Parnaso Filipino | Page 2

Eduardo Martin de la Camara
en nuestro romance
durante los tres siglos y pico de dominación hispánica. W.E. Retana[1]
nota tres hasta 1896: Atayde, Paterno y Rizal. Hubo algunos más: Seva,
quejumbrón cantor de Charing (que aquí diríamos Rosarito); Manolo
Rávago, en números de pura ortodoxia; Juan Caro y Mora, Hermógenes
Marcó, Isabelo de los Reyes, etcétera, y ciertos bardos de ocasión
aspirantes a la láurea en los certámenes patrióticos y religiosos,
mocerío casi siempre adoctrinado en el "Ateneo" de la Compañía.
Hasta 1898, año límite de nuestro señorío, fué meñique la falange
versificadora, ¿Motivos? Retana aduce dos: la censura de imprenta y el

desconocimiento del castellano literario por la mayor parte de los
filipinos netos. Con la primera,--ejercida por funcionarios a tono con el
ambiente, de patriotismo anquilosado, dignos de las covachuelas de
Fernando VII,--sobra para justificar la inanidad del Arte egregio que no
admite trabas ni menoscabos, sólo germinante en la gleba arada con
reja de libertad y de justicia.
[Nota 1: De la evolución de la Literatura Castellana en
Filipinas.--Los
Poetas.--Madrid, 1909.]
Cuanto a la propagación del castellano, prueba Retana,

documentalmente, cómo la coercieron los frailes--excepción los
jesuítas--contrariando espíritu y letra de sucesivas reales cédulas
metropolitanas. Cuán poco valió la treta lo demuestra no haber finado
1898 sin que vieran la luz pública composiciones de los más altos
metrificadores tagalos, Cecilio Apóstol, Fernando M.ª Guerrero y José
Palma, seguramente florecidas en aquellos retirados cenáculos donde se
hacía literatura y revolución.
¿Están todos los que son y son todos los que están? Creemos
sinceramente que sí. De los "inolvidables" no debe de faltar ninguno. Si
se advierte llenura en la selección, entiéndase que el editor tiene sus
exigencias y que este volumen ha de contar predeterminado número de
páginas. Por añadidura, tratándose de exhumar una literatura inédita
para muchedumbre de españoles, pide la discreción entregar al lector
los mayores elementos de juicio en cantidad y calidad.
Poetas se hallarán capaces de medirse con los consagrados nuestros:
tales Guerrero y Apóstol. Rizal, Bernabé, Recto, Palma, Balmori, Pérez
Tuells, Victoriano, Torres, Marfori, muéstranse también versificadores
de inspiración y enjundia, sin desdeñar a los otros, ni a ninguno, como
explícitamente demuestra la recolección de su cosecha pimplea. Pero
no queremos trocar en índice lo que es prólogo. Además, bueno es
dejar un margen al leyente para que, con su propia solercia, espigue en
el FLORILEGIO lo bello y lo galano.
La poesía filipina, por la época de su gestación, brota--¡en

castellano!--algo hostil a la Metrópoli exdominadora. No pudiéndose
evitar el idioma, esquívanse los únicos razonables modelos, nuestros
clásicos y nuestros modernos, yendo los bardos a beber las castalias
aguas en los "parnasianos" y simbolistas franceses y en los modernistas
hispano-americanos. En éstos, singularmente. El azul y los lirios y
rosas líricos de Rubén coloran y perfuman la nueva poesía ultramarina.
Chispea el
"anillo de oro hecho pedazos,
que ya no es anillo, pero siempre es
oro",
de Santos Chocano. ¡Y cuán equivocados los neo-versificadores, si así
creyeron librarse de hispanismo! ¡El autor de la Sonatina es poeta
excelso porque hay muchos, muchos clásicos españoles en su
educación literaria; y Mallarmé, por sólo citar un ejemplo, es chozno de
Góngora!...
Es poeta elegante y lapidario Cecilio Apóstol, en cuyos números campa
serenidad clásica. Bebió el licor ático en búcaro francés, posibles
divinos "alfareros" Moreas o Heredia, no nacidos en Francia.
Otro vate plenamente logrado es Fernando María Guerrero, "príncipe
de los líricos filipinos". En nuestra opinión desautorizada es el
exponente etnológico, el poeta malayo por excelencia, el que más
hondamente siente su raza. En _Ilang-ilang, El Kundiman, A Filipinas,
Bajo las cañas_... vibra aquel alma tagala tan incomprendida, psiquis
sin complicaciones ni morbosidades, primitiva, melancólica, paciente,
siempre opresa y nostálgica de libertad, nervea y con arrestos en las
ocasiones altas.
Trasciende en Bernabé, con muy gallardas estrofas en su obra, la
preparación latina e hispano-clásica. También en Pacífico Victoriano y
en Ramón J. Torres, poetas vigorosos.
Recto--discípulo de Guerrero como Marfori--luce amplio léxico, rico
de color. Es lírico verdadero. ¡Si no se repitiera!
Palma, de estro enfermizo, fué delicado, noble y correcto.

Balmori es desigual. Tiene temperamento. Sabe decir muy
bellamente..., cuando quiere.
Pérez Tuells ha de cuajarse. Ya da mucho. Más promete.
En la lira femenina el cordaje más melodioso pertenece a Adelina
Gurrea, toda sentimiento y emoción.
Y asombrárase el leyente de que no haya aparecido todavía el nombre
del doctor Rizal, cuya soberana poesía _Ultimo Adiós_ ha recorrido el
orbe. Sí, Rizal fué poeta; pero secundariamente. Su rasgo

característico, bastante a obscurecer otras modalidades de su
mentalidad, fué el de revolucionario: dentro de este amplio círculo
están insertos el científico, el literato y el políglota. Cultivó todas las
artes bellas, pero siempre disfrazada de musa la obsesión de manumitir
y dignificar a su patria. Como poeta, le superan Guerrero y Apóstol.
En toda esa labor apolinea, aun sin cumplir--prescindiendo de los
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