Memorias de un vigilante | Page 8

José Alvarez
entregarme a la investigaci��n paciente y minuciosa de todo lo que me rodeaba, a la observaci��n met��dica y tranquila de todo lo que ve��a y o��a, y cu��nta conquista pude hacer para mi alma anhelosa de conocer, y sedienta de vivir!
Tengo grabadas en la retina, y para siempre lo estar��n tal vez, las escenas callejeras que m��s me impresionaron, los cuadros de la vida que primero descifraron mis ojos y las primeras letras del abecedario social que aprend�� a conocer.
Mi primer servicio en car��cter de vigilante fui a prestarlo a los veinte d��as de mi ingreso, bajo la direcci��n del cabo P��rez; el teatro elegido fue el Ministerio del Interior[54], donde se requer��a, por no s�� qu�� causa, ayuda de la fuerza p��blica.
El tal servicio consist��a en estar parado en la puerta de la sala de espera... y en nada m��s.
Quince d��as pas�� desempe?ando mi comisi��n con toda conciencia, bajo la inmediata vigilancia del cabo, que era flamante, lleno de ardimiento, y cre��a que las funciones que desempe?��bamos eran de esas que ni los pueblos ni los gobiernos olvidan, y hacen de los que han tenido la suerte de ocuparse en ellas una especie de dioses chicos, merecedores, no ya de estatuas en las plazas p��blicas, sino de ser tenidos como ejemplos en la historia de la humanidad civilizada.
?Pobre P��rez!
?Era espa?ol, como de treinta a?os, y se ten��a por bello, por valiente y por muy entendido en achaques de ordenanzas de polic��a! ?Casi no hab��a buena cualidad atribuida por los hombres de una ��poca a los que vivieron en otra, que ��l, con una modestia verdaderamente infantil, no se las atribuyera y tratara de convencer, a los pocos con quienes ten��a contacto en el mundo, que verdaderamente las pose��a!
Era generoso, y una vez casi llor�� porque lo mandaron al Once de Septiembre y no le dieron dos pesos de los viejos para el tramway; era suertudo en lides de amor, y la mujer se le escap�� con un sepulturero de la Recoleta, que se iba como administrador del Cementerio de Navarro[55]; era sobrio y por lo general lo arrestaban por ebrio; y era valiente, y hubo que darlo de baja porque desert�� una consigna, perseguido por unos vendedores de diarios, que le quitaron el machete y el kep��.
?All��, en el Ministerio, se daba un corte b��rbaro, y a��n me parece ver su figurita, que parec��a recortada de una caja de f��sforos!
Con paso reposado med��a, contone��ndose, el ancho corredor, mientras yo estaba de facci��n en la puerta del sal��n de espera, casi al lado de la ventanilla correspondiente a la Mesa de Entradas y Salidas.
Invariablemente llevaba la mano izquierda apoyada en la reluciente empu?adura del machete, la derecha suspendida por el pulgar en la parte delantera del cintur��n, jugando como al descuido con la cadena--virgen seguramente en poder del cabo--, el kep�� volteado con aire coqueto sobre la oreja y echando sombra sobre un ojo de color blanquizco, que parec��a hacerle gui?os a una nariz arremangada y carnuda, que emerg��a de entre unos bigotes semirrubios y enmara?ados, que eran el orgullo de su propietario.
Con esto y con ba?ar su rostro en una sonrisa con pretensiones de picarescamente bonachona, quedaba perfilado el cabo P��rez en toda su graciosa majestad.
Estas impresiones, que son las primeras que tuve en Buenos Aires, puede decirse, las tengo presentes, y las siento como si fueran de ayer; veo a��n las escenas y las cosas, tal como se presentaron a m��, as�� en tropel, medio confusas, informes, baraj��ndose de una manera infernal, figuras, espect��culos, di��logos, ruidos y hasta aire de personas absolutamente desconocidas, que yo encontraba en la calle o ve��a en las antesalas del Ministerio en las horas de facci��n.
Durante mi corta comisi��n alcanc�� a conocer, con s��lo verlos caminar, a los vagos que pasan la vida en las antesalas, buscando empleo; a los imaginativos que se creen en posesi��n de los puestos que anhelan porque han llevado al ministro una carta de cualquiera que se les antoja de valimiento[56], a los pichuleadores[57], a los amigos de confianza de los escribientes y auxiliares, a los de otros que vuelan m��s alto, a los comisionistas, a los noticieros de los diarios, a las se?oras honestas que buscan pensi��n y a las m��s interesantes aun que gestionan asuntos por cuenta ajena; fueron las que estudi�� y observ�� con m��s detenimiento, porque eran las que abundaban y las que constantemente ten��a ante los ojos.
Las conoc��a por el aire de suficiencia que respiraban, por la majestad, que como un perfume se exhalaba de sus personas, y por el amaneramiento de todos sus gestos y ademanes.
No vagaban sin rumbo bajo los largos corredores de la Casa de Gobierno, buscando aqu�� y all�� una oficina desconocida, como cualquiera 19 viuda que busca pensi��n, empleo para un jovencito que es una monada, o beca
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