comercial, hab��a rendido tributo de sangre a la seguridad de los reinos cristianos y a la fe cat��lica haciendo ingresar una parte de sus hijos en la santa milicia de los caballeros de Malta.
Los segundones de la casa de Febrer, al mismo tiempo que recib��an el agua del bautismo, llevaban cosida a sus pa?ales la cruz blanca de ocho puntas, s��mbolo de las ocho bienaventuranzas, y al ser hombres capitaneaban galeras de la Orden belicosa y acababan sus d��as como ricos comendadores de Malta, contando sus proezas a los hijos de sus sobrinas y haci��ndose cuidar achaques y heridas por esclavas infieles que viv��an con ellos, a pesar del voto de castidad. Monarcas famosos, al pasar por Mallorca, hab��an salido del alc��zar de la Almudaina para visitar a los Febrer en su palacio. Unos hab��an sido almirantes de las flotas del rey; otros, gobernantes de lejanos territorios; algunos dorm��an el sue?o eterno en la catedral de La Valette con otros ilustres mallorquines, y Jaime hab��a contemplado sus tumbas en una visita a Malta.
La Lonja de Palma, gallardo edificio g��tico vecino al mar, hab��a sido durante siglos un feudo de sus ascendientes. Para los Febrer era todo cuanto arrojaban en el inmediato muelle las galeras de alto castillo, las cocas de pesado casco, las ligeras fustas, las saet��as, panfiles, rampines, tafureas y dem��s embarcaciones de la ��poca, y en el inmenso sal��n columnario de la Lonja, junto a los fustes salom��nicos que se perd��an en la penumbra de las b��vedas, sus abuelos recib��an como reyes a los navegantes de Oriente, que llegaban con anchos zarag��elles y birrete carmes��, a los patronos genoveses y provenzales, con su capotillo rematado por frailuna capucha, a los valerosos capitanes de la isla, cubiertos con la roja barretina catalana. Los mercaderes de Venecia enviaban a sus amigos de Mallorca muebles de ��bano con menudas incrustaciones de marfil y lapisl��zuli o grandes espejos de luna azulada y marco cristalino. Los navegantes de vuelta de ��frica tra��an manojos de plumas de avestruz, colmillos de marfil, y estos tesoros y otros iban a adornar los salones de la casa, perfumados por misteriosas esencias, regalo de los corresponsales asi��ticos.
Los Febrer hab��an sido durante siglos los intermediarios entre Oriente y Occidente, haciendo de Mallorca un dep��sito de productos ex��ticos, que luego desparramaban sus naves por Espa?a, Francia y Holanda. Las riquezas aflu��an fabulosamente a la casa. En algunas ocasiones, los Febrer hasta hicieron pr��stamos a los reyes... Pero todo esto no pod��a evitar que Jaime, el ��ltimo de la familia, luego de perder en el Casino, la noche anterior, todo cuanto pose��a--unos centenares de pesetas--, hubiese aceptado dinero, para poder ir a la ma?ana siguiente a Valldemosa, de Toni Clap��s, el contrabandista, hombre rudo, de entendimiento despierto, y el m��s fiel y desinteresado de sus amigos.
Mientras se peinaba, Jaime se contempl�� en un espejo antiguo, rajado y de luna nebulosa. Treinta y seis a?os: no pod��a quejarse de su aspecto. Era feo, con una fealdad ?grandiosa?, seg��n expresi��n de una mujer que hab��a ejercido cierta influencia sobre su vida.
Esta fealdad le hab��a proporcionado algunas satisfacciones amorosas. Miss Mary Gordon, rubia idealista, hija del gobernador de un archipi��lago ingl��s de Ocean��a, que viajaba por Europa sin otro acompa?amiento que el de una dom��stica, le hab��a conocido un verano en un hotel de Munich, y ella fue la que, impresionada, dio los primeros pasos. El espa?ol era, seg��n la miss, un vivo retrato de Wagner joven. Y Febrer, sonriendo a impulsos del grato recuerdo, contemplaba su frente abombada, que parec��a oprimir con su pesadumbre los ojos imperiosos, peque?os e ir��nicos, sombreados por gruesas cejas. La nariz era aguda y aguile?a, la nariz de todos los Febrer, valientes p��jaros de presa de las soledades del mar; la boca desde?osa y sumida; el ment��n saliente y recubierto por la suave vegetaci��n, rala y fina, de la barba y el bigote. ??Ah, deliciosa miss Mary!? Cerca de un a?o hab��a durado la alegre peregrinaci��n por Europa. Ella, enamorada de ��l rabiosamente por su parecido con el Maestro, quer��a casarse, y le hablaba de los millones del gobernador, mezclando sus entusiasmos rom��nticos con las aficiones pr��cticas de su raza. Pero Febrer acab�� por huir, antes de que la inglesa le dejase a su vez por alg��n director de orquesta que se asemejase m��s a su ��dolo.
??Ay, las mujeres!...? Y Jaime ergu��a su cuerpo de var��n forzudo, algo encorvado de espaldas por el exceso de estatura. Hac��a tiempo que hab��a renunciado a interesarse por ellas. Unas leves canas en la barba y un ligero fruncimiento de la piel en las comisuras de los ojos revelaban la fatiga de una existencia que hab��a marchado, seg��n dec��a ��l, ?a toda m��quina?. Pero aun as��, le buscaban, y era el amor el que iba a sacarle de su angustiosa situaci��n.
Al acabar
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