Misericordia | Page 3

Benito Pérez Galdós
me quiere. Mejor se est�� aqu�� con la ventisca, que en los interiores, alternando con esas viejas charlatanas, que no tienen educaci��n... Lo que yo digo: la educaci��n es lo primero, y sin educaci��n, ?c��mo quieren que haiga caridad?... D. Carlos, que el Se?or se lo aumente, y se lo d�� de gloria...?.
Antes de que concluyera la frase, el D. Carlos vol��; y lo digo as��, porque el terrible hurac��n hizo presa en su desmedida capa, y all�� ver��ais al hombre, con todo el pa?o arremolinado en la cabeza, dando tumbos y giros, como un rollo de tela o un pedazo de alfombra arrebatados por el viento, hasta que fue a dar de golpe contra la puerta, y entr�� ruidosa y atropelladamente, desembarazando su cabeza del trapo que la envolv��a. ??Qu�� d��a... vaya con el d��a de porra!?--exclamaba el buen se?or, rodeado del enjambre de pobres, que con chillidos pla?ideros le saludaron; y las flacas manos de las viejas le ayudaban a componer y estirar sobre sus hombros la capa. Acto continuo reparti�� las perras, que iba sacando del cartucho una a una, sob��ndolas un poquito antes de entregarlas, para que no se le escurriesen dos pegadas; y despidi��ndose al fin de la pobreter��a con un sermoncillo gangoso, exhort��ndoles a la paciencia y humildad, guard�� el cartucho, que a��n ten��a monedas para los de la puerta del frontis de Atocha, y se meti�� en la iglesia.

II
Tomada el agua bendita, don Carlos Moreno Trujillo se dirigi�� a la capilla de Nuestra Se?ora de la Blanca. Era hombre tan extremadamente met��dico, que su vida entera encajaba dentro de un programa irreductible, determinante de sus actos todos, as�� morales como f��sicos, de las graves resoluciones, as�� como de los pasatiempos insignificantes, y hasta del moverse y del respirar. Con un solo ejemplo se demuestra el poder de la rutinaria costumbre en aquel santo var��n, y es que, viviendo en aquellos d��as de su ancianidad en la calle de Atocha, entraba siempre por la verja de la calle de San Sebasti��n y puerta del Norte, sin que hubiera para ello otra raz��n que la de haber usado dicha entrada en los treinta y siete a?os que vivi�� en su renombrada casa de comercio de la Plazuela del ��ngel. Sal��a invariablemente por la calle de Atocha, aunque a la salida tuviera que visitar a su hija, habitante en la calle de la Cruz.
Humillado ante el altar de los Dolores, y despu��s ante la imagen de San Lesmes, permanec��a buen rato en abstracci��n m��stica; despacito recorr��a todas las capillas y retablos, guardando un orden que en ninguna ocasi��n se alteraba; o��a luego dos misitas, siempre dos, ni una m��s ni una menos; hac��a otro recorrido de altares, terminando infaliblemente en la capilla del Cristo de la Fe; pasaba un ratito a la sacrist��a, donde con el coadjutor o el sacrist��n se permit��a una breve charla, tratando del tiempo, o de lo malo que est�� todo, o bien de comentar el c��mo y el por qu�� de que viniera turbia el agua del Lozoya, y se marchaba por la puerta que da a la calle de Atocha, donde repart��a las ��ltimas monedas del cartucho. Tal era su previsi��n, que rara vez dejaba de llevar la cantidad necesaria para los pobres de uno y otro costado: como aconteciera el caso inaudito de faltarle una pieza, ya sab��a el mendigo que la ten��a segura al d��a siguiente; y si sobraba, se corr��a el buen se?or al oratorio de la calle del Olivar en busca de una mano desdichada en que ponerla.
Pues se?or, entr�� D. Carlos en la iglesia, como he dicho, por la puerta que llamaremos del Cementerio de San Sebasti��n, y las ancianas y ciegos de ambos sexos que acababan de recibir de ��l la limosna, se pusieron a picotear, pues mientras no entrara o saliera alguien a quien acometer, ?qu�� hab��an de hacer aquellos infelices m��s que enga?ar su inanici��n y sus tristes horas, regal��ndose con la comidilla que nada les cuesta, y que, picante o desabrida, siempre tienen a mano para con ella saciarse? En esto son iguales a los ricos: quiz��s les llevan ventaja, porque cuando tocan a charlar, no se ven cohibidos por las conveniencias usuales de la conversaci��n, que poniendo entre el pensamiento y la palabra gruesa costra etiquetera y gramatical, embotan el gusto inefable del dime y direte.
??No vus dije que D. Carlos no faltaba hoy? Ya lo hab��is visto. Decir ahora si yo me equivoco y no estoy al tanto.
--Yo tambi��n lo dije... Toma... como que es el aniversario del mes, d��a 24; quiere decir que cumple mes la defunci��n de su esposa, y Don Carlos bendito no falta este d��a, aunque lluevan ruedas de molino, porque otro m��s cristiano, sin agraviar, no lo hay en Madrid.
--Pues yo me tem��a que
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