Los pazos de Ulloa | Page 6

Emilia Pardo Bazán
pide?--preguntó.
--?Qué ha de pedir?--respondió el marqués festivamente--. ?El vino, hombre! ?El vaso de tostado!
--?Mama!--exclamó el abad.
Antes de que Julián se resolviese a dar al ni?o su vaso casi lleno, el marqués había aupado al mocoso, que sería realmente una preciosidad a no estar tan sucio. Parecíase a Sabel, y aún se le aventajaba en la claridad y alegría de sus ojos celestes, en lo abundante del pelo ensortijado, y especialmente en el correcto dise?o de las facciones. Sus manitas, morenas y hoyosas, se tendían hacia el vino color de topacio; el marqués se lo acercó a la boca, divirtiéndose un rato en quitárselo cuando ya el rapaz creía ser due?o de él. Por fin consiguió el ni?o atrapar el vaso, y en un decir Jesús trasegó el contenido, relamiéndose.
--?éste no se anda con requisitos!--exclamó el abad.
--?Quiá!--confirmó el marqués--. ?Si es un veterano! ?A que te zampas otro vaso, Perucho?
Las pupilas del angelote rechispeaban; sus mejillas despedían lumbre, y dilataba la clásica naricilla con inocente concupiscencia de Baco ni?o. El abad, gui?ando picarescamente el ojo izquierdo, escancióle otro vaso, que él tomó a dos manos y se embocó sin perder gota; en seguida soltó la risa; y, antes de acabar el redoble de su carcajada báquica, dejó caer la cabeza, muy descolorido, en el pecho del marqués.
--?Lo ven ustedes?--gritó Julián angustiadísimo--. Es muy chiquito para beber así, y va a ponerse malo. Estas cosas no son para criaturas.
--?Bah!--intervino Primitivo--. ?Piensa que el rapaz no puede con lo que tiene dentro? ?Con eso y con otro tanto! Y si no verá.
A su vez tomó en brazos al ni?o y, mojando en agua fresca los dedos, se los pasó por las sienes. Perucho abrió los párpados y miró alrededor con asombro, y su cara se sonroseó.
--?Qué tal?--le preguntó Primitivo--. ?Hay ánimos para otra pinguita de tostado?
Volvióse Perucho hacia la botella y luego, como instintivamente, dijo que no con la cabeza, sacudiendo la poblada zalea de sus rizos. No era Primitivo hombre de darse por vencido tan fácilmente: sepultó la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una moneda de cobre.
--De ese modo...--refunfu?ó el abad.
--No seas bárbaro, Primitivo--murmuró el marqués entre placentero y grave.
--?Por Dios y por la Virgen!--imploró Julián--. ?Van a matar a esa criatura! Hombre, no se empe?e en emborrachar al ni?o: es un pecado, un pecado tan grande como otro cualquiera. ?No se pueden presenciar ciertas cosas!
Al protestar, Julián se había incorporado, encendido de indignación, echando a un lado su mansedumbre y timidez congénita. Primitivo, de pie también, mas sin soltar a Perucho, miró al capellán fría y socarronamente, con el desdén de los tenaces por los que se exaltan un momento. Y metiendo en la mano del ni?o la moneda de cobre y entre sus labios la botella destapada y terciada aún de vino, la inclinó, la mantuvo así hasta que todo el licor pasó al estómago de Perucho. Retirada la botella, los ojos del ni?o se cerraron, se aflojaron sus brazos, y no ya descolorido, sino con la palidez de la muerte en el rostro, hubiera caído redondo sobre la mesa, a no sostenerlo Primitivo. El marqués, un tanto serio, empezó a inundar de agua fría la frente y los pulsos del ni?o; Sabel se acercó, y ayudó también a la aspersión; todo inútil: lo que es por esta vez, Perucho la tenía.
--Como un pellejo--gru?ó el abad.
--Como una cuba--murmuró el marqués--. A la cama con él en seguida. Que duerma y ma?ana estará más fresco que una lechuga. Esto no es nada.
Sabel se alejó cargada con el ni?o, cuyas piernas se balanceaban inertes, a cada movimiento de su madre. La cena se acabó menos bulliciosa de lo que empezara: Primitivo hablaba poco, y Julián había enmudecido por completo. Cuando terminó el convite y se pensó en dormir, reapareció Sabel armada de un velón de aceite, de tres mecheros, con el cual fue alumbrando por la ancha escalera de piedra que conducía al piso alto, y ascendía a la torre en rápido caracol. Era grande la habitación destinada a Julián, y la luz del velón apenas disipaba las tinieblas, de entre las cuales no se destacaba más que la blancura del lecho. A la puerta del cuarto se despidió el marqués, deseándole buenas noches y a?adiendo con brusca cordialidad:
--Ma?ana tendrá usted su equipaje.... Ya irán a Cebre por él.... Ea, descansar, mientras yo echo de casa al abad de Ulloa.... Está un poco.... ?eh? ?Dificulto que no se caiga en el camino y no pase la noche al abrigo de un vallado!
Solo ya, sacó Julián de entre la camisa y el chaleco una estampa grabada, con marco de lentejuela, que representaba a la Virgen del Carmen, y la colocó de pie sobre la mesa donde Sabel acababa de depositar el velón. Arrodillóse, y rezó la media corona, contando por
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 107
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.