Marianela | Page 2

Benito Pérez Galdós
por aquí una vereda que vuelve a
subir. ¿Seguirela? ¿Desandaré lo andado?... ¡Retroceder! ¡Qué absurdo!
O yo dejo de ser quien soy, o llegaré esta noche a las famosas minas de
Socartes y abrazaré a mi querido hermano. Adelante, siempre adelante.
Dio un paso y hundiose en la frágil tierra movediza.
--¿Esas tenemos, señor planeta?... ¿Con que quiere usted tragarme?... Si
ese holgazán satélite quisiera alumbrar un poco, ya nos veríamos las
caras usted y yo.... Y a fe que por aquí abajo no hemos de ir a ningún
paraíso. Parece esto el cráter de un volcán apagado.... Hay que andar
suavemente por tan delicioso precipicio. ¿Qué es esto? ¡Ah! Una piedra;
magnífico asiento para echar un cigarro, esperando a que salga la luna.
El discreto Golfín se sentó tranquilamente como podría haberlo hecho
en el banco de un paseo; y ya se disponía a fumar, cuando sintió una
voz... sí, indudablemente era una voz humana que lejos sonaba, un
quejido patético, mejor dicho, melancólico canto, formado de una sola
frase, cuya última cadencia se prolongaba apianándose en la forma que
los músicos llamaban morendo, y que se apagaba al fin en el plácido
silencio de la noche, sin que el oído pudiera apreciar su vibración
postrera.
--Vamos--dijo el viajero lleno de gozo--, humanidad tenemos. Ese es el
canto de una muchacha; sí, es voz de mujer, y voz preciosísima. Me
gusta la música popular de este país.... Ahora calla.... Oigamos, que
pronto ha de volver a empezar.... Ya, ya suena otra vez. ¡Qué voz tan
bella, qué melodía tan conmovedora! Creeríase que sale de las
profundidades de la tierra y que el señor de Golfín, el hombre más serio
y menos supersticioso del mundo, va a andar en tratos ahora con los
silfos, ondinas, gnomos, hadas y toda la chusma emparentada con la

loca de la casa.... Pero, si no me engaña el oído, la voz se aleja.... La
graciosa cantora se va.... ¡Eh! Muchacha, aguarda, detén el paso.
La voz, que durante breve rato había regalado con encantadora música
el oído del hombre extraviado, se iba perdiendo en la inmensidad
tenebrosa, y a los gritos de Golfín, el canto extinguiose por completo.
Sin duda la misteriosa entidad gnómica, que entretenía su soledad
subterránea cantando tristes amores, se había asustado de la brusca
interrupción del hombre, huyendo a las más hondas entrañas de la tierra,
donde moran, avaras de sus propios fulgores, las piedras preciosas.
--Esta es una situación divina--murmuró Golfín, considerando que no
podía hacer mejor cosa que dar lumbre a su cigarro--. No hay mal que
cien años dure. Aguardemos fumando. Me he lucido con querer venir
solo y a pie a las minas de Socartes. Mi equipaje habrá llegado primero,
lo que prueba de un modo irrebatible las ventajas del adelante, siempre
adelante.»
Moviose entonces ligero vientecillo, y Teodoro creyó sentir pasos
lejanos en el fondo de aquel desconocido o supuesto abismo que ante sí
tenía. Puso atención y no tardó en adquirir la certeza de que alguien
andaba por allí. Levantándose, gritó:
--Muchacha, hombre, o quien quiera que seas, ¿se puede ir por aquí a
las minas de Socartes?
No había concluido, cuando oyose el violento ladrar de un perro, y
después una voz de hombre, que dijo:
--Choto, Choto, ven aquí.
--¡Eh!--gritó el viajero--. Buen amigo, muchacho de todos los
demonios, o lo que quiera que seas, sujeta pronto ese perro, que yo soy
hombre de paz!
--¡Choto, Choto!
Golfín vio que se le acercaba un perro negro y grande; mas el animal,

después de gruñir junto a él, retrocedió llamado por su amo. En tal
punto y momento, el viajero pudo distinguir una figura, un hombre, que
inmóvil y sin expresión, cual muñeco de piedra, estaba en pie a
distancia como de diez varas más abajo de él, en una vereda trasversal
que aparecía irregularmente trazada por todo lo largo del talud. Este
sendero y la humana figura detenida en él llamaron vivamente la
atención de Golfín, que dirigiendo gozosa mirada al cielo, exclamó:
--¡Gracias a Dios!, al fin salió esa loca. Ya podemos saber dónde
estamos. No sospechaba yo que tan cerca de mí existiera esta senda....
Pero si es un camino.... ¡Hola!, amiguito, ¿puede usted decirme si estoy
en las minas de Socartes?
--Sí, señor, estas son las minas de Socartes, aunque estamos un poco
lejos del establecimiento.
La voz que esto decía era juvenil y agradable, y resonaba con las
simpáticas inflexiones que indican una disposición a prestar servicios
con buena voluntad y cortesía. Mucho gustó al doctor oírla, y más aún
observar la dulce claridad que, difundiéndose por los espacios antes
oscuros, hacía revivir cielo y tierra, cual si se los sacara de la nada.
--Fiat lux--dijo descendiendo--. Me parece que acabo de salir del caos
primitivo. Ya estamos en la
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