Misericordia | Page 8

Benito Pérez Galdós

--¡A ver!... Siempre lo mismo. No hay como andar con dos o tres

criaturas a cuestas para sacar tajada. Y no miran a la decencia, porque
estas holgazanotas, como Demetria, sobre ser unas grandísimas
pendonazas, hacen luego del vicio su comercio. Ya ves: cada año se
trae una lechigada, y criando a uno, ya tiene en el buche los huesos del
año que viene.
--¿Y es casada?
--Como tú y como yo. De mí nada dirán, pues en San Andrés bendito
me casé con mi Roque, que está en gloria, de la consecuencia de una
caída del andamio. Esta dice que tiene el marido en Celiplinas, y será
que desde allá le hace los chiquillos... por carta... ¡Ay, qué mundo! Te
digo que sin criaturas no se saca nada: los señores no miran a la dinidá
de una, sino a si da el pecho o no da el pecho. Les da lástima de las
criaturas, sin reparar en que más honrás somos las que no las tenemos,
las que estamos en la senetú, hartas de trabajos y sin poder valernos.
Pero vete tú ahora a golver del revés el mundo, y a gobernar la
compasión de los señores. Por eso se dice que todo anda trastornado y
al revés, hasta los cielos benditos, y lleva razón Pulido cuando habla de
la rigolución mu gorda, mu gorda, que ha de venir para meter en cintura
a ricos miserables y a pobres ensalzaos».
Concluía la charlatana vieja su perorata, cuando ocurrió un suceso tan
extraño, fenomenal e inaudito, que no podría ser comparado sino a la
súbita caída de un rayo en medio de la comunidad mendicante, o a la
explosión de una bomba: tales fueron el estupor y azoramiento que en
toda la caterva mísera produjo. Los más antiguos no recordaban nada
semejante; los nuevos no sabían lo que les pasaba. Quedáronse todos
mudos, perplejos, espantados. ¿Y qué fue, en suma? Pues nada: que
Don Carlos Moreno Trujillo, que toda la vida, desde que el mundo era
mundo, salía infaliblemente por la puerta de la calle de Atocha... no
alteró aquel día su inveterada costumbre; pero a los pocos pasos volvió
adentro, para salir por la calle de las Huertas, hecho singularísimo,
absurdo, equivalente a un retroceso del sol en su carrera.
Pero no fue principal causa de la sorpresa y confusión la desusada
salida por aquella parte, sino que D. Carlos se paró en medio de los
pobres (que se agruparon en torno a él, creyendo que les iba a repartir

otra perra por barba), les miró como pasándoles revista, y dijo: «Eh,
señoras ancianas, ¿quién de vosotras es la que llaman la señá Benina?».
--Yo, señor, yo soy--dijo la que así se llamaba, adelantándose temerosa
de que alguna de sus compañeras le quitase el nombre y el estado civil.
--Esa es--añadió la Casiana con sequedad oficiosa, como si creyese que
hacía falta su exequatur de caporala para conocimiento o certificación
de la personalidad de sus inferiores.
--Pues, señá Benina--agregó D. Carlos embozándose hasta los ojos para
afrontar el frío de la calle--, mañana, a las ocho y media, se pasa usted
por casa; tenemos que hablar. ¿Sabe usted dónde vivo?
--Yo la acompañaré--dijo Eliseo echándosela de servicial y diligente en
obsequio del señor y de la mendiga.
--Bueno. La espero a usted, señá Benina.
--Descuide el señor.
--A las ocho y media en punto. Fíjese bien--añadió D. Carlos a gritos,
que resultaron apagados porque le tapaban la boca las felpas húmedas
del embozo raído--. Si va usted antes, tendrá que esperarse, y si va
después, no me encuentra... Ea, con Dios. Mañana es 25: me toca en
Montserrat, y después, al cementerio. Con que...

IV
¡María Santísima, San José bendito, qué comentarios, qué febril
curiosidad, qué ansia de investigar y sorprender los propósitos del buen
D. Carlos! En los primeros momentos, la misma intensidad de la
sorpresa privó a todos de la palabra. Por los rincones del cerebro de
cada cual andaba la procesión... dudas, temores, envidia, curiosidad
ardiente. La señá Benina, queriendo sin duda librarse de un fastidioso
hurgoneo, se despidió afectuosamente, como siempre lo hacía, y se fue.
Siguiola, con minutos de diferencia, el ciego Almudena. Entre los

restantes empezaron a saltar, como chispas, las frasecillas primeras de
su sorpresa y confusión: «Ya lo sabremos mañana... Será por
desempeñarla... Tiene más de cuarenta papeletas.
--Aquí todas nacen de pie--dijo la Burlada a Crescencia--, menos
nosotras, que hemos caído en el mundo como talegos».
Y la Casiana, afilando más su cara caballuna, hasta darle proporciones
monstruosas, dijo con acento de compasión lúgubre: «¡Pobre Don
Carlos! Está más loco que una cabra».
A la mañana siguiente, aprovechando la comunidad el hecho feliz de no
haber ido a la parroquia ni la señá Benina ni el ciego Almudena,
menudearon los comentarios del
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