adinerados y covachuelistas ecu��nimes, no conoc��is la moderna cofrad��a de titiriteros o piruetistas. Sin embargo, los hab��is visto en las aceras de la Puerta del Sol, y al demandarles su ruta os habr��n contestado con un gesto de amable despreocupaci��n:
--Ya ve usted, por aqu��, navegando...
Porque las r��as de la corte son mares procelosos por donde bogan estos navegantes en busca del vellocino, que suele hallarse en la gaveta de alg��n amigo ingenuo y sentimental.
Yo quiero poneros al corriente del pintoresco vocabulario de esta triste gallofa contempor��nea, para que no hag��is mal papel en sociedad, en la arbitraria sociedad de los nautas de lo imprevisto, fun��mbulos de la casualidad y piruetistas de la Puerta del Sol, que es un lugar m��s peligroso que Sierra Morena en el per��odo heroico de los bandoleros.
--?Adonde vas, inmenso poeta?
--Aqu��, a la Maison; voy a ver si opero a mi amigaso Panchito Bengal��, ese escritor americano.
Porque en Madrid hay siempre un americano operable, lo que en tal german��a o jerigonza quiere decir sujeto que da unas monedas f��cilmente.
Ved un modelo de operaci��n epistolar:
?Se?or: Los garbanzos baten el record con Vedrines: se hallan en estos momentos a dos mil metros de mi est��mago desalquilado. ?No le parece a usted una absurda paradoja que los garbanzos vuelen? Para hacerlos aterrizar necesito que usted me tienda un cable de catorce reales...?
Y el operado no puede menos de admirar un estilo tan literario y tan metaf��rico, y da las tres cincuenta.
Ll��maseles fun��mbulos o equilibristas porque su vivir es una cuerda floja que se tiende a diario de un extremo a otro de la corte, en donde ellos ejercitan ejercicios muy peligrosos. Lo dif��cil est�� en que no se les vaya un pie y caigan de bruces sobre alg��n art��culo del C��digo penal.
Sus piruetas consisten en dar un salto mortal y caer en casa de alg��n amigo a la hora de comer, y son titiriteros porque trenzan volatines y corvetas para vender libros viejos y hurtarles otros, en un descuido, a los mercaderes de libros, aunque este ejercicio mejor estar��a llamarlo de prestomania o magia de sal��n.
--?Tienes alg��n nombre?
Esta es la pregunta de ritual entre los operadores. Quiere decir el nombre de una persona que d�� dinero. El novelista D. Jos�� Mar��a Mateu ha sido un gran nombre para la seudobohemia. G��lvez, el peligro G��lvez, m��s temible que el peligro amarillo, lleg�� a visitarle a las tres de la madrugada--Mateu se acuesta temprano--para pedirle un mont��n de calderilla. Mateu, dulce, t��mido, con su perilla rubia, que parece una perilla de teatro, padeci�� a Losada, el m��sico orangut��n, la bestia l��rica--que ten��a un gran talento--, y a Granados, la bestia jur��dica, que tras de un discurso leguleyo con considerandos y resultandos, acababa por pedir cero cincuenta. La gente, por no o��r su oraci��n forense, m��s aburrida que un art��culo de fondo, le daba el dinero. Otro gran nombre es Reynot. Por su elegante gabinete han pasado los gabanes m��s mugrientos, los chapeos m��s abollados, los zapatos m��s ruinosos. Reynot siente una gran satisfacci��n protegiendo las letras patrias... con un montoncito de perras gordas. Su tiempo precioso ha estado dividido entre la filantrop��a literaria y el servicio de incendios. En todos los cafetines y los palacios nocherniegos se habla de este elegante y ex municipal Mecenas con gran encomio.
Los pedig��e?os saben bien que a los comerciantes no se les puede sacar dinero. Son de una brutalidad inconmovible. Os hablan de que el caj��n es menor de edad y otras cosas beocias. Un violinista sin albergue fu�� a operar a un tendero gallego, y entr�� en su almac��n tocando la alborada de Veiga... ?Y luego dicen que la m��sica domestica a los animales! El pobre m��sico tuvo que terminar su melod��a y la noche en un banco de Recoletos.
Para pedir dinero es preciso ser un psic��logo sutil. ?Nadie lo da generosamente! Hay que saber explotar la vanidad, el vicio o el secreto de alguna intimidad tortuosa. El dolor, la miseria, la injusticia no le interesan al que no las padece. Y esto lo saben los doctores de esas aulas de tragicomedia que est��n siempre abiertas en las aceras cortesanas.
Y estos lamentables bigardos os dir��n que son fil��sofos, cronistas y poetas. Algunos tienen talento, aunque no pueden vivir de la pluma. En Espa?a la selecci��n est�� hecha al rev��s. La inteligencia, incluso el genio, es menos ��til que la asiduidad, la adulaci��n, la laboriosidad y otras virtudes de oficinista. La tragedia de Edgar Poe se repite todav��a. Adem��s, casi nadie tiene sentido de lo bello, y la literatura les interesa a pocos. Y existe una leyenda cruel y sarc��stica desde Cervantes hasta hoy. Se dice que el insigne manco no cen�� cuando termin�� el Quijote, y se cree que es muy gracioso que los literatos no almuercen nunca. Parece muy literario, muy de leyenda eso
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