Novelas y teatro | Page 3

Miguel de Cervantes Saavedra
su discreción como del donaire con que hablaba.
Los que jugaban le dieron barato, y aun los que no jugaban. Cogió la hucha de la vieja treinta reales, y más rica y más alegre que una Pascua de Flores, antecogió sus corderas y fuése en casa del se?or Teniente, quedando que otro día volvería con su manada a dar contento a aquellos tan liberales se?ores.
Ya tenía aviso la se?ora do?a Clara, mujer del se?or Teniente, como habían de ir a su casa las gitanillas, y estábalas esperando como el agua de Mayo ella y sus doncellas y due?as, con las de otra se?ora vecina suya, que todas se juntaron para ver a Preciosa; y apenas hubieron entrado las gitanas, cuando entre las demás resplandeció Preciosa como la luz de una antorcha entre otras luces menores; y así, corrieron todas a ella: unas la abrazaban, otras la miraban, éstas la bendecían, aquéllas la alababan. Do?a Clara decía:
--?Este sí que se puede decir cabello de oro! ?Estos sí que son ojos de esmeraldas!
La se?ora su vecina la desmenuzaba toda, y hacía pepitoria de todos sus miembros y coyunturas. Y llegando a alabar un peque?o hoyo que Preciosa tenía en la barba, dijo:
--?Ay, qué hoyo! En este hoyo han de tropezar cuantos ojos le miraren.
Oyó esto un escudero de brazo de la se?ora do?a Clara, que allí estaba, de luenga barba y largos a?os, y dijo:
--?Por Dios, tan linda es la Gitanilla, que hecha de plata o de alcorza no podría ser mejor! ?Sabes decir la buenaventura, ni?a?
--De tres o cuatro maneras--respondió Preciosa.
--Y ?eso más?--dijo do?a Clara---. Por vida del Tiniente, mi se?or, que me la has de decir, ni?a de oro, y ni?a de plata, y ni?a de perlas, y ni?a de carbuncos, y ni?a del cielo, que es lo más que puedo decir.
--Dénle, dénle la palma de la mano a la ni?a, y con que haga la cruz--dijo la vieja--, y verán qué de cosas les dice; que sabe más que un doctor de melecina.
Echó mano a la faldriquera la se?ora Tenienta, y halló que no tenía blanca. Pidió un cuarto a sus criadas, y ninguna le tuvo, ni la se?ora vecina tampoco. Lo cual visto por Preciosa dijo:
--Todas las cruces, en cuanto cruces, son buenas; pero las de plata o de oro son mejores; y el se?alar la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre sepan vuesas mercedes que menoscaba la buenaventura, a lo menos, la mía; y así, tengo afición a hacer la cruz primera con algún escudo de oro, o con algún real de a ocho, o, por lo menos, de a cuatro; que soy como los sacristanes: que cuando hay buena ofrenda, se regocijan.
--Donaire tienes, ni?a, por tu vida--dijo la se?ora vecina.
Y volviéndose al escudero, le dijo:
--Vos, se?or Contreras, ?tendréis a mano algún real de a cuatro? Dádmele; que en viniendo el doctor mi marido os le volveré.
--Sí tengo--respondió Contreras--; pero téngole empe?ado en veinte y dos maravedís, que cené anoche; dénmelos; que yo iré por él en volandas.
--No tenemos entre todas un cuarto--dijo do?a Clara---, ?y pedís veinte y dos maravedís? Andad, Contreras, que siempre fuistes impertinente.
Una doncella de las presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo a Preciosa:
--Ni?a, ?hará algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata?
--Antes--respondió Preciosa--se hacen las cruces mejores del mundo con dedales de plata, como sean muchos.
--Uno tengo yo--replicó la doncella---; si éste basta, hele aquí, con condición que también se me ha de decir a mí la buenaventura.
--?Por un dedal tantas buenasventuras?--dijo la gitana vieja---. Nieta, acaba presto; que se hace noche.
Tomó Preciosa el dedal y la mano de la se?ora Teniente y dijo _#la buenaventura; y en acabándola#_ encendió el deseo de todas las circunstantes en querer saber la suya, y así se lo rogaron todas; pero ella las remitió para el viernes venidero, prometiéndole que tendrían reales de plata para hacer las cruces. En esto, vino el se?or Tiniente, a quien contaron maravillas de la Gitanilla; él las hizo bailar un poco, y confirmó por verdaderas y bien dadas las alabanzas que a Preciosa habían dado; y poniendo la mano en la faldriquera, hizo se?al de querer darle algo; y habiéndola espulgado, y sacudido, y rascado muchas veces, al cabo sacó la mano vacía, y dijo:
--?Por Dios que no tengo blanca! Dadle vos, do?a Clara, un real a Preciosica; que yo os le daré después.
[Ilustración: ...y poniendo la mano en la faldriquera, ...]
--?Bueno es eso, se?or, por cierto! ?Sí, ahí está el real de manifiesto! No hemos tenido entre todas nosotras un cuarto para hacer la se?al de la cruz, ?y quiere que tengamos un real?
--Pues dadle alguna valoncica vuestra, o alguna cosita; que otro día nos volverá a ver Preciosa, y la regalaremos mejor.
A lo cual dijo do?a
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