Novelas y teatro | Page 7

Miguel de Cervantes Saavedra
lo dicen--dijo Preciosa, que lo oyó todo en entrando--; pero en
verdad que se deben de engañar en la mitad del justo precio. Bonita,
bien creo que lo soy; pero tan hermosa como dicen, ni por pienso.
--¡Por vida de don Juanico mi hijo--dijo el anciano---, que aún sois más
hermosa de lo que dicen, linda gitana!
--Y ¿quién es don Juanico su hijo?--preguntó Preciosa.
--Ese galán que está a vuestro lado--respondió el caballero.
--En verdad que pensé--dijo Preciosa--que juraba vuesa merced por
algún niño de dos años. ¡Mirad qué don Juanico, y qué brinco! A mi
verdad que pudiera ya estar casado, y que, según tiene unas rayas en la
frente, no pasarán tres años sin que lo esté, y muy a su gusto, si es que
desde aquí allá no se le pierde, o se le trueca.
--Basta--dijo uno de los presentes--; que sabe la Gitanilla desrayas.
#_A lo que_# respondió Preciosa.
--Lo que veo con los ojos, con el dedo lo adivino: yo sé del señor don
Juanico, sin rayas, que es algo enamoradizo, impetuoso y acelerado, y
gran prometedor de cosas que parecen imposibles; y plega a Dios que
no sea mentirosito, que sería lo peor de todo. Un viaje ha de hacer
agora muy lejos de aquí, y uno piensa el bayo, y otro el que le ensilla;
el hombre pone, y Dios dispone; quizá pensará que va a Oñez, y dará
en Gamboa.
A esto respondió don Juan:
--En verdad, gitanica, que has acertado en muchas cosas de mi

condición; pero en lo de ser mentiroso vas muy fuera de la verdad,
porque me precio de decirla en todo acontecimiento. En lo del viaje
largo has acertado, pues, sin duda, siendo Dios servido, dentro de
cuatro o cinco días me partiré a Flandes, aunque tú me amenazas que
he de torcer el camino, y no querría que en él me sucediese algún
desmán que lo estorbase.
--Calle, señorito--respondió Preciosa--, y encomiéndese a Dios; que
todo se hará bien; y sepa que yo no sé nada de lo que digo, y no es
maravilla que como hablo mucho y a bulto, acierte en alguna cosa, y yo
querría acertar en persuadirte a que no te partieses, sino que sosegases
el pecho, y te estuvieses con tus padres, para darles buena vejez; porque
no estoy bien con estas idas y venidas a Flandes, principalmente los
mozos de tan tierna edad como la tuya. Déjate crecer un poco, para que
puedas llevar los trabajos de la guerra, cuanto más que harta guerra
tienes en tu casa: hartos combates amorosos te sobresaltan el pecho.
Sosiega, sosiega, alborotadito, y mira lo que haces primero que te cases,
y danos una limosnita por Dios y por quien tú eres; que en verdad que
creo que eres bien nacido. Y si a esto se junta el ser verdadero, yo
cantaré la gala al vencimiento de haber acertado en cuanto te he dicho.
--Otra vez te he dicho, niña--respondió el don Juan que había de ser
Andrés Caballero--, que en todo aciertas sino en el temor que tienes que
no debo de ser muy verdadero; que en esto te engañas, sin alguna duda;
la palabra que yo doy en el campo, la cumpliré en la ciudad y adonde
quiera, sin serme pedida; pues no se puede preciar de caballero quien
toca en el vicio de mentiroso. Mi padre te dará limosna por Dios y por
mí; que en verdad que esta mañana di cuanto tenía a unas damas.
Subió, en esto, la gitana vieja, y dijo:
--Nieta, acaba; que es tarde, y hay mucho que hacer y más que decir.
--Por vida de Preciosita--#_dijo el padre de Andrés_#--que bailéis un
poco con vuestras compañeras; aquí tengo un doblón de oro de a dos
caras, que ninguna es como la vuestra, aunque son de dos reyes.
Apenas hubo oído esto la vieja cuando dijo:
--Ea, niñas, haldas en cinta y dad contento a estos señores.
Tomó las sonajas Preciosa, y dieron sus vueltas, hicieron y deshicieron
todos sus lazos, con tanto donaire y desenvoltura, que tras los pies se
llevaban los ojos de cuantos las miraban, especialmente los de Andrés,
que así se iban entre los pies de Preciosa como si allí tuvieran el centro

de su gloria.
Despidiéronse las gitanas, y al irse dijo Preciosa a don Juan:
--Mire, señor: cualquiera día desta semana es próspero para partidas, y
ninguno es aciago; apresure el irse lo más presto que pudiere; que le
aguarda una vida ancha, libre y muy gustosa, si quiere acomodarse a
ella.
--No es tan libre la del soldado, a mi parecer--respondió don Juan--,
que no tenga más de sujeción que de libertad; pero, con todo esto, haré
como viere.
--Más veréis de lo que pensáis--respondió Preciosa---, y Dios os lleve
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