el moderno criterio político, que en
cincuenta años se ha ido difícilmente elaborando. Grandes delirios
bastardearon un tanto los nobles esfuerzos de aquella juventud, que
tomó sobre sí la gran tarea de formar y educar la opinión que hasta
entonces no existía. Los clubs, que comenzaron siendo cátedras
elocuentes y palestra de la discusión científica, salieron del círculo de
sus funciones propias aspirando á dirigir los negocios públicos, á
amonestar á los gobiernos é imponerse á la nación. En este terreno fué
fácil que las personalidades sucedieran á los principios, que se
despertaran las ambiciones, y lo que es peor, que la venalidad, cáncer
de la política, corrompiera los caracteres. Los verdaderos patriotas
lucharon mucho tiempo contra esta invasión. El absolutismo,
disfrazado con la máscara de la más abominable demagogia, socavó los
clubs, los dominó y vendiólos al fin. Es que la juventud de 1820, llena
de fe y de valor, fué demasiado crédula ó demasiado generosa. O no
conoció la falacia de sus supuestos amigos, ó conociéndola, creyó
posible vencerles con armas nobles, con la persuasión y la propaganda.
Una sociedad decrépita, pero conservando aún esa tenacidad
incontrastable que distingue á algunos viejos, sostenía encarnizada
guerra con una sociedad lozana y vigorosa llamada á la posesión del
porvenir. En este libro asistiremos á algunos de sus encuentros.
Sigamos nuestra narración. Los curiosos se paraban ante la _Fontana_;
salían los tenderos á las puertas; el barbero Calleja, que se hacía llamar
ciudadano Calleja, estaba también en su puerta pasando una navaja, y
contemplando el club y á sus parroquianos con una mirada presuntuosa,
que quería decir: "si yo fuera allá...."
Algunas personas se acercaron á la barbería formando corro alrededor
del maestro. Uno llegó muy presuroso, y preguntó:
"¿Qué hay? ¿Ocurre algo?"
Era el recién venido uno de esos individuos de edad indefinible, de esos
que parecen viejos ó jóvenes, según la fuerza de la luz ó la expresión
que dan al semblante.
Su estatura era pequeña, y tenía la cabeza casi inmediatamente adherida
al tronco, sin más cuello que el necesario para no ser enteramente
jorobado. El abdomen le abultaba bastante, y generalmente cruzaba las
manos sobre él con movimiento de cariñosa conservación. Sus ojos
eran medio cerrados y pequeños, pero muy vivos, formando armoniosa
simetría con sus labios delgados, largos y elásticos, que en los
momentos más ardorosos de la conversación avanzaban formando un
tubo acústico que daba á su voz intensidad extraordinaria. A pesar de su
traje seglar, había en este personaje no sé qué de frailuno. Su cabeza
parecía hecha pura la redondez del cerquillo, y ancho gabán que
envolvía su cuerpo, más que gabán, parecía un hábito. Tenía la voz
muy destemplada y acre; pero sus movimientos eran sumamente
expresivos y vehementes.
Para concluir, diremos que este hombre se llamaba Gil de nombre y
Carrascosa de apellido; educáronle los frailes agustinos de Móstoles, y
ya estaba dispuesto para profesar, cuando se marchó del convento,
dejando á los Padres con tres palmos de boca abierta. A fines de siglo
logró, por amistades palaciegas, que le hicieran abate; mas en 1812
perdió el beneficio, y depuso el capisayo. Desde entonces fué ardiente
liberal hasta la vuelta de Fernando, en que sus relaciones con el favorito
Alagón le proporcionaron un destino de covachuelista con diez mil
reales. Entonces era absolutista decidido; pero la Jura de la
Constitución por Fernando en 1820 le hizo variar de opiniones hasta el
punto de llegar á alistarse en la sociedad de los Comuneros y formar
pandilla con los más exaltados. Cuando tengamos ocasión de penetrar
en la vida privada de Carrascosa, sabremos algunos detalles de cierta
aventura con una beldad quintañona de la calle de la Gorguera, y
sabremos también los malos ratos que con este motivo le hizo pasar
cierto estudiantillo, poeta clásico, autor de la nunca bien ponderada
tragedia de los Gracos.
"¿Pues no ha de ocurrir?--dijo Calleja.--Hoy tenemos sesión
extraordinaria en la Fontana. Se trata de pedir al Rey que nombre un
Ministerio exaltado, porque el que está no nos gusta. Tendremos
discurso de Alcalá Galiano.
--Aquel andaluz feo...
--Si, ese mismo. El que el mes pasado dijo: _No haya perdón ni tregua
para los enemigos de la libertad. ¿Qué quieren esos espíritus obscuros,
esos...?_ Y por aquí seguía con un pico de oro....
--Ya les dará que hacer--observó Carrascosa--¡Qué elocuencia! ¡Qué
talento el de ese muchacho!
--Pues yo, señor don Gil--manifestó Calleja,--respetando la opinión de
usted, para mi tan competente, diré...."
Y aquí tosió dos veces, emitió un par de gruñidos por vía de proemio, y
continuó:
"Diré que, aunque admiro como el que más las dotes del joven Alcalá
Galiano, prefiero á Romero Alpuente, porque es más expresivo, más
fuerte, más ... pues. Dice todas las cosas con un arranque ... por ejemplo,
aquello de ¡_al que quiera hierro,
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