rabi��, pero don Alvaro qued�� m��s encantado que Calvete y le dio en albricias un dobl��n de a cuatro duros, despu��s que el ni?o dijo delante de ��l la palabreja y ��l admir�� el aprovechamiento y la precocidad del disc��pulo y la virtud did��ctica del maestro.
Amigas ten��a pocas do?a In��s, porque casi todas las hidalguillas y labradoras de la poblaci��n estaban muy por bajo de ella en entendimiento, ilustraci��n, finura y riqueza.
Quien m��s acompa?aba, por consiguiente, en su soledad a la se?ora do?a In��s era el cacique don Andr��s Rubio, embobado con el afable trato de ella y cautivo de su discreci��n y de su hermosura. Daba esto ocasi��n a que los maldicientes supusiesen y dijesen mil picard��as. Pero ?qui��n en este mundo est�� libre de una mala lengua y de un testigo falso? ?C��mo la gente grosera de un lugar ha de comprender la amistad refinada y plat��nica de dos esp��ritus selectos? El se?or cura p��rroco era de los pocos que verdaderamente la comprend��an, y as�� encontraba muy bien aquella amistad, y acaso daba gracias a Dios de que existiese, porque redundaba en bien de los pobres y de la iglesia, a quien do?a In��s y don Andr��s, puestos de acuerdo, hac��an muchos presentes y limosnas.
Era el cura p��rroco un fraile exclaustrado de Santo Domingo, muy severo en su moral, muy religioso y muy amigo del orden, de la disciplina y del respeto a la jerarqu��a social. Casi siempre en sus pl��ticas, en sus conversaciones particulares y en los sermones, que predicaba con frecuencia porque era excelente predicador, clamaba mucho contra la falta de religi��n y contra la impiedad que va cundiendo por todas partes, con lo cual los ricos pierden la caridad y los pobres la resignaci��n y la paciencia, y en unos y en otros germinan y fermentan los vicios, las malas pasiones y las peores costumbres.
El padre Anselmo, que as�� se llamaba el cura p��rroco, admiraba de buena fe a la se?ora do?a In��s como a un modelo de profunda fe religiosa y de distinci��n aristocr��tica. Era el tipo ideal realizado de la gran se?ora, tal como ��l se la imaginaba. Ni siquiera le faltaban a do?a In��s ocasiones en que ejercitar las raras virtudes del prudente disimulo para no dar esc��ndalos, de la santa conformidad con la voluntad de Dios y de la longanimidad benigna para perdonar las ofensas. Bien sab��a toda la gente del lugar los malos pasos en que don Alvaro Roldan sol��a andar metido. A menudo, sobre todo en las ferias, jugaba al monte y hasta al ca?��; y lo que es peor, era tan desgraciado o tan torpe, que casi siempre perd��a. Para consolarse apelaba a un lastimoso recurso: gustaba de empinar el codo, y aunque ten��a un vino regocijado y manso, siempre era grand��simo tormento para una dama tan en sus puntos tener a su lado y como compa?ero a un borracho.
Por ��ltimo, aquel empecatado de don Alvaro, aunque ten��a tan egregia y bella esposa, se dejaba llevar a menudo de las m��s villanas inclinaciones, y en una o en otra de sus dos magn��ficas caser��as alojaba con mal disimulado recato a alguna daifa, por lo com��n forastera, que hab��a conocido y con quien hab��a simpatizado, ya en esta feria, ya en la otra.
Como se ve, don Alvaro distaba mucho de ser un modelo de perfecci��n. El padre Anselmo no ignoraba sus extrav��os, contribuyendo esto a hacer m��s respetable a sus ojos a la prudente y sufrida se?ora.
Era tal la distinci��n aristocr��tica de do?a In��s, que, sin poder remediarlo, hasta en su padre encontraba cierta vulgar ordinariez que la aflig��a no poco; pero como do?a In��s ten��a muy presentes los mandamientos de la Ley de Dios y los observaba con exactitud rigurosa, nunca dejaba de honrar a su padre como deb��a, si bien procuraba honrarle desde lejos y no verle con frecuencia, a fin de no perder las ilusiones.
En suma, don Andr��s el cacique era la ��nica persona que por naturaleza estaba a la altura de do?a In��s y era capaz de comprenderla y admirarla. Y digo por naturaleza, porque el padre Anselmo, aunque por naturaleza era entendido, estaba, adem��s, tan ayudado y tan ilustrado con la gracia de Dios, que comprend��a como nadie el valor y las excelencias de do?a In��s, y era muy digno de su trato familiar, teniendo con ella piados��simos coloquios, en los cuales se desataba contra la abominable corrupci��n de nuestro siglo y contra la blasfema incredulidad que prevalece en el d��a y que se va apoderando de todos los esp��ritus.
III
Sin el menor artificio he presentado ya a mis personajes, a varios de los personajes principales que han de figurar en la presente historia; pero me quedan dos todav��a, de los cuales conviene dar previamente alguna noticia.
Don Paco, seg��n hemos dicho, era un hombre enciclop��dico,
Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.