como tu dices! todo lo que ahora veo no seria sino el sueno de un cerebro enfermo.
EL CAZADOR.
?Que ves pues, o que crees ver?
MANFREDO.
A ti y a mi, un paisano de los Alpes, tus modestas virtudes, tu choza hospitalaria, tu valerosa paciencia, tu alma arrogante, libre y piadosa; tu respeto por ti mismo fundado sobre tu inocencia, tus dias llenos de salud, tus noches consagradas al sueno, tus trabajos ennoblecidos por el riesgo y sin embargo esentos del crimen, tu esperanza de una dichosa vejez y de una sepultura pacifica, en donde una cruz y una guirnalda de flores adornaran los cespedes, y a la cual serviran de epitafio los tiernos sentimientos de tus nietos: esto es lo que veo; y si miro dentro de mi mismo ... pero ya no es tiempo; mi alma estaba ya dolorida....
EL CAZADOR.
?Y no cambiarias con gusto tu suerte por la mia?
MANFREDO.
No, amigo mio, yo no querria hacer un cambio tan funesto paro ti, y no lo haria con ningun otro viviente. Solo, puedo resistir a mis angustias, solo, puedo vivir soportando lo que los otros hombres no podrian conocer, ni aun en suenos, sin perder la vida.
EL CAZADOR.
?Como con este generoso interes por tus semejantes, puedes verte cargado de crimenes? cesa de decirmelo; ?un hombre capaz de un sentimiento tan tierno puede haber inmolado a su furor a sus enemigos?
MANFREDO.
No, no, ijamas! he sido cruel con los que me amaban, con aquellos a quienes yo amaba. Jamas he dado un golpe a un enemigo sino en mi legitima defensa; pero iay! mis caricias eran fatales.
EL CAZADOR.
iQue el cielo restituya la tranquilidad a tu alma! ique el arrepentimiento te vuelva a ti mismo! yo te prometo mis oraciones.
MANFREDO.
No tengo ninguna necesidad de ellas; pero no desprecio tu piedad, me retiro; a Dios. Te dejo este bolsillo, igualmente que mis gracias, no hay que rehusarle ... esta recompensa te es debida ... no me sigas ... conozco mi camino, no tengo que atravesar los senderos peligrosos de la montana; lo repito otra vez, no quiero que se me siga.
[Manfredo se va.]
ESCENA II.
[El teatro representa un valle de los Alpes inmediato a una catarata.]
MANFREDO.
El sol no se halla a la mitad de su carrera, y el arco iris que corona el torrente recibe de sus rayos sus hermosos colores[1]. Las aguas estienden sobre el declivio de las rocas su manto de plata, y su espuma que se eleva como un surtidor, se parece a la cola del enorme y palido caballo del Apocalipsis sobre el que vendra la Muerte.
Mis ojos solamente gozan en el momento de este magnifico espectaculo, estoy solo en esta pacifica soledad, y quiero disfrutar del homenage de la cascada con el genio de este lugar. Llamemosle.
[Manfredo toma algunas gotas de agua en el hueco de su mano y las arroja al aire pronunciando su conjuro magico. Al cabo de un momento de silencio aparece la Encantadora de los Alpes bajo el arco iris del torrente.]
iEspiritu de una hechicera hermosura, que yo pueda admirar tu cabellera luminosa, los ojos resplandecientes y las formas divinas que reunen todos los hechizos de las hijas de los hombres a una sustancia aerea y a la esencia de los mas puros elementos! Los colores de tu tez celeste se parecen al bermellon que hermosea las megillas de un nino dormido en el seno de su madre y mecido con los latidos de su corazon; se parecen al color de rosa que dejan caer los ultimos rayos del dia sobre la nieve de los ventisqueros, y que puede equivocarse con el pudico sonrosado de la tierra recibiendo las caricias del cielo. Tu aspecto suaviza el resplandor del arco brillante que te corona; yo leo sobre tu frente serena que refleja la calma de tu alma inmortal, leo que tu perdonaras a un hijo de la tierra, con quien se dignan comunicar algunas veces los espiritus de los elementos, el atreverse a hacer uso de los secretos magicos para llamarte a su presencia y contemplarte un momento.
LA ENCANTADORA DE LOS ALPES.
Hijo de la tierra, yo te conozco; igualmente que los secretos a que debes tu poder, te conozco por un hombre de pensamientos profundos, estremoso en el mal y en el bien, fatal a los otros y a ti mismo; te esperaba, ?que quieres de mi?
MANFREDO.
Admirar tu hermosura, nada mas. El aspecto de la tierra me sumerge en la desesperacion; busco un refugio en sus misterios, huyo cerca de los espiritus que la gobiernan; pero ellos no pueden socorrerme; les he pedido lo que no pueden darme, no les pido nada mas.
LA ENCANTADORA.
?Que es pues lo que pides, que no pueden concedertelo aquellos que lo pueden todo y que gobiernan los elementos invisibles?
MANFREDO.
?Para que repetire la relacion de mis dolores? seria en vano.
LA ENCANTADORA.
Yo los ignoro, tened la bondad
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