y queso; lo bastante para no
morirse de hambre, y aun para vivir con salud; pero no para hacer más
agradable la vida con algunas comodidades tan útiles como inocentes.
Yo les insinué algunas mejoras en el cultivo; hice traer semillas y
plantas propias para el clima, y como los vecinos son laboriosísimos,
ellos hicieron lo demás. Jamás un hombre fué mejor comprendido que
lo fuí yo; y era de verse, el primer año, como hombres, mujeres,
ancianos y niños, a porfía, cambiaban el aspecto de sus casas,
ensanchaban sus corrales, plantaban árboles en sus huertos, y
aprovechaban hasta los más humildes rincones de tierra vegetal para
sembrar allí las más hermosas flores y las más raras hortalizas.
Un año después, el pueblecito, antes árido y triste, presentaba un
aspecto risueño. Hubiérase dicho que se tenía a la vista una de esas
alegres aldeas de la Saboya[1] o de mis queridos Pirineos[2], con sus
cabañas de paja o con sus techos rojos de teja, sus ventanas azules y sus
paredes adornadas con cortinas de trepadoras, sus patios llenos de
árboles frutales, sus callecitas sinuosas, pero aseadas, sus granjas, sus
queseras y su gracioso molino. Su iglesita pobre y linda, si bien está
escasa de adornos de piedra y de altivos pórticos, tiene, en cambio en
su pequeño atrio, esbeltos y coposos árboles; las más bellas parietarias
enguirnaldan su humilde campanario con sus flores azules y blancas; su
techo de paja presenta con su color obscuro, salpicado por el musgo,
una vista agradable; la cerca del atrio es un rústico enverjado formado
por los vecinos con troncos de encina, en los que se ostentan familias
enteras de orquídeas, que hubieran regocijado al buen barón de
Humboldt[3] y al modesto y sabio Bonpland [4]; y el suelo ostenta una
rica alfombra de caléndulas silvestres, que fueron a buscarse entre las
más preciosas de la montaña. En fin, señor, la vegetación, esa
incomparable arquitectura de Dios, se ha encargado de embellecer esa
casa de oración, en la que el alma debe encontrar por todas partes
motivos de agradecimiento y de admiración hacia el Creador.
De este modo, el trabajo lo ha cambiado todo en el pueblo; y sin la
guerra, que ha hecho sentir hasta estos desiertos su devastadora
influencia, ya mis pobres feligreses, menos escasos de recursos, habrían
mejorado completamente de situación; sus cosechas les habrían
producido más, sus ganados, notablemente superiores a los demás del
rumbo, habrían tenido más valor en los mercados, y la recompensa
habría hecho nacer el estímulo en toda la comarca, todavía demasiado
pobre.
Pero ¿qué quiere Vd.? Los trigos que comienzan a cultivarse en nuestro
pequeño valle necesitan un mercado próximo para progresar, pues hasta
ahora la cosecha que se ha levantado, sólo ha servido para el alimento
de los vecinos.
Yo estoy contento, sin embargo, con este progreso, y la primera vez
que comí un pan de trigo y maíz, como en mi tierra natal, lloré de
placer, no sólo porque eso me traía a la memoria los tiernos recuerdos
de la patria, sino porque comprendí que con este pan, más sano que la
tortilla[5], la condición física de estos pueblos iba a mejorar también:
¿no opina Vd. lo mismo?
--Seguramente: yo creo, como todo el que tiene buen sentido, que la
buena y sana alimentación es ya un elemento de progreso.
--Pues bien,--continuó el cura;--yo, con el objeto de establecer aquí esa
importantísima mejora, he procurado que hubiese un pequeño molino,
suficiente, por lo pronto, para las necesidades del pueblo. Uno de los
vecinos más acomodados tomó por su cuenta realizar mi idea. El
molino se hizo, y mis feligreses comen hoy pan de trigo y de maíz. De
esta manera he logrado abolir para siempre esa horrible tortura que se
imponían las pobres mujeres, moliendo el maíz en la piedra que se
llama _metate_; tortura que las fatiga durante la mayor parte del día,
robándoles muchas horas que podían consagrar a otros trabajos, y
ocasionándoles muchas veces enfermedades dolorosas....
Al principio he encontrado resistencias, provenidas de la costumbre
inveterada, y aun del amor propio de las mujeres, que no querían
aparecer como perezosas, pues aquí, como en todos los pueblos pobres
de México, y particularmente los indígenas, una de las grandes
recomendaciones de una doncella que va a casarse es la de que sepa
moler, y ésta será tanto mayor, cuanta mayor sea la cantidad de maíz
que la infeliz reduzca a tortillas. Así se dice: _Fulana es muy mujercita,
pues muele un almud o dos almudes, sin levantarse_. Ya Vd. supondrá
que las pobres jóvenes, por obtener semejante elogio, se esfuerzan en
tamaña tarea, que llevan a cabo sin duda alguna, merced al vigor de su
edad, pero que no hay organización que resista a semejante trabajo, y
sobre todo, a la penosa posición
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