Novelas y teatro | Page 2

Miguel de Cervantes Saavedra
alegres, pero todos honestos. Nunca se apartaba della la gitana vieja, hecha su Argos, temerosa no se la despabilasen y traspusiesen; llamábala nieta, y ella la tenía por abuela. Pusiéronse a bailar a la sombra en la calle de Toledo, y de los que las venían siguiendo se hizo luego un gran corro; y en tanto que bailaban, la vieja pedía limosna a los circunstantes, y llovían en ella ochavos y cuartos como piedras a tablado; que también la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad dormida.
Acabado el baile, dijo Preciosa:
--Si me dan cuatro cuartos, les cantaré un romance yo sola, lindísimo en extremo, que trata de cuando la Reina nuestra se?ora Margarita salió a misa en Valladolid y fué a San Llorente: dígoles que es famoso, y compuesto por un poeta de los del número, como capitán del batallón.
Apenas hubo dicho esto, cuando casi todos los que en la rueda estaban dijeron a voces:
--Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuartos.
Y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos a cogerlos. Hecho, pues, su agosto, y su vendimia, repicó Preciosa sus sonajas, y al tono correntío y loquesco cantó el romance.
Apenas #_lo_# acabó cuando del ilustre auditorio y grave senado que la oía, de muchas se formó una voz sola, que dijo:
--?Torna a cantar, Preciosica; que no faltarán cuartos como tierra!
Más de docientas personas estaban mirando el baile y escuchando el canto de las gitanas, y en la fuga dél acertó a pasar por allí uno de los tinientes de la villa, y viendo tanta gente junta, preguntó qué era, y fuéle respondido que estaban escuchando a la Gitanilla hermosa, que cantaba. Llegóse el Tiniente, que era curioso, y escuchó un rato, y por no ir contra su gravedad, no escuchó el romance hasta la fin; y habiéndole parecido por todo extremo bien la Gitanilla, mando a un paje suyo dijese a la gitana vieja que al anochecer fuese a su casa con las gitanillas; que quería que las oyese dona Clara su mujer. Hizolo así el paje, y la vieja dijo que sí iria.
Acabaron el baile y el canto y se fueron la calle adelante, y desde una reja llamaron unos caballeros a las gitanas. Asomóse Preciosa a la reja, que era baja, y vió en una sala muy bien aderezada y muy fresca muchos caballeros que, unos paseándose y otros jugando a diversos juegos, se entretenían.
--?Quiérenme dar barato, ce?ores?--dijo Preciosa, que, como gitana, hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas; que no naturaleza.
A la voz de Preciosa, y a su rostro, dejaron los que jugaban el juego, y el paseo los paseantes, y los unos y los otros acudieron a la reja por verla, que ya tenían noticia della, y dijeron:
--Entren, entren las gitanillas; que aquí les daremos barato.
--Caro sería ello--respondió Preciosa--si nos pellizcacen.
--No, a fe de caballeros--respondió uno--; bien puedes entrar, ni?a, segura que nadie te tocará a la vira de tu zapato; no, por el hábito que traigo en el pecho.
Y púsose la mano sobre uno de Calatrava.
--Si tú quieres entrar, Preciosa--dijo una de las tres gitanillas que iban con ella--, entra enhorabuena; que yo no pienso entrar adonde hay tantos hombres.
--Mira, Cristina--respondió Preciosa--: de lo que te has de guardar es de un hombre solo y a solas, y no de tantos juntos; porque antes el ser muchos quita el miedo y el recelo de ser ofendidas. Advierte, Cristinica, y está cierta de una cosa: que la mujer que se determina a ser honrada, entre un ejército de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno huír de las ocasiones; pero han de ser de las secretas, y no de las públicas.
--Entremos, Preciosa--dijo Cristina--; que tú sabes más que un sabio.
Animólas la gitana vieja, y entraron; y apenas hubo entrado Preciosa, cuando el caballero del hábito vió un papel que traía en el seno, y llegándose a ella se le tomó, y dijo Preciosa:
--?Y no me le tome, se?or; que es un romance que me acaban de dar ahora, que aún no le he leído!
--Y ?sabes tú leer, hija?--dijo uno.
--Y escribir--respondió la vieja--; que a mi nieta hela criado yo como si fuera hija de un letrado.
Abrió el caballero el papel, y vió que venía dentro dél un escudo de oro, y dijo:
--En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro: toma este escudo que en el romance viene.
--Basta--dijo Preciosa---, que me ha tratado de pobre el poeta. Pues cierto que es más milagro darme a mí un poeta un escudo que yo recebirle: si con esta a?adidura han de venir sus romances, traslade todo el Romancero general, y envíemelos uno a uno; que yo les tentaré el pulso, y si vinieren duros, seré yo blanda en recebillos.
Admirados quedaron los que oían a la Gitanica, así de
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