Los favores del mundo | Page 9

Juan Ruiz de Alarcón
males ver ese parque, abundoso de conejo
temeroso, blanco de tiros reales.
GARCIA. Detente. ¿No es mi enemigo el que miro?
HERNANDO. ¿Don Juan?
GARCIA. Sí, el que viene hablando allí, con aquel coche...
HERNANDO. Yo digo que me parece Don Juan, pero no puedo
afirmallo.
GARCIA. Ya ves que importa no errallo. Pues tan divertidos van, al
descuido has de acercarte, y con cuidado mirar si es él, que yo quiero
estar escondido en esta parte hasta que vuelvas. Advierte que
certificado quedes; despacio mirarlo puedes, que él no podrá conocerte.
HERNANDO. El coche paró; una dama sale; él sirve de escudero.
GARCIA. Acaba, vete.
HERNANDO. El cochero me dirá cómo se llama. (Vase.)
(Salen Anarda y Julia con mantos, y don Juan.)

[Vase Hernando, García se esconde a un lado, y por el opuesto salen
Anarda, Julia y Don Juan.]
[ESCENA II]
[ANARDA y JULIA con mantos; DON JUAN.--GARCIA, oculto]
JUAN. El Príncipe, mi señor, que deste parque en la cuesta dando está
con la ballesta lición y envidia al amor, como vuestro coche vio,
contento y alborotado, a daros este recado, bella Anarda, me envió.
Miraldo en aquel repecho, sobre el hombro la ballesta, la mira en el
blanco puesta, que sigue tan sin provecho.
ANARDA. Al parque, Don Juan, subiera, no dando que murmurar; mas
está todo el lugar de ese río en la ribera. Perdón me ha de dar su Alteza,
y porque pueda advertir que nace en mí el no subir de honor, y no de
esquiveza, aquí me quiero asentar, (Siéntanse las damas, Don Juan se
arrodilla.) donde el Príncipe me vea, que ver lo que se desea, algo tiene
de gozar; y vos, que con él priváis, estaos aquí, porque arguya que esta
fortaleza es suya, pues por alcaide quedáis.
JULIA. [Hablando aparte con Anarda.] Parece que se mitiga tu
acostumbrado rigor.
ANARDA. A esto me obliga el temor, ya que el amor no me obliga.
¿De rodillas? [A Don Juan.]
JUAN. Tus despojos adoro.
ANARDA. Mucho te humillas.
JUAN. ¿No pondré yo las rodillas donde el Príncipe los ojos? Y cuando
no a tu deidad tal veneración le diera, a tu prima se la hiciera, pues
adoro su beldad.
(Sale Hernando.)
[ESCENA III]

[HERNANDO.--ANARDA, JULIA, DON JUAN, GARCIA.]
GARCIA. [Saliendo al encuentro a Hernando y hablando con él, sin
ser vistos de Don Juan ni las damas.] ¿Es Don Juan?
HERNANDO. Sin duda alguna, que yo pregunté al cochero: ¿quién es
este caballero? y dijo: Don Juan de Luna.
GARCIA. En cas del embajador de Ingalaterra te espero. Con mis joyas
y dinero ponte en salvo.
HERNANDO. Voy, señor. (Vase.)
(Saca la espada y embiste a Don Juan; él te levanta y la saca.)
GARCIA. Aquí pagará tu vida tu atrevimiento.
JUAN. Detente.
GARCIA. ¡Ah, Don Juan! aquí no hay gente que la venganza me
impida.
ANARDA. ¡Qué confusión!
JULIA. Prima mía, ¿qué haremos?
ANARDA. ¡Oh trance fuerte!
JUAN. ¿Veniste a buscar tu muerte? ¿No me conoces, García?
GARCIA. Tanto mayores serán, si aquí te venzo, mis glorias, cuanto lo
son tus victorias.
ANARDA. ¡Vencido cayó Don Juan!
(Vienen a los brazos, cae debajo Don Juan, saca la daga García y
levanta a dalle una puñalada.)
GARCIA. Ya llegó el tiempo en que salga de tanta afrenta. ¡Enemigo,

este es tu justo castigo!
[Va á darle una puñalada.]
JUAN. ¡Válgame la Virgen!
GARCIA. (Detiene el brazo levantado, y levántase) Valga; que a tan
alta intercesora no puedo ser descortés.
JUAN. Déjame besar tus pies.
GARCIA. Don Juan, a nuestra Señora, Vírgen. Madre de Dios hombre,
de la vida sois deudor; que refrenar mi furor pudiera sólo su nombre.
JUAN. Matadme, que más quisiera morir, que haber agraviado a quien
la vida me ha dado.
GARCIA. Más queda desta manera satisfecha la honra mía; que si ya
pude mataros, más he hecho en perdonaros que en daros la muerte haría.
Matar pude, vencedor de vos solo; mas así he vencido a vos y a mí, que
es la vitoria mayor. Sólo faltó derribar el brazo ya levantado; más fué
perdonar airado, que era, pudiendo, matar.
ANARDA. [Ap.] (De turbada estoy sin mí) Necio, descortés, grosero, si
valiente caballero, fuera bien mirar que aquí estaba yo, para dar a ese
intento dilación. ¿Faltáraos otra ocasión de poderlo ejecutar?
GARCIA. En que os habéis ofendido reparad, señora mía, llamando
descortesía lo que ceguedad ha sido. Ciego llegué del furor; que ¿quién,
señora, os mirara, que suspenso no quedara o de respeto o de amor?
ANARDA. Vanas las lisonjas son, cuando con lo que intentastes de
ningún modo guardastes el decoro a mi opinión. ¿Qué dijeran los que
están buscando qué murmurar, viendo a mi lado matar un hombre como
Don Juan?
JUAN. Si advertís, señora mía, perdón merece en su error quien, por
tener mucho honor, tuvo
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