Misericordia | Page 8

Benito Pérez Galdós
San Andr��s bendito me cas�� con mi Roque, que est�� en gloria, de la consecuencia de una ca��da del andamio. Esta dice que tiene el marido en Celiplinas, y ser�� que desde all�� le hace los chiquillos... por carta... ?Ay, qu�� mundo! Te digo que sin criaturas no se saca nada: los se?ores no miran a la dinid�� de una, sino a si da el pecho o no da el pecho. Les da l��stima de las criaturas, sin reparar en que m��s honr��s somos las que no las tenemos, las que estamos en la senet��, hartas de trabajos y sin poder valernos. Pero vete t�� ahora a golver del rev��s el mundo, y a gobernar la compasi��n de los se?ores. Por eso se dice que todo anda trastornado y al rev��s, hasta los cielos benditos, y lleva raz��n Pulido cuando habla de la rigoluci��n mu gorda, mu gorda, que ha de venir para meter en cintura a ricos miserables y a pobres ensalzaos?.
Conclu��a la charlatana vieja su perorata, cuando ocurri�� un suceso tan extra?o, fenomenal e inaudito, que no podr��a ser comparado sino a la s��bita ca��da de un rayo en medio de la comunidad mendicante, o a la explosi��n de una bomba: tales fueron el estupor y azoramiento que en toda la caterva m��sera produjo. Los m��s antiguos no recordaban nada semejante; los nuevos no sab��an lo que les pasaba. Qued��ronse todos mudos, perplejos, espantados. ?Y qu�� fue, en suma? Pues nada: que Don Carlos Moreno Trujillo, que toda la vida, desde que el mundo era mundo, sal��a infaliblemente por la puerta de la calle de Atocha... no alter�� aquel d��a su inveterada costumbre; pero a los pocos pasos volvi�� adentro, para salir por la calle de las Huertas, hecho singular��simo, absurdo, equivalente a un retroceso del sol en su carrera.
Pero no fue principal causa de la sorpresa y confusi��n la desusada salida por aquella parte, sino que D. Carlos se par�� en medio de los pobres (que se agruparon en torno a ��l, creyendo que les iba a repartir otra perra por barba), les mir�� como pas��ndoles revista, y dijo: ?Eh, se?oras ancianas, ?qui��n de vosotras es la que llaman la se?�� Benina??.
--Yo, se?or, yo soy--dijo la que as�� se llamaba, adelant��ndose temerosa de que alguna de sus compa?eras le quitase el nombre y el estado civil.
--Esa es--a?adi�� la Casiana con sequedad oficiosa, como si creyese que hac��a falta su exequatur de caporala para conocimiento o certificaci��n de la personalidad de sus inferiores.
--Pues, se?�� Benina--agreg�� D. Carlos emboz��ndose hasta los ojos para afrontar el fr��o de la calle--, ma?ana, a las ocho y media, se pasa usted por casa; tenemos que hablar. ?Sabe usted d��nde vivo?
--Yo la acompa?ar��--dijo Eliseo ech��ndosela de servicial y diligente en obsequio del se?or y de la mendiga.
--Bueno. La espero a usted, se?�� Benina.
--Descuide el se?or.
--A las ocho y media en punto. F��jese bien--a?adi�� D. Carlos a gritos, que resultaron apagados porque le tapaban la boca las felpas h��medas del embozo ra��do--. Si va usted antes, tendr�� que esperarse, y si va despu��s, no me encuentra... Ea, con Dios. Ma?ana es 25: me toca en Montserrat, y despu��s, al cementerio. Con que...

IV
?Mar��a Sant��sima, San Jos�� bendito, qu�� comentarios, qu�� febril curiosidad, qu�� ansia de investigar y sorprender los prop��sitos del buen D. Carlos! En los primeros momentos, la misma intensidad de la sorpresa priv�� a todos de la palabra. Por los rincones del cerebro de cada cual andaba la procesi��n... dudas, temores, envidia, curiosidad ardiente. La se?�� Benina, queriendo sin duda librarse de un fastidioso hurgoneo, se despidi�� afectuosamente, como siempre lo hac��a, y se fue. Siguiola, con minutos de diferencia, el ciego Almudena. Entre los restantes empezaron a saltar, como chispas, las frasecillas primeras de su sorpresa y confusi��n: ?Ya lo sabremos ma?ana... Ser�� por desempe?arla... Tiene m��s de cuarenta papeletas.
--Aqu�� todas nacen de pie--dijo la Burlada a Crescencia--, menos nosotras, que hemos ca��do en el mundo como talegos?.
Y la Casiana, afilando m��s su cara caballuna, hasta darle proporciones monstruosas, dijo con acento de compasi��n l��gubre: ??Pobre Don Carlos! Est�� m��s loco que una cabra?.
A la ma?ana siguiente, aprovechando la comunidad el hecho feliz de no haber ido a la parroquia ni la se?�� Benina ni el ciego Almudena, menudearon los comentarios del extra?o suceso. La Demetria expuso t��midamente la opini��n de que D. Carlos quer��a llevar a la Benina a su servicio, pues gozaba ��sta fama de gran cocinera, a lo que agreg�� Eliseo que, en efecto, la tal hab��a sido maestra de cocina; pero no la quer��an en ninguna parte por vieja.
?Y por sisona--afirm�� la Casiana, recalcando con sa?a el t��rmino--. Hab��is de saber que ha sido una sisona tremenda, y por ese vicio se ve ahora como se ve, teniendo que pedir para una rosca. De todas las casas en
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