Estrecho, pierde una
embarcacion, no deja mas resguardo ni auxilios á Sarmiento que un
bagel pequeño para el socorro de aquellas gentes en tan remotas
distancias y parages, cuyos terrenos en mucho tiempo no podian
producir frutos para su conservacion y subsistencia. Se vuelve con las
demas naos, sin hacer memoria de repetir los socorros. Con estas
disposiciones, ¿qué fin habian de tener aquellos miserables?--Claro está.
La pérdida de todos.
Veamos ahora cual fué la causa de estas desgracias, y de que se
malograse un fin tan santo. ¿La inutilidad de aquellos terrenos, ó las
malas disposiciones de Diego de Rivera?--Bien se deja entender que
estas últimas. Los terrenos ni podian producir, ni dar frutos en muchos
años para que subsistiese la gente, ya por falta de ganados, que es el
mayor vigor y alma de las poblaciones, y ya porque, para preparar las
tierras con las labores de la agricultura, era menester observar los
tiempos mas adaptados á las sementeras, y tener los aperos y bueyes
que pide la necesidad. Nada de esto reflexiona su inconstancia, y el
poco sufrimiento á los trabajos de la navegacion, que debia hacer por el
Estrecho á Lima y á otros puertos para sostener, fomentar y asegurar las
poblaciones. Se efectua tan extraño y violento desembarco: se mira con
indiferencia el servicio del Rey, y el estado en que quedaban aquellos
miserables, abusando de la lealtad, obediencia y valor con que
despreciaron la muerte.
¿Qué mas pudo hacer la Corte, en unos tiempos en que se hallaba
afligida la España con los empeños que le ocasionaba la obstinada
rebelion de los Flamencos, que aprontar tan respetable armada, y
reforzarla posteriormente con cuatro galeones? Si Diego de Rivera
hubiera desempeñado sus encargos con mas prevision, con otro amor, ó
con mas humanidad; repitiendo los auxilios con las embarcaciones de
su mando, se hubieran fijado aquellas poblaciones; ó por lo menos no
se hubieran perdido tan leales y desgraciados españoles: pero su
inconstancia, y el ningun sufrimiento á los trabajos, hicieron inutiles los
esfuerzos del Rey, y sacrificaron á estos infelices.
Aunque la experiencia de estos sucesos dieron á los sábios Ministros,
que con tanta gloria de la nacion dirigen la monarquia, las luces y
conocimientos, para que no llegasen á tener tan desgraciado fin estos
últimos establecimientos de las Bahías sin Fondo y San Julian, no por
eso han podido libertarse de iguales contrastes, que al fin lograron
reducirlos á un estenuado esqueleto de la corta poblacion del Rio
Negro.
A estos dos grandes motivos, que siempre han movido el religiosísimo
corazon de los reyes para el logro de estos establecimientos, se unieron
en la presente ocasion los fundados recelos de las noticias que recibió
la corte de España, que intentaba la de Londres establecerse en la Bahía
sin Fondo, ó Punta de San Matias, donde desagua el rio Negro, por los
conocimientos que de estos parages tomó Falkner, y suministró á aquel
ministerio en su descripcion patagónica. Con tan fundado motivo
(aunque jamas ha desistido del intento de estas poblaciones), determinó
el Rey tuviesen efecto á toda costa en las dos expresadas bahías. A este
fin nombró comisionados, y mandó familias de diferentes provincias de
España, siendo su real voluntad, que se alistasen las mas honradas,
laboriosas y de mejor conducta.
Puesto en práctica este proyecto con la primera expedicion que salió de
Montevideo, al mando de D. Juan de la Piedra, se descubrió el puerto
de San José, donde quedó formado el primer provisional
establecimiento; y por la poca agua que llevaban las embarcaciones,
falta de caballos, bueyes y mulas para conducirla de las fuentes que se
descubrieron, y mala calidad de los viveres, enfermò la gente, y faltó la
constancia á esperar los socorros del Rio de la Plata ó del Rio Negro,
que á poco tiempo fué descubierto: obligando con los términos mas
violentos al comandante D. Antonio de Viedma á que se retirase con
casi el todo de la gente, á la plaza de Montevideo, en el paquebot Santa
Teresa.
Este contrario suceso lo ocasionó la arribada que hizo á Buenos Aires
D. Basilio Villarino del Rio Negro, donde le despachó el
Super-intendente D. Francisco de Viedma, para que socorriese el puerto
de San José, con la mucha aguada que conducia el bergantin Nuestra
Señora del Carmen y Animas, y la pérdida de la urca, llamada la
Visitacion, que estaba para hacerse á la vela en aquella bahía á conducir
auxilios á la de San José: pues á haber logrado cualquiera de estos
socorros, no se hubiera arraigado el escorbuto con muerte de 28
hombres; no se hubiera desamparado aquel puesto, ni ocasionado la
pérdida de los efectos y viveres que allí quedaron.
Estos desgraciados principios alteraron y previnieron generalmente los
ánimos de modo, que nada ha sido mas odioso que
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