La Barraca | Page 3

Vicente Blasco Ibáñez
caras. Vagué tres meses por
Italia, volví á España, y un consejo de guerra me condenó á varios años
de presidio. Estuve encerrado más de doce meses, sufriendo los rigores
de una severidad intencionada y cruel. Al ser conmutada mi pena, me
desterraron á Madrid, sin duda para tenerme el gobierno de entonces
más al alcance de su vigilancia; y finalmente, el pueblo de Valencia me
eligió diputado, librándome así de nuevas persecuciones gracias á la
inmunidad parlamentaria.
Mi campaña electoral consistió principalmente en discursos
pronunciados al aire libre, ante muchedumbres enormes. Una tarde,
después de hablar á los marineros y cargadores del puerto, cuando
terminado mi discurso tuve que responder á los apretones de manos y
los saludos de miles de oyentes, reconocí entre éstos al joven que me
escondió en su casa.
Tuve que acompañarlo á la taberna, para saludar á su madre y ver la
pequeña habitación que me había servido de refugio. Mientras estas
buenas gentes recordaban emocionadas mi hospedaje en su vivienda,
fueron sacando todos los objetos que yo había dejado olvidados.
Así recobré el cuento Venganza moruna, volviendo á leerlo aquella
noche, con el mismo interés que si lo hubiese escrito otro. Mi primera
intención fué enviarlo á El Liberal de Madrid, en el que colaboraba yo
casi todas las semanas, publicando un cuento. Luego pensé en la
conveniencia de ensanchar este relato, un poco seco y conciso,
haciendo de él una novela, y escribí LA BARRACA.
Dirigía yo entonces en Valencia el diario El Pueblo, y tal era la pobreza
de este periódico de combate, que por no poder pagar un redactor,

encargado del servicio telegráfico, tenía el director que trabajar hasta la
madrugada, ó sea hasta que, redactados los últimos telegramas y
ajustado el diario en páginas, entraba finalmente en máquina. Sólo
entonces, fatigado de toda una noche de monótono trabajo periodístico,
me era posible dedicarme á la labor creadora del novelista.
Bajo la luz violácea del amanecer ó al resplandor juvenil de un sol
recién nacido, fuí escribiendo los diez capítulos de mi novela. Nunca he
trabajado con tanto cansancio físico y un entusiasmo tan reconcentrado
y tenaz.
Al relato primitivo le quité su título de Venganza moruna, empleándolo
luego en otro de mis cuentos. Me pareció mejor dar á la nueva novela
su nombre actual: LA BARRACA. Primeramente se publicó en el
folletón de El Pueblo, pasando casi inadvertida. Mis bravos amigos, los
lectores del diario, sólo pensaban en el triunfo de la República, y no
podían interesarles gran cosa unas luchas entre huertanos, rústicos
personajes que ellos contemplaban de cerca á todas horas.
Francisco Sempere, mi compañero de empresas editoriales, que
iniciaba entonces su carrera y era todavía simple librero de lance,
publicó una edición de LA BARRACA de 700 ejemplares, al precio de
una peseta. Tampoco fué considerable el éxito del volumen. Creo que
no pasaron de 500 los ejemplares vendidos.
Ocupado en trabajar por mis ideas políticas, no prestaba atención á la
suerte editorial de mi obra, cuando algunos meses después recibí una
carta del señor Hérelle, profesor del Liceo de Bayona. Ignoraba yo
entonces que este señor Hérelle era célebre en su patria como traductor,
luego de haber vertido al francés las obras de D'Annunzio y otros
autores italianos. Me pedía autorización para traducir LA BARRACA,
explicando la casualidad que le permitió conocer mi novela. Un día de
fiesta había ido de Bayona á San Sebastián, y aburrido, mientras
llegaba la hora de regresar á Francia, entró en una librería para adquirir
un volumen cualquiera y leerlo sentado en la terraza de un café. El libro
escogido fué LA BARRACA, é interesado por su lectura, el señor
Hérelle casi perdió su tren.

Con la despreocupación (por no llamarla de otro modo) que caracteriza
á la mayoría de los españoles en lo que se refiere á la puntualidad
epistolar, dejé sin respuesta la carta de este señor. Volvió á escribirme,
y tampoco contesté, acaparado por los accidentes de mi vida de
propagandista. Pero Hérelle, tenaz en su propósito, repitió sus cartas.
«He de contestar á ese señor francés--me decía todas las mañanas--. De
hoy no pasa.»
Y siempre una reunión política, un viaje ó un incidente revolucionario
de molestas consecuencias me impedía escribir á mi futuro traductor.
Al fin, pude enviarle cuatro líneas autorizándolo para dicha traducción,
y no volví á acordarme de él.
Una mañana, los diarios de Madrid anunciaron en sus telegramas de
París que se había publicado la traducción de LA BARRACA, novela
del diputado republicano Blasco Ibáñez, con un éxito editorial enorme,
y los primeros críticos de Francia hablaban de ella con elogio.
LA BARRACA que había aparecido en una edición española de 700
ejemplares (vendiéndose únicamente 500, la mayor parte de ellos en
Valencia), y no mereció, al publicarse, otro saludo que unas cuantas
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