dolor de la impotencia en plena apoteosis de gloria y de juventud. Rub��n Dar��o tambi��n bebi�� para no sentir la vida demasiado dura en la carne viva de su coraz��n de poeta.
La vida es dura, amarga y pesa; ?ya no hay princesa que cantar!
Poe beb��a b��rbaramente, como si quisiera ?asesinar algo en si mismo?. Nuestro admirable y dulce poeta Manuel Paso tambi��n se suicid�� abras��ndose las entra?as y el cerebro en un oc��ano siniestro de aguardiente.
Baudelaire huyendo del burgu��s de Par��s, Rub��n asfixiado por la estupidez del ambiente, Musset ahogando un dolor amoroso, son borrachos corrientes y hasta vulgares. Poe y Verlaine, los clarividentes, me interesan m��s que todos, porque su ��rbita literaria estaba en el fondo de esos extra?os para��sos viol��ceos.
Beber, para olvidar un dolor o para ser valiente ante las luchas cotidianas, me parece una pueril equivocaci��n. Hay que tener serenidad, firmeza moral contra todas las celadas de la vida. ?El alcohol, el opio, el haschid no crean nada; prestan al cerebro una energ��a de momento con un r��dito ruinoso?. La inspiraci��n no est�� encerrada en una botella.
Yo creo esto firmemente; pero, ?c��mo vamos a negar a algunos esp��ritus desventurados esa puerta de escape de una realidad abrumadora, est��pida y hostil? Una puerta que, como en Poe, acaso conduce a un plano espiritual, perfectamente absurdo, donde viven esos seres misteriosos que se ven en las alucinaciones, y que yo--teos��ficamente--sospecho que tienen una completa, aunque invisible realidad.
Un duelo rom��ntico
POR las fr��volas y fugitivas cr��nicas de actualidad ha pasado como una evocaci��n anta?ona la figura hidalga, pomposa y antigua del buen soldado, caballero y poeta D. Juan de la Pezuela, conde de Cheste.
Era una silueta de otra edad. Como el famoso caballero Don ��lvaro, era hijo de un virrey del Per��, y al resurgir ahora, en nuestro siglo mec��nico y vulgar, nos ha parecido una figura pintoresca y gallarda de un poema donde hubiese sonoros surtidores y pelucas rizadas.
Perteneci�� a una generaci��n literaria cuya voz escuchamos ya desde muy lejos. Nosotros recordamos con un poco de estupor los preceptos art��sticos de D. Alberto Lista, a los cuales ci?��se estrictamente, tal vez s��lo por devoci��n personal al maestro, hasta en las postreras regias salutaciones que traz�� su mano senil venerable.
Con Espronceda, Ros de Olano, Enrique Gil y Florentino Sanz asist��a al cen��culo del caf�� del Pr��ncipe, amable lugar donde se forjaron algunas de esas queridas narraciones que tanto nos han emocionado en nuestros primeros devaneos sentimentales, cuando pas��bamos horas enteras devorando las pintorescas ediciones de Gaspar y Roig.
Y fu�� all��, entre rom��nticas melenas y ret��ricos madrigales, en la exaltaci��n de la nueva escuela revolucionaria y las violentas aspiraciones de libertad, expresadas en odas y octavas reales, donde el bardo que elogi�� a la atormentadora Teresa tuvo el mal acierto de lanzar sus sarcasmos byronianos contra la rigidez de escuela o las virtudes militares del conde de Cheste.
En aquel mismo punto qued�� concertado el lance, como en aquel tiempo galano en que los poetas hampones se bat��an por un soneto en las encrucijadas del viejo Par��s.
Ca��a la media noche cuando los combatientes se hallaban junto a la puerta del cementerio de San Mart��n. El claro de luna encantaba melanc��licamente la f��nebre decoraci��n. A la siniestra mano extend��ase el bello jard��n de los muertos, con sus anchas columnatas y sus calles de nichos vac��os. Quiz�� un ruise?or cantaba entre las ramas de un cipr��s religioso y sombr��o como una eleg��a. De la honda paz de la tierra tal vez surg��an esos rumores vagos, misteriosos, inquietantes, que parecen di��logos del m��s all��.
Ambos caballeros se despojaron de las largas capas y de los sombreros de ala plana. El cronista se finge el rostro p��lido, demacrado de Espronceda, con los ojos ardiendo en la fiebre de su constante delirio sensual, iluminado por la luna. Tal vez llevara dentro su cerebro un rayo lun��tico y visionario, quien pas�� por la tierra enamorado l��ricamente de la p��lida Prometida.
Las hojas de acero brillaron y se cruzaron gallardamente. Breve fu�� la lucha: Espronceda, cuya naturaleza estaba aniquilada por su vida de v��rtigo, cay�� en tierra herido de un sablazo.
Y as�� se di�� fin a este episodio raro, pintoresco y triste, que era bien digno de la rima.
Esta vida serena, suave y rectil��nea que acaba de extinguirse bajo la pesadumbre de noventa y seis a?os, nos da una emoci��n de vaga tristeza y de simpat��a. Pensamos en esa figura noble y art��stica como un retrato antiguo, superviviente de todos sus contempor��neos, haciendo sus apacibles paseatas por las calles muertas de Segovia, la vieja, viviendo una vida arcaica y cristalizada entre los muros grises de las rancias mansiones infanzonas, con escudos de piedra y los palacios grises eternamente cerrados. Pensamos en la inquietud ��ntima de ese esp��ritu que hab��a visto desaparecer tantas cosas y tantos amores, preguntarse al amanecer de cada d��a:
Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.