Juanita La Larga | Page 9

Juan Valera
también por conquista.
Juanita, a los diecisiete años, había espigado tanto, que era la moza más
alta y más esbelta que había en el lugar. Algo de la sangre belicosa del
oficial de Caballería se había infundido en ella, y la crianza libre y
hombruna que había recibido había desarrollado su agilidad y sus bríos.
Cuando andaba tenía un aire marcial, al par que gracioso; corría como
un gamo; tiraba pedradas con tanto tino que mataba los gorriones, y de
un brinco se plantaba sobre el lomo del mulo más resabiado o del potro
más cerril. Y no a horcajadas, porque esto no lo consentía su decoro y
su estética natural e inconsciente, sino sentada, lo cual es más difícil;
hacía trotar y galopar a la bestia, espoleándola con los talones o
azotándola con el extremo del ronzal o de la jáquima, cuando la tenía y
no iba a pelo, sin brida ni rienda de ninguna clase.
Los primeros años de la mocedad de Juanita habían sido dificultosos,
porque su madre no había alcanzado aún la extraordinaria reputación de
que después gozaba, no tenía el bienestar y la riqueza de que ya hemos
hablado.
Juanita no fue nunca a la miga, pero su madre le enseñó a coser y a
bordar primorosamente; y el maestro de escuela, que le tomó mucho
cariño, la enseñó a leer y a escribir gratis en sus ratos de ocio.
Desde que tuvo nueve años, Juanita fue de grande auxilio a su madre,
que hasta mucho más tarde no se dio el lujo de tener una sirvienta.
Juanita barría y aljofifaba, fregaba los platos, enjalbegaba algunos
cuartos y la fachada de la casa, que era la más limpia de la población, y
hasta agarraba su cantarillo e iba por agua a la milagrosa fuente del
ejido, cuyo caño vertía un chorro tan grueso como el brazo de un
hombre robusto, siendo tal la abundancia del agua, que con ella se
regaban muchísimas huertas y se hacían frondosos, amenos y
deleitables los alrededores de Villalegre, contribuyendo no poco a que
la villa mereciese este nombre.
El agua, además, era exquisita por su transparencia y pureza, como
filtrada por entre rocas de los cercanos cerros, y tenía muy grato sabor

y muy saludables condiciones. La gente del pueblo le atribuía, por
último, algunas prodigiosas cualidades, calificándola de muy vinagreta
y de muy triguera. Quería significar con esto que el arriero que
compraba en Villalegre vinagre de yema, por lo común muy fuerte,
llenaba sólo dos tercios de la cavidad de la corambre, y la acababa de
llenar por la mañana temprano, antes de emprender su viaje, mitigando
y suavizando con el agua de la fuente la fortaleza y acritud del líquido,
y ganándose así, desde luego, un treinta y tres por ciento, aunque
vendiese el vinagre al mismo precio en que lo había comprado.
Era también triguera el agua de la fuente, porque sus raras cualidades
consentían, aunque era difícil operación y que debía hacerse con gran
sigilo, que valiéndose de una escoba de palma enana, se rociase con
ella el trigo que se iba a vender, dejándolo expuesto al sol para que se
secase. Así el trigo recibía mejor sabor, y aunque por fuera quedaba
seco, guardaba por dentro algo del líquido, y se esponjaba y crecía en
peso y en volumen.
Todavía esta fuente tenía otro mérito y prestaba otro notable servicio,
porque, además de un gran pilar en que iban a beber y bebían todas las
bestias de carga y de labor y los toros, vacas y bueyes, y además de otro
pilar bajo, que solía ser abrevadero del ganado lanar y de cerda, llenaba
con sus cristalinas ondas un espacioso albercón cercado de muros que
lo ocultaban a la vista de los transeúntes, adonde iban las mujeres a
lavar la ropa, remangadas las enaguas hasta los muslos y metidas en el
agua hasta la rodilla, como por allí es uso, aun en el rigor del invierno.
Frondosos y gigantescos álamos negros y pinos y mimbreras circundan
la fuente y hacen aquel sitio umbrío y deleitoso. Al pie de los mejores
árboles hay poyos hechos de piedra y de barro y cubiertos de losas, en
los cuales suelen sentarse los caballeros y las señoras que salen de
paseo. Casi todas las tardes se arma allí tertulia y grata conversación,
siendo los más constantes el escribano, el boticario, nuestro don Paco y
el señor cura, quien al toque de oraciones recita el Angelus Domini, al
que responden todos quitándose el sombrero y santiguándose y
persignándose.
En torno del pilar charlan las mozas que vienen por agua, cada cual con

su cantarillo, y suelen hacer el papel de Rebecas con cuantos arrieros
Eliezeres acuden allí para que beban, si no sus camellos, sus muías y
sus borricos. También
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