Novelas y teatro | Page 6

Miguel de Cervantes Saavedra
a la vieja; pero no quería Preciosa que los
tomaste en ninguna manera; a quien la gitana dijo:
--Calla, niña; que la mejor señal que este señor ha dado de estar rendido
es haber entregado las armas en señal de rendimiento; y el dar, en
cualquiera ocasión que sea, siempre fué indicio de generoso pecho. Y
acuérdate de aquel refrán que dice: "Al cielo rogando, y con el mazo
dando." Y más, que no quiero yo que por mí pierdan las gitanas el
nombre que por luengos siglos tienen adquerido de codiciosas y
aprovechadas. ¿Cien escudos quieres tú que deseche, Preciosa, y de oro
en oro, que pueden andar cosidos en el alforza de una saya que no valga
dos reales, y tenerlos allí como quien tiene un juro sobre las yerbas de
Extremadura? Y si alguno de nuestros hijos, nietos o parientes cayere,
por alguna desgracia, en manos de la justicia, ¿habrá favor tan bueno
que llegue a la oreja del juez y del escribano, como destos escudos, si
llegan a sus bolsas? Tres veces por tres delitos diferentes me he visito
casi puesta en el asno para ser azotada, y de la una me libró un jarro de
plata, y de la otra una sarta de perlas, y de la otra cuarenta reales de a
ocho, que había trocado por cuartos, dando veinte reales más por el
cambio. Mira, niña, que andamos en oficio muy peligroso y lleno de

tropiezos y de ocasiones forzosas, y no hay defensas que más presto
nos amparen y socorran como las armas invencibles del gran Filipo: no
hay pasar adelante de su plus ultra. Por un doblón de dos caras se nos
muestra alegre la triste del procurador y de todos los ministros de la
muerte, que son arpías de nosotras las pobres gitanas, y más precian
pelarnos y desollarnos a nosotras que a un salteador de caminos; jamás,
por más rotas y desastradas que nos vean, nos tienen por pobres; que
dicen que somos como los jubones de los gabachos de Belmonte: rotos
y grasientos, y llenos de doblones.
--Por vida suya, abuela, que no diga más; que lleva término de alegar
tantas leyes en favor de quedarse con el dinero, que agote las de los
Emperadores; quédese con ellos, y buen provecho le hagan, y plega a
Dios que los entierre en sepultura donde jamás tornen a ver la claridad
del sol, ni haya necesidad que la vean. A estas nuestras compañeras
será forzoso darles algo; que ha mucho que nos esperan, y ya deben de
estar enfadadas.
[Ilustración: Por vida suya, abuela, que no diga más; ...]
--Así verán ellas--replicó la vieja--moneda déstas como veen al Turco
agora. Este buen señor verá si le ha quedado alguna moneda de plata, o
cuartos, y los repartirá entre ellas, que con poco quedarán contentas.
--Sí traigo--dijo él galán.
Y sacó de la faldriquera tres reales de a ocho, que repartió entre las tres
gitanillas, con que quedaron más alegres y más satisfechas que suele
quedar un autor de comedias cuando, en competencia de otro, le suelen
retular por las esquinas: "_Víctor, Víctor._"
En resolución, concertaron la venida de allí a ocho días, y que se había
de llamar, cuando fuése gitano, Andrés Caballero, porque también
había gitanos entre ellos deste apellido.
Andrés (que así le llamaremos de aquí adelante) las dejó, y se entró en
Madrid, y ellas, contentísimas, hicieron lo mismo. Preciosa, algo
aficionada de la gallarda disposición de Andrés, ya deseaba informarse
si era el que había dicho; entró en Madrid, y como ella llevaba puesta la
mira en buscar la casa del padre de Andrés, sin querer detenerse a
bailar en ninguna parte, en poco espacio se puso en la calle do estaba,
que ella muy bien sabía; y habiendo andado hasta la mitad, alzó los
ojos a unos balcones de hierro dorados, que le habían dado por señas, y
vió en ellos a un caballero de hasta edad de cincuenta años, con un

hábito de cruz colorada en los pechos, de venerable gravedad y
presencia; el cual apenas también hubo visto la Gitanilla cuando dijo:
--Subid, niñas; que aquí os darán limosna.
A esta voz acudieron al balcón otros tres caballeros, y entre ellos vino
el enamorado Andrés, que cuando vió a Preciosa, perdió la color y
estuvo a punto de perder los sentidos: tanto fué el sobresalto que
recibió con su vista. Subieron las gitanillas todas, sino la grande, que se
quedó abajo para informarse de los criados de las verdades de Andrés.
Al entrar las gitanillas en la sala, estaba diciendo el caballero anciano a
los demás:
--Esta debe ser, sin duda, la Gitanilla hermosa que dicen que anda por
Madrid.
--Ella es--replicó Andrés--, y sin duda es la más hermosa criatura que
se ha visto.
--Así
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