día y que se va apoderando de todos los espíritus.
III
Sin el menor artificio he presentado ya a mis personajes, a varios de los
personajes principales que han de figurar en la presente historia; pero
me quedan dos todavía, de los cuales conviene dar previamente alguna
noticia.
Don Paco, según hemos dicho, era un hombre enciclopédico, de varias
aptitudes y habilidades; la mano derecha del cacique y la subordinada
inteligencia que hacía que en el lugar la soberana voluntad del cacique
se respetase y cumpliese.
Había, sin embargo, en Villalegre otra persona, que en más pequeña
esfera y en más reducidos términos, si no competía, se acercaba mucho
al mérito de don Paco por la multitud de sus conocimientos y
habilidades y por lo hacendosa y lista que era.
Hablo aquí de la famosísima Juana la Larga. Imposible parece que esta
mujer atinase a hacer bien tantas cosas diversas. Ella trabajaba mucho,
pero no se ha de negar que con fruto. Tenía casa propia, sin lagar y sin
bodega, pero en lo restante casi tan buena como la de don Paco. Carecía
de olivares y de viñas, pero había hecho algunos ahorrillos, que, según
la voz pública, pasaban de doce mil reales, y que iban creciendo como
la espuma, porque los tenía dados a rédito a personas muy de fiar, y al
diez por ciento al año, porque como era mujer muy temerosa de Dios,
de muy estrecha conciencia y muy caritativa, no quería pasar por
usurera.
En sus diferentes oficios, Juana la Larga ganaba por término medio, y
según los cálculos más juiciosos, sobre ocho reales al día, o dígase
cerca de tres mil cada año. Y esto sin contar las adehalas, propinas,
regalos y obsequios que recibía a menudo. Bien es verdad que todo y
más se lo merecía ella.
Nadie era más a propósito para dirigir una matanza de cerdos. Salaba
los jamones con singular habilidad. El adobo con que preparaba los
lomos antes de freírlos en manteca era sabroso y delicadísimo, y teñía
la manteca de un rojo dorado que hechizaba la vista, daba delicado
perfume y despertaba el apetito de la persona más desganada cuando
entraba por sus narices y por sus ojos. Sus longanizas, morcillas,
morcones y embuchados dejaban muy atrás a lo mejor que en este
género se condimenta en Extremadura. Y tenía tan hábil mano para
todo que hasta cuando derretía las mantecas sacaba los más saladitos y
crujientes chicharrones que se han comido nunca. Así es que los
labradores ricos y otras personas desahogadas y de buen gusto se
disputaban a Juana la Larga para que fuese a la casa de ellos a hacer la
matanza.
En lo tocante a repostería no era nada inferior; y casi todo el año, y
particularmente en tres solemnes épocas, no sabía ella cómo acudir a
las mil partes adonde la llamaban: antes de Pascua de Navidad, a fin de
confeccionar las chucherías y delicadezas que las personas pudientes y
sibaríticas suelen entonces mandar hacer para su regalo; por ejemplo,
los hojaldres y las célebres empanadas con boquerones y picadillo de
tomate y cebolla que se toman por allí con el chocolate. Hacía, también,
como nadie, tortillas de azúcar y polvorones que se dejaban muy atrás a
los tan encomiados de Morón; roscos de huevo y de vino, y mucha
variedad de bizcochos y de almíbares.
Sí Juana no hubiera sabido tanto de otras cosas, se hubiera podido
asegurar que era una especialidad maravillosa para las frutas de sartén;
de modo que en los días que preceden a la Semana Santa no daba paz a
la mano ni a la mente, acudiendo a las casas de los hermanos mayores
de las cofradías para hacer las esponjosas hojuelas, los gajorros y los
exquisitos pestiños, que se deshacían en la boca y con los cuales se
regalaban los apóstoles, los nazarenos, el santo rey David y todos los
demás profetas y personajes gloriosos del Antiguo y del Nuevo
Testamento que figuraban en las deliciosas procesiones que por allí se
estilan.
No estaba ociosa Juana ni carecía de conveniente habilidad para
emplearla en la estación de la vendimia. Sus arropes no tenían rival en
toda aquella provincia, y lo mismo puede decirse de sus excelentes
gachas de mosto. En otoño, por ser cuando se dan los mejores frutos, se
castran las colmenas y está fresca la miel, se empleaba Juana en hacer
carne de membrillo y de manzana, gran variedad de turrones y legítimo
y esponjado piñonate, cuyos gruesos y dorados granos quedaban
ligados con la olorosa miel bien batida.
Fuera de esto, Juana se pintaba sola para disponer cualquier pipiripao o
banquete que debía o quería dar algún señor del pueblo, ya con ocasión
de boda o bautizo, ya para obsequiar al diputado, al señor gobernador o
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