Las inquietudes de Shanti Andia | Page 4

Pío Baroja
divinidad, era la reina endiosada y caprichosa, altiva y cruel; hoy es la mujer a quien hemos hecho nuestra esclava.
Nosotros, marinos viejos, marinos galantes, la celebr��bamos de reina y no la admiramos de esclava.
Seguramente, no; el mar entonces no era tan bueno como hoy, ni tan pac��fico; pero s�� m��s hermoso, m��s pintoresco, un poco m��s joven. La belleza del mundo y del mar depend��a en gran parte de su rutina y de su inmovilidad.
El mapa espiritual del universo de aquella ��poca era como un plano de diferentes colores, en donde se apreciaban no s��lo las entonaciones fuertes, sino los m��s ligeros matices.
Hoy, estos matices se pierden; el mundo lleva el camino de confundir y borrar sus colores. Hoy, un japon��s es un se?or civilizado vestido a la europea; un polinesio va como turista a la Meca, en un magn��fico paquebot de quince mil toneladas. La musa del progreso es la rapidez: lo que no es r��pido est�� condenado a morir.
Todo ello es mejor, ?qui��n lo duda? Indica m��s civilizaci��n; pero para el que todav��a conserva en la retina el recuerdo del mar antiguo, pare ��se, la confusi��n moderna es un espect��culo lamentable.
* * * * *
?Oh, gallardas arboladuras, velas blancas, fragatas airosas con su proa levantada y su mascar��n en el tajamar! ?Redondas urcas, veleros bergantines! ?Qu�� pena me da el pensar que vais a desaparecer! ?Amable sirena, que te levantabas sobre las olas azules para mirarnos con tus ojos verdes, ya no te ver��n m��s!
?Oh, d��as de calma! ?Oh, momentos de indolencia!
?Cu��ntas horas no habr�� pasado en la hamaca contemplando el mar, claro o tempestuoso, verde o azul, rojo en el crep��sculo, plateado a luz de la luna y lleno de misterio bajo el cielo cuajado de estrellas!

III
TENGO QUE HABLAR DE M�� MISMO
Tengo que hablar de m�� mismo: en unas memorias es inevitable. Adem��s de mi apat��a e indolencia, exagerada un tanto por mis convecinos los luzarenses para presentarme como un tipo estramb��tico, soy un sentimental y un contemplativo.
Me gusta mirar, tengo la avidez en los ojos; me quedar��a contemplando horas y horas el pasar una nube o el correr una fuente. Quiz�� viviendo en tierra se hubiera desarrollado en m�� el sentido musical, como en muchos de mis paisanos; en el mar se ha ampliado, se ha alargado mi sentido ��ptico.
Muchas veces me he figurado ser ��nicamente dos pupilas, algo como un espejo o una c��mara obscura para reflejar la Naturaleza.
Soy, adem��s, al decir de mi familia, un tanto novelero, un tanto curioso y amigo de novedades. Pero, ?qu�� es la curiosidad--digo yo para defenderme--sino el deseo de saber, de comprender lo que se ignora?
A m�� me gusta ver; y si hay una molestia o un peligro para satisfacer mi curiosidad, no tengo inconveniente en afrontarlo.
Soy tambi��n patriota a mi modo, sin sentido tradicional alguno. No conozco la historia de Espa?a, y realmente no me preocupa gran cosa. Si me preguntaran qui��n fu�� Wamba o Atanagildo, me ver��a en un gran aprieto; pero, a pesar de no conocer nada o casi nada la historia de mi pa��s, cuando despu��s de un largo viaje he visto desde lejos la costa de Espa?a, he sentido siempre una gran impresi��n.
El recuerdo de la patria, y sobre todo de L��zaro, de este rinc��n de la costa vasca donde he nacido y donde vivo, ha estado siempre presente en mi esp��ritu. No lo considero como un m��rito; no tengo esa tendencia exclusivista de las gende mi pueblo. La tierra para el labrador, el mar para el marino. Discutir si esto es mejor que aquello, me parece una tonter��a.
L��zaro me gusta; pero el haber nacido en ��l, y el que mi familia haya vivido aqu�� muchos a?os, no creo constituya ninguna superioridad.
Pienso lo mismo que un mas��n a quien conoc�� en Liverpool. Este mas��n hab��a llegado al grado treinta y tres, o cuarenta y tres, no s�� a cu��l; pero al m��s alto de todos. Los d��as de fiesta, el hombre se pon��a el frac, un mandil y una porci��n de placas y tri��ngulos, se marchaba a la logia y volv��a perfectamente borracho. En la casa todo el mundo le admiraba, y el buen se?or, que era muy ingenuo, me dec��a:
--Mi padre me hizo ingresar en la logia a los catorce a?os; tengo sesenta y cinco y he llegado al ��ltimo grado. La gente le encuentra a esto mucho m��rito, pero yo, la verdad, no le encuentro ninguno.
Era un hombre sencillo el honrado mas��n.
Lo mismo que aquel alba?il de la alba?iler��a celeste, me sucede a mi con el m��rito de mi familia de haber vivido mucho tiempo en L��zaro. Esto no es obst��culo para que me encuentre en mi pueblo como en ning��n otro.
Muchas veces, en mi camarote, navegando por el Atl��ntico o por el mar de las Indias, al pensar en L��zaro
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