Las inquietudes de Shanti Andia | Page 5

Pío Baroja
sent��a el recuerdo intenso de un monte, de una pe?a, de un hayal. Ve��a con la imaginaci��n levantarse L��zaro sobre el mar, con el r��o que penetra por su flanco, y ve��a los montes a un lado y a otro llenos de maizales y de robles.
Entonces me gustaba cantar, en voz baja, zortzicos y sones de tamboril, y, al o��rmelos a m�� mismo, cre��a andar por las callejuelas de mi pueblo, oler el olor del heno, contemplar las rocas del Izarra azotadas por el mar, y el cielo azul p��lido surcado por nubes blancas.
Se comprende mi entusiasmo por L��zaro; soy de aqu��, y de aqu�� es toda mi familia. Adem��s, mi vida se puede clasificar en dos per��odos: uno el pasado en L��zaro, en el cual me han ocurrido los hechos m��s trascendentales y m��s agradables de mi existencia; otro, el del mar, en que no me ha sucedido nada, por lo menos nada bueno, y en que he vivido con el coraz��n fr��o y la retina impresionada.
Mi familia ha sido de L��zaro, y ha sido de marinos. Sobre todo, por parte de mi madre, por los Aguirres, la genealog��a mar��tima es abundante e inacabable.
Mi padre, Dami��n de And��a, fu�� tambi��n capit��n de barco. Muri�� en el mar, en el Canal de la Mancha. Una noche, cerca del Finisterre ingl��s, naufrag�� la corbeta que mandaba, la _Mary-Rose_; s��lo un marino pudo salvarse.
[Ilustraci��n]
A pesar de que yo era muy ni?o, recuerdo bastante bien a mi padre. Era un tipo indiferente y algo burl��n; ten��a la cara expresiva, los ojos grises, la nariz aguile?a, la barba recortada; por mis informes deb��a ser un tipo parecido a m��, con el mismo fondo de pereza y de tedio marineros; ahora, que no era triste; por el contrario, ten��a una fuerte tendencia a la s��tira. Sent��a una gran estimaci��n por las gentes del Norte, noruegos y dinamarqueses, con quienes hab��a convivido; hablaba bien el ingl��s, era muy liberal y se re��a de las mujeres.
Parec��a haber nacido para burlarse de todo y para encogerse de hombros; pero su s��tira no encerraba veneno; se re��a sin amargura y sin pena.
Era de estos vascos que dejan todo su lastre de intolerancia y de fanatismo al pisar el primer barco. Hab��a echado la sonda en la sima de la estupidez y de la maldad humanas y sab��a a qu�� atenerse.
Mi abuela no se entend��a bien con ��l y arrastraba a su hija, a mi madre, a ponerse en contra de su marido. Sin duda el instinto de suegra le cegaba. ��l ced��a, riendo, y mi abuela rabiaba.
Cuando mi padre llegaba a L��zaro se reun��a con otros pilotos, marineros y pescadores, y charlaba con ellos, y algunas veces cantaba y alborotaba, en su compa?��a, por las calles.
Todos los que le conocieron me han asegurado que era un hombre de gran coraz��n. He sentido siempre una gran pena por no haberle llegado a conocer. Hubi��ramos sido buenos amigos.
Mi abuela, do?a Celestina de Aguirre, no quer��a a mi padre; despu��s de pasados muchos a?os la he o��do hablar en contra de ��l. Es muy triste que el rencor de las personas alcance hasta los muertos; pero, ?qui��n no tiene algo de podrido en el alma?
Los motivos de mi abuela para no querer a mi padre eran un tanto lejanos. Mi padre hab��a nacido en Elguea, pueblo rival de L��zaro. Para mi abuela, las tres millas y media de costa que hay entre L��zaro y Elguea separan dos mundos aparte: la seriedad de los de L��zaro, de la petulancia, volubilidad y fatuidad de los de Elguea.
Otra causa de enemistad de do?a Celestina para su yerno, proven��a de ser mi abuela paterna hija de un quincallero suizo, establecido en Elguea.
Do?a Celestina hab��a conocido a la hija del quincallero, en su juventud, cuando las dos eran solteras, y parece que se desarroll�� entre ellas una gran antipat��a.
Para do?a Celestina, la sangre del quincallero suizo me ha perdido; el bazar, con sus aros y sus pelotas de goma, ha perturbado la marcha del severo barco con sus velas y sus anclas. Mi abuela me dijo muchas veces, de chico, que yo sal��a a mi padre. Entonces no pod��a comprender bien la terrible acusaci��n encerrada en esta semejanza.
Mi abuela tuvo siempre grandes ambiciones escondidas, el orgullo del nombre, y un amor extraordinario por su abolengo. Para ella, la familia de los Aguirres constitu��a lo m��s selecto de la raza, y la profesi��n de marino, por ser la m��s frecuente entre los de su estirpe, era aristocr��tica y distinguida por excelencia.
Do?a Celestina, en su fuero interno, deb��a suponer que las dem��s familias de L��zaro, exceptuando dos o tres, hab��an nacido, como los hongos, entre la hierba, o que quiz�� sus individuos estaban modelados con el fango del r��o.
No era f��cil convencer a mi orgullosa abuela de que no
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 107
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.