y corrompiendo a la naci��n, han tenido la culpa de la derrota. Esto se ha dicho ya en todos los tonos, y sobre esto se han escrito profundas disertaciones. A nadie, con todo, se le ha ocurrido declarar que en Alemania agradan los bufos m��s a��n que en Francia; que en Alemania se pirran los hombres por el canc��n, y que los que han vencido a los franceses no sal��an de zurrarse con unas disciplinas, sino de ver bailar el canc��n o de bailarle cuando los vencieron.
En cuanto a que los bufos corrompen o tiran a corromper el buen gusto literario, a��n es m��s infundada la acusaci��n. Pues qu��, ?la m��sica, mala o buena, es incompatible con la discreci��n, con el sentido com��n, con el ingenio, con la gracia urbana y con otros requisitos y excelencias de que va o pudiera ir adornada una f��bula dram��tica? Si alguna f��bula dram��tica, de estas ligeras, regocijadas o bufas, carece de tales prendas, c��lpese singularmente al autor y a su obra, y no al g��nero todo y a todos los autores. ?Tiene m��s el p��blico que silbarla? Y si el p��blico no la silba, sino que la aplaude, y la zarzuela es tonta, esto probar�� la bondad del p��blico. Denle algo menos tonto y lo aplaudir�� m��s.
Y cuando no se da algo menos tonto, crean los cr��ticos que es porque no hay nada menos tonto. Si lo hubiera, se dar��a.
Lo que acabamos de decir parece una perogrullada; pero reflexi��nese bien y se ver�� que no lo es. El autor de zarzuelas es siempre autor dram��tico. Si escribe malas zarzuelas, peores dramas escribir��. El discurso del cr��tico que condena la zarzuela, despojado de tiquismiquis, es ��ste: ?Tu zarzuela es tonta y chabacana: escribe dramas y no escribas zarzuelas.? A lo que modestamente pudiera contestar el autor: ?Si escribiendo zarzuelas, que son m��s f��ciles y tienen menos pretensiones, lo hago mal, ?qu�� har�� si me pongo a escribir dramas??
La zarzuela, adem��s, es una cosa, y otra cosa es un buen drama o una buena comedia, y no se opone el que se escriban zarzuelas a que salgan a relucir nuevos Lopes y Calderones que escriban dramas magn��ficos.
Veo que me voy muy lejos con mi digresi��n. Volvamos al asunto de que quiero tratar aqu��.
Dec��a yo que, en verano, aunque se van de Madrid las personas m��s elegantes, Madrid queda bastante animado y divertido.
El centro de la animaci��n, el principal hechizo de Madrid en verano, est�� en los Jardines del Buen Retiro, de nueve a doce de la noche.
La historia que voy a referir empez�� all��, hoy hace justamente cuatro a?os, a 9 de agosto de 1873.
II
Era noche de grande entrada. All�� estaban casi todos los j��venes periodistas, empleados y poetas; cuanta cursi hay en Madrid, esto es, todas las se?oras y se?oritas de poqu��simo dinero que aspiran a ser notadas o conocidas en la buena sociedad, o d��gase en la sociedad de m��s dinero, por mala que sea; muchas familias honradas de la clase media, sin otras aspiraciones que las de aspirar el aire fresco y distraerse un poco oyendo la m��sica; las suripantas o hetairas de todos los grados y categor��as, con tal de haberse encontrado poseedoras de una peseta a la hora de entrar; multitud de hombres pol��ticos notables de los quince o veinte partidos que hay en Espa?a; un centenar de generales; no pocos diputados, senadores y ministros, y, por ��ltimo, aquella parte del beau monde que aun no hab��a salido a veranear, que promet��a salir, o que se hallaba tan segura de su cr��dito de pudiente, que no tem��a comprometerle pasando en Madrid un verano.
Todo este p��blico, o estaba sentado en sillas y bancos, formando corros, murmurando, politiqueando, coqueteando o enamor��ndose, o giraba en torno del quiosco, desde donde sonaba la m��sica, dando vueltas y vueltas, aunque sea p��rfida comparaci��n, como mulos de noria.
El jard��n, como nadie ignora, es muy bonito, y por la noche, iluminado con luces de gas veladas por globos de cristal blanco y opaco, parece mayor. Aquella iluminaci��n presta a los ��rboles y a la verde hierba y a las flores cierta vaguedad y hermosura. La animaci��n y el bullicio dan al conjunto superior agrado.
Las mujeres, cuando no las ciega la vanidad o el prurito de distinguirse, van por lo com��n bien vestidas. De cada veinte se puede afirmar que una, a lo m��s, y no es mucho, suele encomendarse al diablo para que la vista y la peine, por donde aparece en los Jardines hecha una tarasca; pero las otras diez y nueve van como Dios manda; unas de mantilla, otras de sombrero, y no pocas son muy guapas, sea como sea lo que lleven.
Lo ��nico que, en general, pudiera censurarse aquella noche, y puede censurarse a��n en el traje de las mujeres, es lo largo de
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