nababo.
Aqu��, en verano, digan lo que quieran los que no piensan como nosotros, no hace m��s calor que en Biarritz o en San Sebasti��n; aqu��, en verano, hay no pocas diversiones, m��s o menos inocentes, y no se emplea mal la vida.
Arder��us y sus bufos son baratos y entretenidos. ?En qu�� aguas se encontrar�� un teatro como el de Arder��us? Es cierto que, desde hace poco, nos ha entrado un furor de moralidad, un p��dico rubor, que todo lo condena y de todo se solevanta. Cr��ticos y moralistas han levantado una cruzada contra los bufos. Pero los bufos seguir��n triunfantes, a pesar de todas las disertaciones morales que contra ellos se fulminen. Les suceder�� lo mismo que a los toros. Hasta se puede sostener que los bufos son m��s invencibles. Las razones que contra ellos se aducen son infinitamente menos fundadas.
Sublime espect��culo, sin duda, es ver a un mozo gallardo, sin m��s defensa ni escudo que flotante velo rojo, vestido de seda, m��s aderezado para fiesta o baile que para brava y terrible lucha, ponerse delante de irritada y poderosa fiera, llamarla a s�� y darle muerte pronta, cayendo sobre ella con el agudo acero. Si, por desgracia, fuere el lidiador quien en aquel instante muriese, su muerte, ya que no moral, tendr�� no poco de hermosa, y la compasi��n y el terror que causare estar��n purificados por la belleza, de acuerdo con las reglas de la tragedia, escritas por el gran fil��sofo griego. Lo malo es que para llegar a este trance de la muerte tenemos que presenciar antes el brutal, largo y rudo suplicio del noble animal destinado a morir; tenemos que ver acribillada su piel con pinchos y garfios, que se quedan colgando, si no se los arrancan con las t��rdigas del pellejo; y tenemos que contemplar asimismo la inmunda crueldad con que son tratados los infelices jamelgos. Ellos sirven de diversi��n en las convulsiones y estertores de la agon��a; derraman por la arena su sangre y sus entra?as; se pisan al andar el reda?o y los sueltos intestinos, y andan, no obstante, a fuerza de los espolazos del picador y en virtud de los palos que sacude en sus descarnados lomos un fiero ganap��n, quien innoble y grotescamente va por detr��s dando aquella paliza, a fin de aumentar el dolor y sacar del dolor un resto de movimiento y de energ��a en un ser moribundo, que, si no tiene pensamiento, tiene nervios y siente como nosotros. Con escenas tales no debiera haber tan duro coraz��n que a piedad no se moviese, ni sujeto de gusto art��stico y de alguna elegancia de costumbres que no las repugnase por lo groseras y villanas, ni est��mago de bronce que no sintiese todos los efectos del mareo.
En resoluci��n: la muerte del toro es bella, si el matador atina y no pasa de dar dos o tres estocadas; pero, francamente (hablo con sinceridad; yo no soy declamador ni aficionado a sentimentalismos), lo que precede es abominable por cualquier lado que se mire.
Repetimos, a pesar de todo, que los toros seguir��n. Nosotros mismos no nos atrevemos a pedir que se supriman, porque hay en ellos algo de po��tico y de nacional, que nos agrada. Nos contentar��amos con ciertas reformas, si fueran posibles. Casi nos contentar��amos con que no muriesen caballos de tan desastrada y fea muerte.
En cuanto a los bufos, que, seg��n hemos dicho, tienen hoy m��s enemigos que los toros, ni reforma ni nada pedimos. Nos parecen bien como son. Casi no comprendemos la causa de la censura que de ellos se hace.
En primer lugar, los bufos son los bufos, y no son el serm��n o el jubileo. La madre que anhele conservar el tesoro de candor que hay en el alma de su hija, y hasta acrecentarle, ll��vela a cualquiera de las muchas iglesias que contiene Madrid, y no la lleve a o��r las zarzuelas. Vayan s��lo a los bufos, si tan malos son, los hombres curados de espanto, y aquellas mujeres, que no faltan, curtidas ya en todo g��nero de malicias, o bien las que son tan inocentes, que, si alguna malicia llegan a o��r, no aciertan a entenderla.
Por otra parte, yo me atrevo a sostener que en la m��s desvergonzada zarzuela bufa no hay la quinta parte de los chistes primaverales o verdosos que en muchas comedias de Tirso, que en muchos sainetes de don Ram��n de la Cruz y que en muchas otras producciones dram��ticas de nuestro gran teatro cl��sico.
El principal motivo de la censura contra los bufos procede de una curiosa man��a que, desde hace pocos a?os, se ha apoderado de las inteligencias m��s sentenciosas. Los bufos vinieron de Par��s; en los bufos suele bailarse el canc��n; los bufos gustan en Francia; Francia ha sido vencida por Alemania en la ��ltima guerra; luego los bufos, enervando
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