupaba Angelito para darle magistral ejemplo, y tomaba a chupar y a toser la colegialita, encontrando el juego muy divertido. Parecía complacerla mucho tener por maestro un grande de Espa?a, y procuraba estudiar el chic de aquellas ilustres damas, que como modelos de distinción le proponía su madre. Todavía, sin embargo, encontraban en ellas sus ojos de colegiala cosas harto extra?as.
Disgustaban a la duquesa las risotadas de la banquera; pero pasaban de dos millones las hipotecas que el cónyuge de esta tenía sobre los bienes de aquella, y ante la perspectiva de una prórroga necesaria, era preciso preparar el terreno con paciencia y amabilidades.
Leopoldina Pastor, varonil solterona que pasaba ya de los cuarenta, guapa y muy erudita, despachaba una buena ración de brioche milanaise, disputando con don Casimiro Pantojas, antiguo director de Instrucción Pública, académico de la Lengua y celebérrimo literato. Habíase inaugurado aquella semana el tranvía del barrio de Salamanca, y lamentábase el académico de que el vulgo de Madrid se empe?ase en hacer masculino el nuevo vehículo, contra el dictamen de algún colega suyo, que por femenino lo tenía.
La se?orita de Pastor, ardiente defensora de los fueros gramaticales, prometióle hacer por todas partes propaganda de la tranvía; pero escapósele al bueno
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