La Fontana de Oro | Page 9

Benito Pérez Galdós
descrito se reun��a la ardiente juventud de 1820. ?De d��nde hab��an salido aquellos j��venes? Unos salieron de las Constituyentes del a?o 12, esfuerzo de pocos, que acab�� iluminando �� muchos. Otros se educaron en los seis a?os de opresi��n posteriores �� la vuelta de Fernando. Algunos brotaron en el trastorno del a?o 20, m��s fecundo tal vez que el del 12. ?Qu�� fu�� de ellos? Unos vagaron proscriptos en tierra extranjera durante los diez a?os de Calomarde; otros perecieron en los aciagos d��as que siguieron �� la triste victoria de los cien mil nietos de San Luis. Entre los que lograron vivir m��s que el inicuo Fernando, algunos defendieron el mismo principio con igual entereza; otros, creyendo sustentarle, tropezaron con las exigencias de una generaci��n nueva. Encontr��ronse con que la generaci��n posterior avanzaba m��s que ellos, y no quisieron seguirla.
Al crearse el club, no tuvo m��s objeto que discutir en principio las cuestiones pol��ticas; pero poco �� poco aquel noble palenque, abierto para esclarecer la inteligencia del pueblo, se bastarde��. Quisieron los fontanistas tener influencia directa en el gobierno. Ped��an solemnemente la destituci��n de un ministro, el nombramiento de una autoridad. Demarcaron los dos partidos moderado y exaltado, estableciendo una barrera entre ambos. Pero a��n descendieron m��s. Como en la Fontana se agitaban las pasiones del pueblo, el Gobierno permit��a sus excesos para amedrentar al Rey, que era su enemigo. El Rey, entre tanto, fomentaba secretamente el ardor de la Fontana, porque ve��a en ��l un peligro para la libertad. La tradici��n nos ha ense?ado que Fernando corrompi�� �� alguno de los oradores �� introdujo all�� ciertos malvados que fraguaban motines y disturbios con objeto de desacreditar el sistema constitucional. Pero los ministros, que descubr��an esta astucia de Fernando, cerraban la Fontana, y entonces ��sta se irritaba contra el Gobierno y trataba de derribarlo. Fomentaba el Rey el esc��ndalo por medio de agentes disfrazados; ayudaba el club �� los ministros; ��stos le her��an; veng��base aqu��l, y giraban todos en un c��rculo de intrigas, sin que los cr��dulos patriotas que all�� formaban la opini��n conociesen la oculta transcendencia de sus cuestiones.
Pero oigamos �� Calleja que pide �� voz en cuello que comience la sesi��n. Dos elementos de desorden minaban la _Fontana_: la ignorancia y la perfidia. En el primero ocupaba un lugar de preferencia el barbero Calleja. Este patriota capitaneaba una turba de aplaudidores semejantes �� ��l, y la tal cuadrilla alborotaba de tal modo cuando sub��a �� la tribuna un orador que no era de su gusto, que se pens�� seriamente en prohibirle la entrada.
En la noche �� que nos referimos, nuestro hombre daba con sus pesadas manos tales palmadas, que sonaban como golpes de bat��n y los dem��s met��an ruido dando porrazos en el suelo con los bastones. En vano ped��an silencio y moderaci��n los del interior, personas entre las cuales hab��a diputados, militares de alta graduaci��n, oradores famosos. Los bullangueros no callaron hasta que subi�� �� la tribuna Alcal�� Galiano.
Era ��ste un joven de estatura m��s que regular, erguido, delgado, de cabeza grande y modales desenvueltos y francos. Ten��a el rostro bastante grosero, y la cabeza poblada de encrespados cabellos. Su boca era grande, y muy toscos los labios; pero en el conjunto de la fisonom��a hab��a una clara expresi��n de noble atrevimiento, y en su mirada profunda la penetraci��n y el fuego de los ingenios de la antigua raza.
Comenz�� �� hablar relatando un suceso de la sesi��n anterior, que hab��a dado ocasi��n �� que salieran de la Fontana Garelli, Toreno y Mart��nez de la Rosa. Indic�� las diferencias de principios que en lo sucesivo hab��an de separar �� los moderados de los exaltados, y pint�� la situaci��n del Gobierno con exactitud y delicadeza. Pero cuando con m��s robusta voz y elocuencia m��s vigorosa hac��a un cuadro de las pasadas desdichas de la naci��n, ocurri�� un incidente que le oblig�� �� interrumpir su discurso. Era que se o��a en la calle fuerte ruido de voces, el cual creci�� formando gran algazara. Much��simos se levantaron y salieron. El auditorio empez�� �� disminuir, y al fin disminuy�� de tal modo, que el orador no tuvo m��s remedio que callarse.
Cortado y col��rico estaba el andaluz cuando baj�� de la tribuna. [Nota 1: El mismo Alcal�� Galiano refiere con mucha franqueza este suceso en sus anotaciones �� _Historia de Espa?a_, por Durham.] El tumulto aumentaba fuera, y por fin no quedaron en el caf�� sino cinco �� seis personas. Estas quer��an satisfacer la curiosidad, y acompa?adas del mismo Galiano, salieron tambi��n.
En diez minutos la Fontana se qued�� sin gente, y el rumor exterior pasaba, se o��a cada vez m��s lejano, porque andaba �� buen paso la oleada de pueblo que lo produc��a. Todas las se?ales eran de que hab��a comenzado una de aquellas asonadas tan frecuentes entonces.
Era ya tarde: los quinqu��s hab��an
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