La Montaña | Page 9

Elíseo Reclus
el delantal y las iba sembrando á iguales
distancias para conocer un camino. Vichnú, que vió un día dormir á una
muchacha bajo los ardientes rayos del sol, cogió una montaña y la
sostuvo en equilibrio en la punta de un dedo para dar sombra á la
hermosa durmiente. Este fué, según dice la leyenda, el origen de las
sombrillas.
No siempre necesitaban, dioses y gigantes, agarrar las montañas para
que cambiaran de sitio, porque obedecían éstas á cualquier seña. Las
piedras acudían al sonido de la lira de Orfeo y las montañas se alzaban
para oir á Apolo: así nació el Helicón, morada de las musas. El profeta
Mahoma debió nacer dos mil años antes; si hubiera nacido en edades de
más cándida fe, no habría tenido que ir á la montaña, y ésta se habría
dirigido hacia él.
Además de esta explicación del nacimiento de las montañas por la
voluntad de los dioses, la mitología de numerosos pueblos, da otra
menos grosera. Según ésta, las rocas y los montes son órganos
vivientes que han brotado naturalmente del cuerpo de la tierra, como
salen los estambres en la corola de la flor. Mientras por una parte se
hundía el suelo para recibir las aguas del mar, por otra se alzaba hacia
el sol para recibir su luz vivificante, así como las plantas enderezan el
tallo y vuelven los pétalos hacia el astro que las mira y les da brillo.
Pero ya no hay quien crea en las leyendas antiguas, que no son para la
humanidad mas que poéticos recuerdos; han ido á juntarse con los
sueños, y el espíritu del investigador, apartado por fin de tales ilusiones,
persigue con mayor avidez la verdad. Así es que los hombres de
nuestros días, lo mismo que los de antiguos tiempos, siguen repitiendo,

al contemplar las cumbres doradas por la luz, «¿cómo han podido
alzarse hacia el cielo?»
Hasta en nuestra época, cuando los sabios no apoyan sus teorías sino
sobre la observación y la experiencia, hay algunas tan fantásticas sobre
el origen de los montes, que se asemejan bastante á las leyendas de los
antiguos. Un libro moderno de respetable volumen intenta
demostrarnos que la luz del sol que baña nuestro planeta ha tomado
cuerpo y se ha condensado en mesetas y montañas alrededor de la tierra.
Otro afirma que la atracción del sol y de la luna, no contenta con
levantar dos veces al día las olas del mar, ha hecho hincharse también á
la tierra, y ha alzado las ondas sólidas hasta la región de las nieves.
Finalmente, otro hay que refiere cómo los cometas, extraviados por los
cielos, han venido á chocar con nuestro globo, han agujereado su
envoltura como piedras que atravesaran un carámbano y han hecho
brotar las macizas montañas en largas hileras.
Afortunadamente la tierra, siempre trabajando en nuevas creaciones, no
cesa en su labor á nuestros ojos y nos enseña como hace cambiar poco
á poco las rugosidades de su superficie. Se destruye, pero se
reconstruye diariamente de un modo constante; nivela unas montañas
para edificar otras, y abre valles para cegarlos otra vez. Al recorrer la
superficie del globo y al examinar con cuidado los fenómenos de la
naturaleza, se ven formar ribazos y montes lentamente en verdad, y no
con súbito empujón, como quisieran los aficionados á lo milagroso. Se
los ve nacer, ya directamente del seno de la tierra, sea indirectamente,
digámoslo así, por la erosión de las mesetas, como surge poco á poco la
escultura del pedazo de mármol. Cuando una masa insular ó continental,
cuya altura llega á centenares ó millares de metros, recibe lluvias
abundantes, van quedando sus vertientes gradualmente esculpidas en
barrancos, cañadas y valles; la uniforme superficie de la meseta se
recosta en cimas, aristas y pirámides; se ahueca en círculos, hoyas y
precipicios; aparecen poco á poco sistemas de montañas donde existe el
terreno liso en extensión enorme. Lo mismo acontece en aquellas
regiones de la tierra donde la meseta, atacada únicamente en un lado
por las lluvias, sólo forma montañas por esta vertiente: tal es, en
España, la meseta de la Mancha que se hunde hacia Andalucía por las
escarpaduras de Sierra Morena.
Además de estas causas exteriores que convierten las mesetas en

montañas, verifícanse también en lo interior de la tierra lentas
transformaciones que ocasionan hundimientos enormes. Los hombres
laboriosos que, martillo en mano, atraviesan las montañas durante años
enteros para estudiar su estructura y su forma, observan en las nuevas
hiladas de formación marítima que constituyen la parte no cristalina de
los montes, gigantescos padrastros ó hendiduras de separación que se
extienden por centenares de kilómetros de longitud. Masas de millares
de metros de espesor han sido alzadas ó derribadas en esas caídas, de
modo que su antigua superficie se ha convertido hoy en
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