yo, tú serás mi criado.
--Trato hecho--dijo el gigante;--me gustaría tener de criado un hombre como tú, porque me cansa pensar, y tú tienes cabeza para dos. Vaya, pues; ahí están mis dos cubos: ve a traerme el agua para la comida.
Me?ique levantó la cabeza y vio los dos cubos, que eran como dos tanques, de diez pies de alto, y seis pies de un borde a otro. Más fácil le era a Me?ique ahogarse en aquellos cubos que cargarlos.
--?Hola!--dijo el gigante, abriendo la boca terrible;--a la primera ya estás vencido. Haz lo que yo hago, amigo, y cárgame el agua.
--?Y para qué la he de cargar?--dijo Me?ique.--Carga tú, que eres bestia de carga. Yo iré donde está el arroyo, y lo traeré en brazos, y te llenaré los cubos, y tendrás tu agua.
--No, no--dijo el gigante,--que ya me dejaste el bosque sin árboles, y ahora me vas a dejar sin agua que beber. Enciende el fuego, que yo traeré el agua.
Me?ique encendió el fuego, y en el caldero que colgaba del techo fue echando el gigante un buey entero, cortado en pedazos, y una carga de nabos, y cuatro cestos de zanahorias, y cincuenta coles. Y de tiempo en tiempo espumaba el guiso con una sartén, y lo probaba, y le echaba sal y tomillo, hasta que lo encontró bueno.
--A la mesa, que ya está la comida--dijo el gigante;--y a ver si haces lo que hago yo, que me voy a comer todo este buey, y te voy a comer a ti de postres.
--Está bien, amigo--dijo Me?ique. Pero antes de sentarse se metió debajo de la chaqueta la boca de su gran saco de cuero, que le llegaba del pescuezo a los pies.
Y el gigante comía y comía, y Me?ique no se quedaba atrás, sólo que no echaba en la boca las coles, y las zanahorias, y los nabos, y los pedazos del buey, sino en el gran saco de cuero.
--?Uf! ?ya no puedo comer más!--dijo el gigante;--tengo que sacarme un botón del chaleco.
--Pues mírame a mí, gigante infeliz--dijo Me?ique, y se echó una col entera en el saco.
--?Uha!--dijo el gigante;--tengo que sacarme otro botón. ?Qué estómago de avestruz tiene este hombrecito! Bien se ve que estás hecho a comer piedras.
--Anda, perezoso--dijo Me?ique,--come como yo--y se echó en el saco un gran trozo de buey.
--?Paff!--dijo el gigante,--se me saltó el tercer botón: ya no me cabe un chícharo: ?cómo te va a ti, hechicero?
--?A mí?--dijo Me?ique;--no hay cosa más fácil que hacer un poco de lugar.
Y se abrió con el cuchillo de arriba abajo la chaqueta y el gran saco de cuero.
--Ahora te toca a ti--dijo al gigante;--haz lo que yo hago.
--Muchas gracias--dijo el gigante.--Prefiero ser tu criado. Yo no puedo digerir las piedras.
Besó el gigante la mano de Me?ique en se?al de respeto, se lo sentó en el hombro derecho, se echó al izquierdo un saco lleno de monedas de oro, y salió andando por el camino del palacio.
--V--
En el palacio estaban de gran fiesta, sin acordarse de Me?ique, ni de que le debían el agua y la luz; cuando de repente oyeron un gran ruido, que hizo bailar las paredes, como si una mano portentosa sacudiese el mundo. Era el gigante, que no cabía por el portón, y lo había echado abajo de un puntapié. Todos salieron a las ventanas a averiguar la causa de aquel ruido, y vieron a Me?ique sentado con mucha tranquilidad en el hombro del gigante, que tocaba con la cabeza el balcón donde estaba el mismo rey. Saltó al balcón Me?ique, hincó una rodilla delante de la princesa y le habló así: ?Princesa y due?a mía, tú deseabas un criado y aquí están dos a tus pies?.
Este galante discurso, que fue publicado al otro día en el diario de la corte, dejó pasmado al rey, que no halló excusa que dar para que no se casara Me?ique con su hija.
--Hija--le dijo en voz baja,--sacrifícate por la palabra de tu padre el rey.
--Hija de rey o hija de campesino--respondió ella,--la mujer debe casarse con quien sea de su gusto. Déjame, padre, defenderme en esto que me interesa. Me?ique--siguió diciendo en alta voz la princesa,--eres valiente y afortunado, pero eso no basta para agradar a las mujeres.
--Ya lo sé, princesa y due?a mía; es necesario hacerles su voluntad, y obedecer sus caprichos.
--Veo que eres hombre de talento--dijo la princesa.--Puesto que sabes adivinar tan bien, voy a ponerte una última prueba, antes de casarme contigo. Vamos a ver quién es más inteligente, si tú o yo. Si pierdes, quedo libre para ser de otro marido.
Me?ique la saludó con gran reverencia. La corte entera fue a ver la prueba a la sala del trono, donde encontraron al gigante sentado en el suelo con la alabarda por delante y el sombrero en las rodillas, porque no cabía en
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