Pasarse de listo | Page 8

Juan Valera
y la trate como a pariente, si por acaso lo es.
?En Madrid--pensaba el Conde--falta ahora mucha gente por el verano, pero Madrid no se ha quedado desierto. Mis ni?as--que as�� las llamaba ya--son un primor de bonitas: son natural e ing��nitamente distinguidas. ?C��mo es que no tienen amigas o parientes entre las personas que yo trato? ?C��mo es que, habiendo en Madrid tanta gente de Sevilla, o que ha estado en Sevilla, mis ni?as no conocen a nadie? En ninguna casa las he visto. ?Por qu�� viven tan aisladas? En la misma Sevilla han de haber vivido en el mayor aislamiento.?
De aqu�� infer��a el Conde que sus desconocidas, aunque sevillanas, hab��an vivido lejos del mundo, o por car��cter t��mido, o por excesiva pobreza, o por extravagancia del marido.
Pasando luego del pensamiento a la acci��n, abandonando el m��todo especulativo y apelando al estudio y averiguaci��n de los hechos, el Conde, que ten��a en todas partes buenas relaciones, fu�� al jefe del personal del Ministerio de Hacienda y le pregunt�� por los nombres de los m��s recientes empleados que en todas aquellas dependencias hab��a. La lista era larga, porque no hac��a mucho tiempo que hab��a habido cambios, renovaci��n y trasiego de empleados; pero no faltaba un oficial en el personal que tuviese algunas noticias biogr��ficas de todos los nuevos.
?Don Anacleto P��rez?, dec��a, por ejemplo, la lista.--?De d��nde ha venido ��ste?--preguntaba el Conde.--De la Coru?a--contestaba el oficial.--?Es casado?--Es soltero.--Pues adelante--replicaba el Conde.
As�� fu�� el oficial indicando varios nombres, hasta que dijo:--Don Braulio Gonz��lez.--?De d��nde ha venido?--pregunt�� el Conde.--De Sevilla--contest�� el oficial.--?Es casado?--volvi�� a preguntar el Conde.--Es m��s que casado--dijo el oficial--: podemos calificarle de b��gamo, porque, a m��s de su mujer, que es muy guapa, tiene consigo a su cu?ada, m��s guapa a��n, si cabe, y rubia como unas candelas.--Ese es el que yo busco--dijo el Conde. Luego recomend�� de nuevo, pues ya antes lo hab��a hecho al jefe del personal, el sigilo respecto a su investigaci��n.
Por el oficial supo el Conde asimismo que don Braulio no hac��a m��s que un mes que estaba en Madrid; que disfrutaba un sueldo de 3.000 pesetas, menos el descuento; que ten��a fama de excelente empleado; que la iba justificando con trabajos que el mismo Ministro le encomendaba; que era un hombre de cuarenta y cinco a cincuenta a?os de edad, aunque parec��a m��s viejo, porque estaba bastante calvo y muy achacoso; que s��lo llevaba tres a?os de matrimonio; que no ten��a hijos; que su mujer, do?a Beatriz, y la hermana de su mujer, llamada Inesita, eran de un lugar de la provincia de C��rdoba, donde ��l hab��a estado de Administrador de Rentas; que poco despu��s de la boda le hab��an trasladado a Sevilla con ascenso; que en Sevilla ��l y su familia hab��an vivido muy apartados del trato de las gentes; que ahora viv��an en la calle del Olivo, en el piso tercero de una casa cuyo n��mero tambi��n le di��, y que eran todos tan hurones, que apenas se trataban en Madrid con alma viviente.
Enterado el Conde de todo, volvi�� a sus meditaciones y c��lculos. Hab��a dado el primer paso; pero era menester dar el segundo. Sab��a ya con qui��n ten��a que hab��rselas; pero esto de nada serv��a si no lograba con tino ponerse en comunicaci��n con don Braulio y su familia.
El Conde distaba infinito de ser un atolondrado. Si bien no le arredraba ning��n peligro; si bien no le dol��a tener que aventurar la piel, tem��a siempre dar un golpe en vago, hacer alguna cosa que pudiera ponerle en situaci��n desairada y rid��cula. De esto ten��a m��s miedo, no ya que de una espada desnuda, sino que de quince ametralladoras que fuesen a dispararse contra ��l.
Dada esta su natural condici��n, las dificultades no eran peque?as.
?C��mo hacerse presentar en una casa donde nadie de su clase, y quiz�� nadie tampoco de otra clase cualquiera, entraba de visita? ?Qu�� pretexto alegar para encajarse de patitas en la morada de aquella pobre gente?
La presentaci��n es el medio m��s correcto de conocer y tratar a las personas; pero el Conde no se sent��a con la desverg��enza suficiente para ser all�� presentado.
?Escribir��a un billete amoroso a fin de entrar en relaciones?
Sobre cartas de este g��nero, su uso, utilidad, inconvenientes y ventajas, el Conde, que, seg��n hemos dicho ya, era muy circunspecto y arreglado, ten��a formuladas sus leyes y hechas sus consideraciones, a las que procuraba ajustar siempre su conducta.
Escribir de amor a las mujeres le parec��a un excelente recurso. Casi todas dan m��s solemnidad e importancia a lo que se les escribe que a lo que se les habla. Muchas cosas, de que se ofenden o sonrojan si las oyen, las pesan y las meditan, y se deleitan en ellas con amorosa delectaci��n cuando las leen. Si contestan de palabra a un gal��n que de palabra las pretende, les
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