Los muertos mandan | Page 9

Vicente Blasco Ibáñez
columnas algo panzudas, de m��rmol avellanado de la isla, sosten��an los arcos de piedra cortada en piezas, sin revestimiento alguno, encima de los cuales extend��ase el techo de vigas negras. El pavimento era de guijarros, y entre ellos crec��a el musgo de la humedad. Una frescura de ruina extend��ase por esta entrada gigantesca y solitaria. Un gato atraves�� el zagu��n, saliendo por el orificio de una puerta carcomida de las antiguas cuadras, para desaparecer en los abandonados subterr��neos que hab��an guardado las cosechas en otros tiempos. A un lado, hab��a un pozo de la misma ��poca en que se construy�� el palacio, un orificio abierto en la roca, con brocal de piedra ro��da por el tiempo y una espada?a de hierro trabajada a martillo. La hiedra crec��a en frescos ramilletes entre los salientes de la pulida piedra. Muchas veces, Jaime, siendo ni?o, se hab��a asomado para contemplarse all�� abajo, en la pupila circular y luminosa de sus aguas dormidas.
La calle estaba solitaria. Al final de ella, junto, a las tapias del jard��n de los Febrer, ve��ase la muralla de la ciudad, y abierto en esta muralla un portal��n con barrotes de madera en su arco, iguales a los dientes de una boca enorme de pescado. En el fondo de esta boca temblaban, verdes y luminosas, las aguas de la bah��a.
Anduvo Jaime algunos pasos por las azuladas piedras de la calle, falta de aceras, y se detuvo luego para contemplar su casa. No era m��s que un peque?o resto del pasado. El antiguo palacio de los Febrer ocupaba toda una manzana, pero hab��a ido empeque?eci��ndose con el paso de los siglos y los apuros de la familia. Ahora una parte de ��l era residencia de monjas, y otras fracciones hab��an sido adquiridas por ciertos ricos, que desfiguraban con balconajes modernos la primitiva unidad del edificio, atestiguada por la l��nea uniforme de aleros y tejados. Los mismos Febrer, refugiados en la parte del caser��n que miraba al jard��n y al mar, hab��an tenido que ceder los pisos bajos, para aumento de sus rentas, a almacenistas y peque?os industriales. Junto a la portada se?orial, tras unas vidrieras, trabajaban planchando ropa blanca algunas muchachas, que saludaron a don Jaime con respetuosa sonrisa. ��ste sigui�� inm��vil en su contemplaci��n de la antigua casa.
?Qu�� hermosa todav��a, a pesar de sus amputaciones y su vejez!...
La piedra del z��calo, agujereada y combada hacia dentro por el roce de personas y carruajes, estaba partida por varios tragaluces con rejas a ras del suelo. La parte baja del palacio mostr��base ro��da, lacerada y polvorienta, como unos pies que hubiesen caminado durante siglos.
A partir del entresuelo, piso con entrada independiente, que hab��a sido alquilado a un almacenista de drogas, comenzaba a desarrollarse el esplendor se?orial de la fachada. Tres ventanales al nivel del arco del portal��n, divididos por dobles columnas, mostraban sus marcos de m��rmol negro finamente trabajado. Los p��treos cardos trepaban por las columnas que sosten��an las cornisas, y sobre estas ��ltimas campeaban tres grandes medallones: el del centro con el busto del Emperador y la inscripci��n Dominus Carolus Imperator 1541, recuerdo de su paso por Mallorca para la infortunada expedici��n de Argel; los de los lados ostentando las armas de los Febrer, sostenidos por peces con barbudas cabezas de hombre. En las grandes ventanas del primer piso trepaban por jambas y cornisas unas guirnaldas formadas con anclas y delfines, testimonio de las glorias de esta familia de navegantes. Sobre sus remates abr��anse enormes conchas. En la parte m��s alta de la fachada extend��ase una fila compacta de ventanillas con adornos g��ticos, unas tapiadas, otras abiertas para dar luz y aire a los desvanes, y sobre ellas el alero monumental, el alero grandioso, como s��lo se encuentra en los palacios de Mallorca, extendiendo hasta el promedio de la calle su ensamblaje de maderos tallados, ennegrecidos por el tiempo y sostenidos por vigorosas g��rgolas.
Por toda la fachada extend��anse, formando cuadril��teros, listones de madera carcomida con clavos y abrazaderas de hierro oxidado. Eran restos de las grandes iluminaciones con que la casa conmemoraba ciertas fiestas en sus tiempos de esplendor.
Jaime pareci�� satisfecho de este examen. A��n era hermoso el palacio de sus abuelos, a pesar de las ventanas faltas de cristales, del polvo y las telara?as amontonados en los huecos, de los desgarrones que los siglos hab��an abierto en su revoque. Cuando ��l se casase y la fortuna del viejo Valls pasara a sus manos, iban todos a asombrarse de la magn��fica resurrecci��n de los Febrer. ?Y a��n se escandalizaban algunos de su resoluci��n y sent��a ��l ciertos escr��pulos?... ?Adelante!
Se dirigi�� hacia el Borne, ancha avenida que es el centro de Palma, antiguo torrente que en otros tiempos separaba la ciudad en dos villas y dos bandos enemigos: Can Amunt y Can Avall. All�� encontrar��a un coche que le llevase a Valldemosa.
Al
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