La Edad de Oro: publicación mensual de recreo e instrucción dedicada a los niños de | Page 6

José Martí Pérez
ti--respondió el hacha.
--Pues aquí me tiene--dijo Me?ique.
Y sin ponerse a temblar, ni preguntar más, metió el hacha en su gran saco de cuero, y bajó el monte, brincando y cantando.
--?Qué vio allá arriba el que todo lo quiere saber?--preguntó Pablo, sacando el labio de abajo, y mirando a Me?ique como una torre a un alfiler.
--Pues el hacha que oíamos--le contestó Me?ique.
--Ya ve el chiquitín la tontería de meterse por nada en esos sudores--le dijo Pedro el gordo.
A poco andar ya era de piedra todo el camino, y se oyó un ruido que venía de lejos, como de un hierro que golpease en una roca.
--Yo quisiera saber quién anda allá lejos picando piedras--dijo Me?ique.
--Aquí está un pichón que acaba de salir del huevo, y no ha oído nunca al pájaro carpintero picoteando en un tronco--dijo Pablo.
--Quédate con nosotros, hijo, que eso no es más que el pájaro carpintero que picotea en un tronco--dijo Pedro.
--Yo voy a ver lo que pasa allá lejos.
Y aquí de rodillas, y allá medio a rastras, subió la roca Me?ique, oyendo como se reían a carcajadas Pedro y Pablo. ?Y qué encontró Me?ique allá en la roca? Pues un pico encantado, que picaba solo, y estaba abriendo la roca como si fuese mantequilla.
--Buenos días, se?or pico--dijo Me?ique:--?no está cansado de picar tan solito en esa roca vieja?
--Hace muchos a?os, hijo mío, que estoy esperando por ti--respondió el pico.
--Pues aquí me tiene--dijo Me?ique.
Y sin pizca de miedo le echó mano al pico, lo sacó del mango, los metió aparte en su gran saco de cuero, y bajó por aquellas piedras, retozando y cantando.
--?Y qué milagro vio por allá su se?oría?--preguntó Pablo, con los bigotes de punta.
--Era un pico lo que oímos--respondió Me?ique, y siguió andando sin decir más palabra.
Más adelante encontraron un arroyo, y se detuvieron a beber, porque era mucho el calor.
--Yo quisiera saber--dijo Me?ique--de dónde sale tanta agua en un valle tan llano como éste.
--?Grandísimo pretencioso--dijo Pablo;--que en todo quiere meter la nariz! ?No sabes que los manantiales salen de la tierra?
--Yo voy a ver de dónde sale esta agua.
Y los hermanos se quedaron diciendo picardías; pero Me?ique echó a andar por la orilla del arroyo, que se iba estrechando, estrechando, hasta que no era más que un hilo. Y ?qué encontró Me?ique cuando llegó al fin? Pues una cáscara de nuez encantada, de donde salía a borbotones el agua clara chispeando al sol.
--Buenos días, se?or arroyo--dijo Me?ique;--?no está cansado de vivir tan solito en su rincón, manando agua?
--Hace muchos a?os, hijo mío, que estoy esperando por ti--respondió el arroyo.
--Pues aquí me tiene--dijo Me?ique.
Y sin el menor susto tomó la cáscara de nuez, la envolvió bien en musgo fresco para que no se saliera el agua, la puso en su gran saco de cuero, y se volvió por donde vino, saltando y cantando.
--?Ya sabes de dónde viene el agua?--le gritó Pedro.
--Sí, hermano; viene de un agujerito.
--?Oh, a este amigo se lo come el talento! ?Por eso no crece!--dijo Pablo, el paliducho.
--Yo he visto lo que quería ver, y sé lo que quería saber--se dijo Me?ique a sí mismo. Y siguió su camino, frotándose las manos.
--III--
Por fin llegaron al palacio del rey. El roble crecía más que nunca, el pozo no lo habían podido abrir, y en la puerta estaba el cartel sellado con las armas reales, donde prometía el rey casar a su hija y dar la mitad de su reino a quienquiera que cortase el roble y abriese el pozo, fuera se?or de la corte, o vasallo acomodado, o pobre campesino. Pero el rey, cansado de tanta prueba inútil, había hecho clavar debajo del cartelón otro cartel más peque?o, que decía con letras coloradas:
?Sepan los hombres por este cartel, que el rey y se?or, como buen rey que es, se ha dignado mandar que le corten las orejas debajo del mismo roble al que venga a cortar el árbol o abrir el pozo, y no corte, ni abra; para ense?arle a conocerse a sí mismo y a ser modesto, que es la primera lección de la sabiduría.?
Y alrededor de este cartel había clavadas treinta orejas sanguinolentas, cortadas por la raíz de la piel a quince hombres que se creyeron más fuertes de lo que eran.
Al leer este aviso, Pedro se echó a reír, se retorció los bigotes, se miró los brazos, con aquellos músculos que parecían cuerdas, le dio al hacha dos vuelos por encima de su cabeza, y de un golpe echó abajo una de las ramas más gruesas del árbol maldito. Pero enseguida salieron dos ramas poderosas en el punto mismo del hachazo, y los soldados del rey le cortaron las orejas sin más ceremonia.
--?Inutilón!--dijo Pablo, y se fue al tronco, hacha en mano, y le cortó de un golpe una gran raíz. Pero salieron dos raíces enormes en vez de una.
Y el
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