tu amor feliz, Y ardiendo en este afecto en que me inflamo, Te diga muchas veces que te amo, ?Te olvidarás de mí?
?Ah, no, dulce recuerdo de mi vida! Siempre que luche en peligrosa lid, Siempre que llore mi alma dolorida, Al recordar mi adiós de despedida, ?Te acordarás de mí!
Y en retorno de amor y fe sincera, Jamás sin tu recuerdo he de vivir. Tuya será mi lágrima postrera... ?Hasta que muera, Madre; hasta que muera Me acordaré de ti!
Tú en pago, Madre, cuando llegue el plazo De alzar el vuelo al celestial confín, Estrechándome a ti con dulce abrazo, No me apartes jamás de tu regazo. ?No me apartes de ti!
Calló el ni?o, y no resonó un aplauso; sólo estalló un sollozo, un inmenso sollozo que pareció salir de mil pechos por una sola boca, arrastrando los encontrados afectos de amor, ternura, vergüenza, entusiasmo, piedad y arrepentimiento, que en aquellos corazones había despertado la cándida vocecita del ni?o... A una se?al del rector, lanzáronse todos los que en el estrado estaban en brazos de sus padres, estallando entonces una verdadera tempestad de besos, gritos, abrazos, bendiciones, llantos de alegría y gemidos de gozo. Sólo el ni?o que había declamado los versos quedó solitario en su asiento, sin padre ni madre que le recibieran en sus brazos; la pobre criatura dirigió una larga mirada al dichoso grupo, y con sus premios en la mano, salió lentamente por una ancha galería en que comenzaban a amontonar ya los criados los equipajes de los ni?os que se marchaban. Había en un extremo un gran mundo con las iniciales F. L. en la tapa, y sobre él se sentó el ni?o como esperando algo, con los premios al lado, la cabeza baja y la gorrita en la mano, triste, silencioso, inmóvil. La alegre algazara del salón llegaba a sus oídos, y poco a poco fuese levantado su pechito, hinchóse su garganta y rompió a llorar amargamente, en silencio, sin sollozos, sin suspiros, como lloran los que tienen en el corazón el manantial de sus lágrimas. Los criados comenzaban ya a cargar los equipajes, y los grupos de padres y ni?os se dirigían a la puerta con alegre barullo, sin que nadie reparase en el ni?o solitario, a veces, un compa?ero le daba al pasar una palmada cari?osa, o un profesor que corría apresurado le enviaba una sonrisa, y el ni?o sonreía también sorbiéndose las lágrimas.
Una se?ora gorda, de aspecto bondadoso, hallóse en aquellas apreturas al lado del ni?o, llevando de la mano a un chiquillo gordinflón que sólo había obtenido un premio de gimnasia. Notó este las lágrimas de su compa?ero, y tirando de las faldas a la se?ora, le dijo al oído:
--Mamá... mamá... Luján está llorando.
--?Por qué lloras, hijo?--le preguntó la se?ora compadecida--. ?Si has declamado muy bien! ?No has sacado premio?
Púsose el ni?o muy encarnado y, levantando la cabeza con infantil orgullo, contestó mostrando los que junto a sí tenía:
--Cinco... y dos excelencias...
--Digo... ?Cinco premios y todavía lloras?...
El ni?o no contestó; bajó la cabeza como avergonzado, y de nuevo corrieron sus lágrimas.
--Pero, ?qué tienes, hijo?--insistió la se?ora--. ?Estás malo?... ?Por qué lloras?
Un inmenso desconsuelo, que desgarraba el alma en aquella carita de ángel, se pintó en las facciones del ni?o; con los dientecillos apretados y los ojos rebosando lágrimas y amarguras, contestó al cabo:
--Porque estoy solo. Mi mamá no ha venido. ?Nadie ha visto mis premios!...
La se?ora pareció comprender toda la profunda amargura que encerraba aquel sencillo lamento. Saltáronsele las lágrimas, y mientras con una mano acariciaba la rubia cabeza del ni?o, apretaba con la otra contra su seno la de su hijo, como si temiese que pudiera faltarle alguna vez aquel blando regazo.
--?ángel de Dios!--decía al mismo tiempo--. ?Pobrecito mío!... Tú mamá no habrá podido venir; estará fuera, sin duda... ?Cómo se llama?...
--La condesa de Albornoz--respondió el ni?o.
Una violenta expresión de ira se pintó en el rostro de la se?ora al oír este nombre; volvióse bruscamente hacia una joven que la acompa?aba, y exclamó con más impetuosidad que prudencia:
--Pero, ?has visto?... ?Si esto clama al cielo!... ?Pícara madre! ?Pícara madre!... Mientras este ángel llora, estará ella escandalizando a Madrid como acostumbra.
--?Calla mujer!--replicó la otra, mirando con inquietud al ni?o...
--Pero ?quién ve con paciencia esto?... ?Lástima de hijo para tal madre!... Desde el fin del mundo hubiera venido yo por ver recibir al mío su premio de gimnasia... ?Anda con Dios, hijo! Eso indica que cuando seas grande sabrás tirar de un carro... ?Con tal que me seas bueno!... ?No es verdad, Calixto, vida mía?...
Y estampaba en las mofletudas mejillas de su hijo esos estrepitosos y apretados besos de las madres, que parecen mordiscos del alma.
El ni?o, enjugándose sus grandes ojos de un azul profundo, como el mar visto de lejos, no se enteraba de nada. La se?ora volvió a
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