La Novela de un Joven Pobre | Page 8

Octavio Feuillet
no le agrada señor Marqués--dijo tartajeando,--á mí
tampoco me gusta; á pesar de todo, he creído de mi deber indicársela.
He aquí otra que tal vez le agradará más, y que de cierto es más
aceptable. Entre mis más antiguos clientes cuento, señor, á un honrado
comerciante retirado, poco ha, de los negocios, que vive holgadamente
en compañía de una hija única, á la que adora como es natural, y que

goza de una aurea mediocritas que avalúo en veinticinco mil libras de
renta. La casualidad quiso, ahora tres días, que la hija de mi cliente
tuviese noticias de la situación de usted: yo he creído ver, y aun he
podido asegurarme para decirlo todo, que la niña, que por otra parte es
bonita y está adornada de cualidades estimables, no vacilaría un
instante en aceptar con la mano de usted, el título de Marquesa de
Champcey. El padre consiente y yo no espero sino una palabra de usted,
señor Marqués, para decirle el nombre y domicilio de esta familia...
interesante.
--Esto me determina completamente; mañana mismo dejaré un título
que en mi situación es irrisorio, y que parece además exponerme á las
más miserables empresas de la intriga. El apellido originario de mi
familia es Odiot; este solo es el que llevaré en lo sucesivo. Sin embargo,
reconociendo toda la vivacidad del interés que ha podido inducirle á
usted á ser el intérprete de tan singulares proposiciones, le ruego omita
todas las que puedan tener un carácter análogo.
--En ese caso, señor Marqués--respondió el señor Laubepin,--nada
tengo que decirle.
Al mismo tiempo, atacado de un acceso súbito de jovialidad, frotóse,
las manos, produciendo un ruido como de pergaminos que se restregan.
Luego agregó riéndose.--Es usted un hombre difícil de complacer,
señor Máximo. ¡Ah, ah! muy difícil. Es asombroso que no haya notado
antes la palpable similitud que la Naturaleza se ha complacido en
establecer entre la fisonomía suya y la de su señora madre...
Particularmente los ojos y la sonrisa... pero no nos extraviemos, y
puesto que no quiere usted deber la subsistencia sino á un honorable
trabajo, perdóneme que le pregunte cuáles son sus aptitudes y sus
talentos.
--Mi educación, señor, ha sido naturalmente la de un hombre destinado
á la riqueza y á la ociosidad. Sin embargo, he estudiado derecho, y
tengo el título de abogado.
--¡Abogado! ¡Ah, diablo!... ¡usted abogado! Pero el título no basta: en
la carrera del foro, es menester, más que en ninguna otra, pagarse un

poco de su persona... y esto... veamos, ¿se cree usted elocuente, señor
Marqués?
--Tan poco, señor, que me creo enteramente incapaz de improvisar dos
frases en público.
--¡Hum! no es eso precisamente á lo que puede llamarse vocación para
orador; será preciso dirigirse á otro lado, pero la materia exige más
amplias reflexiones. Por otra parte, veo que está usted fatigado. Tome
los papeles que le suplico examine á su satisfacción.
--Tengo el gusto de saludarle.
--Permítame que le alumbre. Perdón... ¿debo esperar nuevas órdenes
antes de consagrar al pago de los acreedores el precio de los dijes y
joyas que tengo en mi poder?
--No, ciertamente. Espero, además, que de lo que resta, se cobre usted
la justa remuneración de sus buenos oficios.
Llegábamos á la meseta de la escalera: el señor Laubepin, cuyo cuerpo
se encorva un poco cuando camina, se enderezó bruscamente.
--En lo que concierne á los acreedores, señor Marqués--me dijo--lo
obedeceré con respeto. Por lo que á mí concierne, he sido el amigo de
su señora madre, y suplico humilde y encarecidamente á su hijo, que
me trate como á un amigo.
Tendí al anciano mi mano, que apretó con fuerza y nos separamos.
Vuelto al pequeño cuarto, que ocupo bajo el techo de esta casa, que ya
no me pertenece, he querido probarme á mí mismo que la certidumbre
de mi completa ruina no me sumergía en un abatimiento indigno de un
hombre. Me he puesto á escribir la relación de este día decisivo de mi
vida, esmerándome en conservar la fraseología exacta del viejo notario,
y ese lenguaje, mezcla de dureza y de cortesía, de desconfianza y
sensibilidad, que mientras que tenía el alma traspasada de dolor, me ha
hecho sonreir más de una vez.

He aquí, pues, la pobreza; no ya la pobreza oculta, orgullosa y poética
que mi imaginación soportaba valientemente á través de los grandes
bosques, de los desiertos y de las llanuras, sino la miseria positiva, la
necesidad, la dependencia, la humillación, y algo peor todavía: la
amarga pobreza del rico caído, la pobreza de frac negro que oculta sus
manos desnudas á los amigos que pasan.
--Vamos, hermano, valor.

Lunes, 27 de abril.
He esperado en vano durante cinco días, noticias del señor Laubepin,
confieso que contaba seriamente con el interés que había parecido
manifestarme. Su experiencia,
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